ꨄ︎| Capitulo 17

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ꨄ︎| Advertencia y consecuncia


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Alessandro...

Hoy es uno de esos días en que la arrogancia se siente como un abrigo, y la sala del consejo del C.R.S. (Corte Reale delle Ombre) es el escenario perfecto para llevarlo al siguiente nivel. Al entrar, el aire está cargado de un ambiente tenso, pero también de poder. Los llamados "Intocables", aquellos viejos zorros que parecen haberlo visto todo, me miran con una mezcla de respeto y desdén. Es fascinante, realmente. Ellos saben quién soy: el King, un título que me gané no solo por mi ambición, sino por la audacia que me impulsa a jugar en las grandes ligas del crimen organizado.

Al sentarme en la mesa ovalada, me cruzo de brazos, observando a mis colegas. Todos son empresarios de fachada, políticos bien conectados, y un par de figuras de la realeza que se escudan tras una pátina de respetabilidad. A simple vista, son personas de bien, pero en sus manos hay más sangre que en las de un criminal común. Han forjado sus imperios con secretos y sucios negocios, mientras las sombras les susurran instrucciones desde lo más profundo de la Corte.

La tensión en la sala es palpable. Los centinelas, los silenciosos y letales guardaespaldas del C.R.S., permanecen inmóviles en las esquinas, con sus rostros cubiertos y sus miradas invisibles, pero sé que no pierden detalle.

Estos perros guardianes solo siguen órdenes, pero cualquiera que conozca el verdadero funcionamiento de este consejo sabe que el verdadero peligro está sentado en esta mesa. No en ellos.

El líder principal del consejo, un anciano con cara de piedra y ojos que podrían cortar el aire,  finalmente rompe el silencio que se ha alargado demasiado.

King —comienza, su voz grave resonando en la habitación—, esta reunión es una advertencia.

Konrad Dietrich, hombre alemán, astuto y poderoso que domina el contrabando de mercancías ilegales a través de las fronteras.

—¿Ah sí? —inquiero.

Mantuve mi mirada fija en él, sin parpadear, sin mostrar nada. Esto ya me lo esperaba. Aunque no me moleste en disimular el desdén en mi sonrisa.

—Tu comportamiento ha sido… inapropiado últimamente —continúa, con ese tono paternalista que odio—. Has interferido en las operaciones del C.R.S., y no podemos permitir que siga ocurriendo.

—¿Inapropiado? —repito, dejando caer la palabra en el aire como si no me importara en absoluto. Porque no me importa. Es una pérdida de tiempo.

—Has asesinado a Rosalie, un miembro valioso de nuestra organización —interviene otro de los consejeros, su tono lleno de reproche. Como si Rosalie fuera más que una simple ficha en este juego.

—Valiosa para quién —respondo con desdén, arqueando una ceja—. Era un estorbo, una mierda igual que su hermano. Y si vamos a hablar de crímenes, tal vez deberían revisar sus propios expedientes antes de señalar los míos.

El anciano no parece inmutarse, pero los otros empiezan a murmurar entre ellos. Esto se está calentando, y me gusta. Pero entonces, otro consejero, uno con una mirada afilada como un cuchillo, interviene.

Julien Lefevre. Su éxito se basa en su habilidad para establecer alianzas estratégicas con otros criminales y políticos corruptos, utilizando su influencia para eludir la ley y expandir su imperio, también invierte en empresas legítimas para blanquear sus ganancias.

—No es solo Rosalie. Has asesinado a nuestros centinelas, aquellos que juraron protegernos. Y todo, según parece, para mantener a salvo a una mujer que debería estar muerta.

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