La decepción final: Otra historia del Baúl No.2

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Pasaron los meses y poco a poco, después de varias noches de llantos que adormecían su vida y chicos con los que salía, logró superar el sentimiento de amor que Antonio sentía por Paulino. Durante los días posteriores al retorno de Paulino a la Ciudad de México, Antonio se dedicó a investigar la manera de asistir a un congreso juvenil de la congregación eclesiástica a la que pertenecía Paulino. Supo que a finales de julio se haría tal evento en Puebla y acordó con una chica de la congregación de San Francisco asistir cuando el sacerdote hiciera la invitación general. Los abriles de aquel año se tornaron grises de tormentas y se dejaba llevar por los ruidos de la lluvia para escribir todos sus sentimientos. Las cosas que jamás pudo decirle fueron plasmadas en poemas narrando la historia de un idilio que existió en sus superficies cerebrales, en pequeños fragmentos llenos de nostalgia por lo recordado y lo anhelado. Reinventó sus conceptos e inició su metamorfosis en búsqueda de la superación personal que perseguía y el tiempo seguía corriendo en la carrera interminable de la posteridad.
Llegó julio y para su sorpresa, no recibió invitación para asistir al evento y no supo nada de él. Para ese entonces Paulino había desaparecido de su historia y lo poco que sabía de él era por contenido que posteaba en raras ocasiones en sus redes sociales.
Conoció nuevos chicos y desarrolló nuevas afinidades que disfrutó muchísimo, eso pudo sacarlo a flote de la depresión que lo inundó en ese abril. Antonio creyó que la vida le estaba arrancando su recuerdo y sonrió. Pero el destino tenía preparados otros planes.
Paulino, por su parte, luchó enormemente por arrancar de tajo el recuerdo de Antonio. Para sus credos, el enamorarse de Antonio lo catalogaba de absurdo e inmoral, sus familiares no permitirían que Paulino hiciera semejante acto. Y él lo sabía. Por eso decidió dejarle de hablar a Antonio. Se refugió en la escritura, en sus estudios y en la oración. Pero en el fondo de sus plegarias, rezaba para que Antonio nunca lo olvidara así como él no lo haría. Lo recordaría como el chico más diferente, más atento, más entregado que pudo haber conocido. Se guardó para sus adentros el momento en que lloró con su cabeza en la ventana del autobús aquel 9 de abril, rumbo a la Ciudad de México. Nunca le contó a nadie que había conocido a Antonio, ni mucho menos que había tambaleado sus credos espirituales y que las historias que sus padres le habían inculcado empezó a verlas desde otra perspectiva. Pero tenía miedo. Una angustia terrible se apoderaba de sus interiores y no sabía lo que sus pasiones podían ocasionar en su familia, en su congregación y en sus amigos. Tenía infinito miedo al rechazo, así que optó por el camino fácil del ghosting. De vez en cuando se asomaba por las redes sociales de Antonio y miraba sus nuevas publicaciones. Anhelaba ser tan libre como él, quería vivir la vida como quería y no como se lo dictaban. Tal vez necesitaba tiempo.
Y en sus fallidos intentos de regresar al camino señalado por su familia, probó por escribir un intento de poesía atacando a la comunidad LGBT+. Pensaba que haciendo eso, sus pensamientos volverían a la “normalidad”. Nunca se esperó que Antonio vería esos poemas.
Era noviembre cuando Antonio descubrió una cuenta alterna a la de Paulino en TikTok. Se le hizo extraño ver qué esa cuenta pertenecía a sus contactos. Vió en los títulos algo extraño, pero el contenido de esos videos era deplorable. Atacar el movimiento por el que tantas personas habían luchado a través de los años menospreciando a la gente y las identidades le pareció de lo más asqueroso que Paulino pudo haber hecho. Escuchar la voz que en un momento le parecía atractiva al son de una guitarra recitar líneas de odio fue sangre en sus oídos. Quiso llorar de impotencia y decepción. Se dió cuenta que las pequeñas decepciones que había sufrido al lado de Paulino no se comparaban en absoluto con las cosas que había dicho en esos vídeos. En un arranque de ira, Antonio quemó la hoja que guardaba de Paulino, borró sus fotografías, eliminó las canciones que había grabado a escondidas y desechó todo rastro de su existencia. No quería saber nada de Paulino ni de su futura vida. Burlarse de un movimiento al que pertenecía le pareció bajísimo y golpeó sus sensibilidades terriblemente.
Pasaron otras semanas y llegaron las vacaciones de Navidad. Antonio se fue a Puerto Madero con sus familiares para disfrutar de unos días maravillosos junto a las olas. Paulino se fue con unos amigos de vacaciones. No estaba convencido pero lo animaron y sabiendo que en ese viaje podía despejar su mente y ponerla en orden, decidió acompañarlos. Sus amigos le dijeron que irían a Puerto Madero y a él no le importó demasiado. Fuera el lugar que fuera, para él era igual. Paulino y sus amigos abordaron el avión a las 6 de la tarde para descansar por la noche. Al aterrizar en el Aeropuerto de Tapachula, tomaron un taxi y se fueron a un hotel en Puerto Madero. Curiosamente, a tres cuadras estaba la casa de los parientes de Antonio y él viviría ahí durante los próximos días.
