Estoy acostumbrado a que mi vida sea una locura. ¿Una familia de imbéciles, encerrados y algunos tornillos sueltos? Sí, cualquiera se volvería loco. (No es que lo sea. Soy diferente, eso es todo). Mis hermanos dicen que soy el canónigo libre de la f...
Antes de comenzar les comento que este capítulo tiene escenas muy delicadas, muerte, tortura, etc. Si tienen algun problema con aquello porfavor saltarse hasta el siguiente capítulo ya que tiene escenas muy fuertes.
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Revisé mi teléfono y miré el video en mi pantalla. Sergio todavía estaba profundamente dormido, hecho un ovillo. Su cabello castaño obscuro se extendía sobre su rostro cubriendo las hermosas pecas que decoraban su rostro. Puse otra manta encima de él para mantenerlo caliente y dejé una nota en su mesita de noche. Habíamos estado saliendo bastante los últimos días, pero necesitaba encargarme de esto.
Tampoco hemos tenido relaciones sexuales. Siento que me estoy volviendo jodidamente loco.
Habíamos estado usando mi cama para su propósito real. Maldito durmiendo. Quiero decir, no estaba enojado por eso. Sergio se aferró a mí como una segunda piel en medio de la noche. Ni siquiera era necesaria una manta con él cerca. Y era tan pequeño que no me sobrecalenté.
Estaba listo para escalar las paredes, pero al mismo tiempo, era yo quien nos hacía tomar las cosas con calma. A mí. En esto es en quien me está convirtiendo. Una especie de maldito santo. Gruñí. Por mucho que amaba a Sergio deslizándose en mi agujero, él había estado luchando después de todo el asunto de Esteban Ocon.
¿Puedo volver a ser puta y hacer lo que quiero? Eso fue mucho más fácil.
Un ruido ahogado llegó a mis oídos. Dejé mi teléfono, sacándome de los pensamientos sobre Sergio mientras me concentraba en la silla en el medio de la habitación. Esteban me miró fijamente, pero pude ver el miedo en sus ojos. La mordaza que tenía en la boca lo mantuvo callado la mayor parte del tiempo, excepto por gruñidos y tonterías ahogadas.
Miré el teléfono por última vez antes de obligarme a dejarlo en paz. Sergio tenía mi número. Le compré un teléfono el otro día, así que si realmente quería contactarme, podía hacerlo.
Extendiendo la mano, saqué la mordaza de la boca de Esteban. Tosió, sus ojos fijos en mí mientras miraba hacia arriba.
"¿Qué deseas?" preguntó.
"Quiero saber si alguna vez tocaste a Sergio".
Él se puso rígido. "No."
"Sin embargo, querías hacerlo".
Esteban Ocon parpadeó. Cuando no dijo nada, mi puño se estrelló contra su pecho. Se atragantó, se quedó sin aire mientras farfullaba y me miraba con ojos enormes. El miedo se apoderó de él. Sonreí. Hombre, me encanta cuando se ven así.
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