Catorce

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Un rayo de luz entra por los enormes ventanales de mi habitación.

Un momento.

¿Enormes ventanales en mi habitación?

Abro los ojos, observando a mi al rededor. ¿Dónde coño estoy?, pienso extrañada. Esta no es mi casa. El corazón casi se me sale por la boca cuando descubro que, a mi lado, bocabajo, hay una chica durmiendo.

—¿Vanesa? —musito.

Se despereza en la cama y se da la vuelta para mirarme con el pelo en la cara. La miro, esperando una explicación. Muchas preguntas rondan mi mente ahora mismo. La primera: ¿cómo he llegado hasta aquí? ¿Por qué estoy durmiendo en la misma cama que Vanesa? Me apresuro a comprobar que llevamos la ropa puesta.

La llevamos.

Al menos, es un alivio.

—Buenos días. —Dice, frotándose los ojos.

—No. Buenos días, no. ¿Qué hago aquí?

Ella esboza una sonrisa y se incorpora a mi lado.

—¿No recuerdas nada?

—No.

—No me extraña. Estabas muy bebida. Cuando me iba, te encontré fuera gritándoles a un grupo de chicos.

—¿Gritándoles?

—Y pegándole a uno.

—¿Qué?

—Sí... estabas muy alterada.

Suspiro y me tapo la cara con las manos.

—Te sujeté, y nos alejamos de allí —explica—. Obviamente, no iba a dejarte sola. Si te quedabas aquí, me aseguraba de que estarías bien.

—Muchas gracias —murmuro avergonzada.

—No te preocupes. —Me pone una mano en el hombro y siento una caricia—. Somos amigas, ¿no?

La miro unos segundos, procesando la pregunta. Ella me sonríe de una manera adorable, y sus pecas se marcan aún más. Me giro para mirar el despertador de mi mesilla, y mis ojos se salen de las cuencas.

—¿Has visto la hora que es?

—¡¡Joder!! —Vanesa da un brinco de manera elegante y divertida—. Llegamos tarde.

—Llegamos la hostia de tarde.

—Doña Addison se va a enfadar.

Me hace gracia que sea lo único que le importa.

Miro la camisa que llevo puesta. Apesta a alcohol y cigarrillos, está arrugada y...

—¿Qué es esto?

—Oh... es vómito.

Una arcada quiere salir por mi boca. Me la tapo con la mano y la miro.

—Sí. Un chico te vomitó encima —dice—. Lo siento. Te lo tenía que haber quitado.

—¡Joder, qué asco!

—Te tumbaste en la cama en cuanto la viste —se excusa—. Te quedaste durmiendo bocabajo en cuestión de segundos. No pude despertarte.

—Vas a tener que dejarme algo.

Vanesa abre el armario y elige varias camisas. Las tiende en la cama y me hace un gesto con la mano.

—Coge la que quieras. Creo que te quedarán bien. Llevamos la misma talla.

—Da igual si está grande —bufo—. No quiero ir a trabajar con una pota en la camiseta.

Addison Lane (Mejora del libro original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora