"El sultán" Parte dos

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Mi llegada al palacio fue perfecta

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Mi llegada al palacio fue perfecta. No sólo me recibió el pueblo con regalos, sino que, el sultán me colmó de joyas y regalos. Pero quien no me recibió la mejor manera fue la sultana madre. 

Ella estaba en una celebración por el triunfo del sultán en su guerra. Justo cuándo yo llegué. 

—¡Atención! —gritó el eunuco— ¡La Sultana Nurten ha llegado! 

La celebración se detuvo y aunque oí susurros al atravesar las puertas, todas las bailarinas y esclavas hicieron una tenue reverencia. 

Coloque una sonrisa dulce en mu rostro y me presente ante la sultana madre. Noté la vena ardiendo en su cuello y la mirada asquerosa que me otorgó. 

—Sultana madre. 

—Nurten —respondio friamente. 

Me sostuvo la mirada mientras me agachaba del todo. Al volver a levantarse la cabeza, noté la mirada enojada de Hatice, que se encontraba a un lado. 

Maidevran también estaba allí. 

—Nurten, ¿qué estás haciendo aquí? —cuestionó Hatice. 

—¿Quién te ha dado permiso? —siguio la madre sultana, mientras se reincorporaba para acercarse a mí.

—No tienes permiso de pisar este palacio. 

—Este palacio es del sultan —respondí delicadamente. 

Noté la mirada curiosa de una hermosa pelirroja sobre mi. Ella estaba a un lado, a mi derecha. 

Esboce una sonrisa y la miré. 

—Usted debe ser la sultana Hurrem. Mi hermano me ha hablado de ti. 

Ella alzó ambas cejas sorprendida y rápidamente hizo una reverencia, sosteniendo si vientre abultado con delicadeza. Ella era realmente hermosa. 

—El Sultán me ha hablado de usted también, sultana Nurten. Es un placer conocerla. 

Entonces, la sultana madre me tomó del brazo con fuerza, enterrando sus uñas en mí.

—¿Cómo te atreves a ignorarme? ¡Maldita Niña! ¿Quién ha osado dejarte entrar? 

Pasé saliva, pero en ningún momento dejé de mirarla a los ojos. Ella me miró asustada cuando esboce una sonrisa y susurré: 

—No vuelvas a tocarme si aprecias tu vida, Hafsa. 

Entonces, se oyó el gritó del eunuco. 

—¡Atención! ¡El sultán Soleiman! 

La Sultana me soltó como si su vida dependiera de ello. Le di la espalda y corrí al encuentro con mi hermano. 

—Mi sultán. . . Siento haber causado este infortunio. 

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