Segundo libro de One Shots publicado.
•Abro pedidos cada cierto tiempo.
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•Contenido +18.
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La luna llena alumbraba el cielo oscuro de la noche. Siempre me había gustado admirar el cielo como si fuera la claridad de todos mis pensamientos.
Esto hacía en los ratos libres que tenía en el trabajo. Y eran pocos. Ser una de las siervas de la Sultana Mihirmah me mantenía, ciertamente, ocupada.
La sultana Mihirmah era la regente madre que mandaba en el harem del sultán Selim. Y era para quien trabajaba hace unos pocos meses.
Ella me había tomado como su criada cuando me vio caer con unas rosas que eran para la sultana Nurbanu.
La sultana Nurbanu, madre del primer príncipe del sultán Selim y su favorita. Ella me había tomado los primeros meses y era muy cruel. Era quien cortaba flores para ella todas las tardes, flores blancas.
Un día caí con ellas y me corté, así que la Sultana Mihirmah me llevó con ella. La hermosa sultana era mucho más fuerte y buena, agradable y dulce. Al menos con quienes eran de su agrado.
Esa noche la sultana Mihirmah había partido de improvisto hacia el palacio donde estaba su hija que estaba dando a luz. Así que yo estaba en su balcón, teniendo esos minutos de tranquilidad.
Apoyé mis codos en la barandilla de marfil, cerrando mis ojos con la brisa que me recorrió.
—¿Admiras la vista?
Esa voz repentina me hizo saltar en mi lugar y soltar un ligero grito de sorpresa.
—Por Ala, me asustó. Yo-
Mis palabras murieron en mi boca cuando vi el rostro de quien me había hablado.
Era el sultán Selim.
Bajé mi cabeza y cuerpo, asustada.
–Lo siento, su majestad. Qué torpe, no sabía que estaba usted aquí. Qué inoportuna, me retiraré, lo siento.
Extendió una mano hacía mi, haciendo que me detenga.
—Estoy buscando a mi hermana, Sultana Mihirmah, ¿Sabes en donde está?
—Ella partió al palacio de su hija, Sultán. La sultana entró en la labor de parto hace unos minutos. La sultana Mihirmah debió salir muy rápido.
Asintió.
—Mírame. Ya has bajado tu cabeza.
Levante la mirada para verlo. No logré evitar que el rubor se expandirá por mis mejillas.
Él era muy lindo. Pelirrojo, rostro duro, aunque bonito. Y unos ojos azules que quitaban el aliento a cualquiera.
—Lo siento, su majestad. Es que, me encuentro asustada. No quiero hacer una falta de respeto hacia usted.
