Entre el Dolor y el Deber

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Abro los ojos y los cierro para volver a abrirlos, giro de lado encontrándome con Yuri a mi lado, me sonríe.

—Buenos días dormilona —saluda animada.

—Buenos días —respondo con la voz aguda.

—¿Sabe lo que tiene de bueno? —alzo una ceja en forma de inquietud. —. Que a pesar de lo que le pase sigue igual de bonita.

Suelto una risita negando con la cabeza.

—Debe ser genética —alzo mi hombro sano. Hago una mueca de molestia viendo el otro.

—Tranquila, es incómodo, pero se le pasará —asegura. —. Le traje comida, ropa y su celular, lo encontró Carlo.

—¿Kenia? —inquiero.

—Mmmm ella tuvo que irse por unos asuntos familiares...

—¿Qué? —suelto sorprendida.

Ella se acerca más a mí y toma mi mano.

—Tranquila, puede que vuelva, aquí estoy para cuidarla.

—Pensé que debían quedarse por precaución —comento confundida.

—Nos pagan muy bien para —finge cerrar un zíper de su boca y sonrío.

—Quiero irme a casa —confieso acomodando mi espalda contra la almohada detrás de mí.

—Descuide, mañana le quitan eso y podrá regresar a casa, si no ocurren incidentes.

—¿Sabes si Alessia está aquí? —pregunto en un susurro.

—No —ella me responde de la misma manera negando con la cabeza.

Suspiro aliviada, aún no me cae bien, y dudo que logre caerme bien.

Aunque no tengo ganas ella me obliga a comer, y sigue con la misma amenaza de siempre, que el señor se enojará, aunque no es una amenaza tan comprometedora acepto y como sin refutar, además tanto ella como Kenia cocinan muy delicioso.

Espero ansiosa por el día siguiente, y se me hace eterno el día, antes de caer la noche Yuri se va dejándome completamente sola, con esos dos Italianos en la puerta, lo sé por su acento tan obvio.

Al día siguiente Carlo es quien viene por mí, no sé quien le pidió que lo hiciera pero sabe que es con quien más me gusta salir. Él es más abierto conmigo, los otros hombres de Leonardo son unos gruñones que ni me dirigen la palabra en todo el camino sin importar que tan lejos me lleven.

—No se ve tan mal —me dice con una sonrisa cálida.

Le devuelvo la sonrisa pasando un mechón detrás de mi oreja, sé que no me veo tan bien, no cuando se me nota tanto lo enferma que estoy, pero me siento bien, al menos estoy viva. Estoy para contarlo.

Miro mi brazo tratando de moverlo suavemente, ya no es necesario el yeso pero aun me duele un poco el hombro cada vez que muevo el brazo pero es un dolor soportable. Ahogo un grito en un jadeo al sentir como Carlo frena de golpe provocando que nos sacudamos dentro de la camioneta.

—¿Qué sucede? —pregunto atónita, aterrada por le miedo a que fuera un ataque.

—Quería ver a su esposo ¿no? —pregunta con una sonrisa de oreja a oreja.

Confundida miro hacia delante viendo un auto azul, más exacta, un ferrari, abro la puerta y con cuidado bajo, inmediatamente que siento los pies en el suelo lo veo, parpadea levemente y antes de siquiera poder moverme está frente a mí sosteniéndome de la cintura.

—No deberías estar aquí —dice mirándome serio.

—Me alegra verte —le digo con una sonrisa.

La elegidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora