La mansión

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En medio de un bosque brumoso y silencioso, se erguía una mansión victoriana abandonada, sus ventanas tapiadas y su techo derrumbado insinuaban un pasado siniestro.

Un grupo de jóvenes exploradores, liderados por la intrépida Sarah, se adentraron en el bosque, atraídos por las espeluznantes leyendas que rodeaban la mansión. El aire era espeso y húmedo, y los árboles parecían susurrar secretos al viento.

"Tengo un mal presentimiento sobre esto", murmuró Sarah mientras se acercaban a la mansión. "Como si algo nos estuviera vigilando".

"No seas tonta", se burló su amigo Michael. "Son solo historias para asustar a los niños".

Pero a medida que se acercaban, un escalofrío recorrió la columna vertebral de Sarah. Un sonido extraño, como un gemido bajo, resonaba desde el interior de la mansión.

"¡Escuchad!", susurró. "Creo que hay alguien ahí dentro".

Los exploradores se detuvieron, escuchando atentamente. El gemido se hizo más fuerte, más insistente.

"¿Deberíamos entrar?", preguntó Sarah.

"No", dijo Michael con rotundidad. "Es demasiado peligroso. Vayámonos de aquí".

Pero la curiosidad de Sarah pudo más que su miedo. "No podemos dejar a nadie atrapado ahí dentro", dijo. "Tenemos que ayudar".

A pesar de las protestas de Michael, Sarah abrió la puerta principal con cuidado. Una ráfaga de aire frío y mohoso los envolvió, haciéndolos toser.

"¡Hola!", gritó Sarah. "¿Hay alguien ahí?"

Solo el silencio respondió.

Los exploradores se adentraron en la mansión, sus pasos resonando en el vacío. El polvo bailaba en el aire, iluminado por las débiles linternas.

De repente, escucharon un ruido sordo proveniente de la habitación contigua. Sarah y Michael se miraron, sus corazones latiendo con fuerza.

"¿Qué ha sido eso?", susurró Michael.

"No lo sé", dijo Sarah. "Vamos a ver".

Abrieron la puerta lentamente y entraron en la habitación. Estaba oscura y llena de muebles cubiertos con sábanas. En el centro de la habitación había una gran cama con dosel, sus cortinas corridas.

Sarah se acercó a la cama y apartó las cortinas. Lo que vio la hizo gritar de horror.

En la cama yacía el cuerpo sin vida de una joven, sus ojos abiertos y llenos de terror. Su piel estaba pálida y sus labios azules.

"¿Quién ha hecho esto?", gritó Michael.

"No lo sé", dijo Sarah, su voz temblorosa. "Pero tenemos que salir de aquí. Ahora".

Los exploradores salieron corriendo de la habitación y de la mansión. Corrieron por el bosque, sin mirar atrás, hasta que estuvieron seguros de que estaban lejos del peligro.

Pero era demasiado tarde. El horror que habían presenciado los había marcado para siempre. La joven muerta y la mansión victoriana se convirtieron en un oscuro secreto que los atormentó hasta el final de sus días.

Y así, la tragedia se apoderó de los jóvenes exploradores, su búsqueda de emoción convertida en una pesadilla de la que nunca pudieron escapar.

Mientras vagaban por el bosque, perdidos y aterrorizados, fueron perseguidos por una presencia siniestra. Uno por uno, los exploradores fueron cayendo, hasta que solo quedaron Sarah y Michael.

Acorralados en un claro, se enfrentaron a su destino. La presencia siniestra se manifestó en forma de una criatura horrible, sus ojos rojos brillando en la oscuridad.

Sarah y Michael lucharon valientemente, pero fueron superados. La criatura los mató sin piedad, sus gritos de terror resonando en el bosque silencioso.

Y así, la mansión victoriana se cobró sus últimas víctimas, su oscuro secreto sellado para siempre en la sangre de los jóvenes exploradores.

"Susurros De La Madrugada"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora