Dos

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 —Pero un momento..., ¿la misma mujer? —Mi amiga Rose abre los ojos como platos al escuchar la noticia, y agarra el botellín de cerveza entre las manos.

—La misma.

—La del garito del sábado y tu jefa..., ¿la misma persona?

—Que sí, joder.

—Hostia Abby —se tapa la boca con la mano—, ya verás qué pronto asciendes.

—¿Qué dices? No tiene nada que ver.

—¿No? —Elena interviene con media sonrisa—. Eso ya lo veremos.

Rose mira a Elena con complicidad y le dice:

—Pronto llegará diciendo: «chicas, tengo un aumento de sueldo de dos mil quinientos euros».

Pongo los ojos en blanco.

—Te has tirado a tu jefa —musita Elena—, ¡qué fuerte!

—Yo no sabía que era mi jefa —justifico, cabizbaja.

Estamos en nuestro bar favorito, un lugar llamado Ambrosía. Pequeño y mal iluminado, con las mesas de madera pegajosas y un olor permanente a fritanga que te llevas a casa quieras o no. El cóctel estrella es uno llamado Néctar, por el néctar de los Dioses. Y eso es lo que estamos bebiendo, el líquido viscoso que lo peta, y nadie sabe qué lleva exactamente.

—Me imagino tu cara al verla por primera vez —Rose suelta una carcajada—. Seguro que casi te desmayas.

—¿Y qué te ha dicho? —pregunta Elena, intrigada—. ¿Cómo ha reaccionado?

—No ha dicho nada. —Me encojo de hombros—. A ver, no era momento de decir nada.

—¿Ni siquiera después de darte la bienvenida a la empresa?

—Claro, no sé —sigue diciendo Rose con maldad—. «Bienvenida Abby, por cierto, qué bien me comiste el toto la otra noche».

Las dos se echan a reír de manera escandalosa.

Bebo con rabia y dejo tan fuerte el vaso en la mesa que temo haberlo partido por la mitad.

—No se lo comí. —Apunto.

—¡Qué pringada!

—Ya que te pones, tía —Rose da una palmada—, es lo básico.

—¿Os queréis callar?

La conversación se está yendo de las manos. No me gusta hablar de mi vida sexual. Ni siquiera con ellas. En ese aspecto soy muy tímida y reservada. Rose, Elena y yo somos amigas desde los tres años. Sí, desde los tres. Veintidos años al lado de estas dos locas. No sé cómo he sobrevivido tanto tiempo al caos que eso supone. Pero aquí estamos, al rededor de unas copas, contándonos las últimas novedades.

—Pero eso no es todo —digo sin tener muy claro si debo abrir la boca.

Las dos se incorporan en la mesa, como buenas cotillas que son.

—¿Qué ha pasado?

—Os habéis comido la boca cuando todos se han ido —dice Rose.

—No.

—Te ha dicho que tenías que pasar un examen oral. —Bromea.

—No es eso.

—¿¡Entonces!? —pregunta Elena, comenzando a perder los nervios.

—Está casada. —Suelto, y me llevo la copa de néctar a los labios.

Mis amigas quedan petrificadas el mismo tiempo que tardo en dar un sorbo al líquido rojo.

Addison Lane (Mejora del libro original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora