ꨄ︎| Capitulo 5

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ꨄ︎|Orion's Heaven

Katherina

La chaqueta me queda grande. Me envuelve como si fuera un manto que huele a él, a madera, sándalo y especias. Me siento como una niña pequeña jugando a vestirse con la ropa de los adultos, pero por alguna razón, eso me da cierta sensación de seguridad. Tal vez es porque el italiano arrogante que la lleva es como una tormenta esperando a desatarse, y tener algo suyo me hace sentir parte de esa tormenta.

Estamos en su auto deportivo, un Ferrari negro con el techo abatible. El mismo que estaba junto al mío aquella vez que di la conferencia en la universidad, lo recuerdo por lo impresionante que se veía en aquel estacionamiento. Las ganas de preguntar me corroen.

Mientras conduce por las calles vacías, el motor ronronea suavemente, y el viento me despeina el cabello. Observo sus manos cubiertas por guantes de cuero, grandes y fuertes, sujetando el volante con una firmeza que me resulta extrañamente tranquilizadora. Sus músculos se marcan bajo la camisa mientras gira el volante, y la luz de las farolas ilumina sus pómulos y esas pecas que me gustan.

-—¿De verdad es necesario conducir tan rápido? — pregunto, aunque no estoy realmente preocupada. La velocidad es parte del encanto.

—Es lo que se espera de un coche como este. —responde él, con esa voz que siempre suena sarcástica, como si todo fuera una broma para él.

Horas antes de que amanezca y volvamos a ser profesionales, todo parece un sueño. La noche es nuestra, y el resto del mundo se ha desvanecido. No estoy segura de cómo terminamos aquí, pero no me importa. Ha sido una noche increíble.

La primera parada fue en un parque de diversiones. Lo vimos mientras conducíamos, un conjunto de luces brillantes y estructuras metálicas que se elevaban hacia el cielo. Sugería emoción y diversión, y por alguna razón, sentí la necesidad de ir allí. Él se negó rotundamente, diciendo que era infantil y estúpido, pero yo le sonreí, y algo en mi sonrisa lo hizo cambiar de opinión. Así que aquí estamos, en un parque de diversiones completamente vacío.

—¿Por qué está vacío? — le pregunto mientras nos dirigimos a los carros chocones —¿Nos metimos en un lugar donde no debíamos?

Él sonríe de lado, esa sonrisa que podría derretir el acero.

—Lo reservé para nosotros. Me gusta la tranquilidad. —explica.

—Ni siquiera sabías que vendríamos. ¿Cómo lo hiciste? —mi confusión es extrema.

—Tengo mis contactos. —aclara— Ya te mencioné eres predecible, mientras hablabas de lo mucho que te gustaban estas cosas de niña, lo reservé. Los lentos mueren rápido.

—¿Es un insulto? —pregunto.

—¿Te sientes insultada?

—No.

—Entonces no preguntes pendejadas. —responde— No quiero cambiar la expectativa que tengo de ti, Barbie. Te considero una mujer inteligente.

—Gracias, pero yo no vivo para cumplir con expectativas estúpidas. —aclaro.

Lo escucho reírse mientras avanzamos, decido tomar el control y guiarlo a la máquina de algodón de azúcar. Un señor con una cara de pocos amigos nos recibe, se nota tan aburrido.

—Dos algodones. —pido y luego recuerdo que no traigo mi bolso.

El italiano parece notarlo y saca un billete de cien dólares de la billetera que lleva en el bolsillo trasero de su pantalón hecho a la media, se lo entrega al señor tomando los dos algodones y entregármelos a mí.

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