La mañana siguiente Antonio salió con algunos amigos del lugar para recorrer el malecón e irse a la playa a disfrutar de los mares. Su felicidad no tenía precio y estaba lejos de imaginarse qué Paulino estaba tan cerca de él con sus amigos, tomándose fotos en el letrero del malecón. Antonio y Paulino no se percataron de su cercanía, hasta que los amigos de ambos les gritaron que irían a comprar algunas cosas para irse a la playa. Ambos quedaron solos, a pocos metros, viendo las olas romperse en la orilla. Cuando Paulino volteó, vió a Antonio grabando el momento en que una ola se alzaba por el acantilado. Temeroso, decidió acercarse y rompió el hielo:
– Antonio… hola.
Antonio, nervioso y al percatarse de quién se trataba, solo pudo articular un “Hola” a secas. No sabía por dónde empezar, no se esperaba ese reencuentro, incluso había imaginado que jamás pasaría, pero estaba aconteciendo en ese momento:
– ¿Qué haces aquí?
– ¿De verdad te importa lo que haga aquí? No intentes quedar bien conmigo.
– No es eso, solo quería saber cómo estabas.
– Ya me viste. Estoy muy bien, mejor que nunca. Me imagino que tú también estás bien.
– Creo que tenemos que hablar.
– No, yo no lo creo. Han pasado más de ocho meses desde tu último mensaje, es tiempo suficiente para darse cuenta de muchas cosas. Descubrí que eras homofóbico. ¿Debo aplaudirte?
– De eso precisamente quiero hablar.
– No hay mucho que decir; estás cerrado de mente, eso es todo. No trates de darme una explicación religiosa para algo tan obvio. Finalmente, esas son tus creencias y aunque me sentí atacado, ya lo superé.
– De verdad no era mi intención agredirte con lo que escribí.
– Ah bueno, no me quiero imaginar si hubieras tenido la intención de atacarme. Paulino, esto no va a ningún lado.
– Sé que fuí un idiota.
– Totalmente.
– Tengo algo que decirte.
– Mira Paulino, lo que tengas que decirme está de más. Te escribí una carta, podría reclamarte por no darme una respuesta pero era evidente que no me ibas a responder y estoy bien con eso. Pudimos hablar, pudiste hacerme sentir que no te afectaba pero hiciste lo contrario. Y hubiera estado bien con eso. Tus comentarios en redes me dolieron y nunca me lo esperé de ti. Lo que me digas ahora no reparará lo que ya se rompió.
– Al menos escúchame, por favor.
Los amigos de Antonio llegaron donde estaban hablando y solo pudo despedirse:
– Hablaremos luego. Adiós Paulino.
Se fueron a divertir en las olas. Antonio conoció a un chico increíble pero la conversación con Paulino lo perseguía. Aún no concebía el hecho de su presencia en el mismo lugar y sus palabras. El día pasó sin muchas novedades y en la noche, Antonio decidió salir a contemplar el mar romperse en el acantilado. Algo le decía que tenía que escuchar a Paulino, aunque él no quisiera hacerlo. Su mente lo invocó y en minutos, él estaba parándose al lado de Antonio. Su presencia le daba algo de pavor y nerviosismo a la vez. Por unos segundos, solo se dedicaron a contemplar el reflejo de Puerto Madero en los mares y finalmente Paulino articuló palabras:
– ¿Te das cuenta que los destinos de Dios son perfectos?
– Hoy no, Paulino. No hablemos de Dios ni me des reflexiones. Hablemos de lo que quieras, menos de Dios.
– ¿Por qué?
– No soy el mismo Antonio, tampoco estamos en el pueblito donde me conociste. Seamos honestos. ¿Eso querías, no?
– Está bien. Dí lo que tengas que decir y después hablaré yo.
– ¿Estás seguro que quieres que inicie yo?
– Totalmente.
– Bien. Comencemos con el principio. Cuando te ví, no tenía la mínima intención de acudir a la iglesia. Lo hice por ti. Te seguí a la predicación y a las visitas de caridad solo por ti, para impresionarte. Tengo que reconocer que estaba muy herido y eso me hizo acercarme a ti, idealizarte y convertirte en símbolo de buen amor. Admito que me dolió equivocarme contigo, las pequeñas decepciones que me hice por pensar que superabas los requisitos de mi querencia fue un dolor que me autoinflingí. Busqué culpables y tú eras el blanco perfecto, pero tardé en darme cuenta que el único responsable de las lágrimas que derramé fuí yo mismo. Y fue cuando me encontré con esos vídeos tuyos. Por cierto, debo felicitarte por la excelente edición y el sentimiento de odio que plasmaste. Eres tan creativo que me dejaste sin palabras. Entonces me pregunté “¿Qué tan coherente eres con las reflexiones que dijiste una vez delante de la comunidad?”. Y decidí olvidar la mayoría de sucesos que viví mediante poemas y textos terapéuticos. Esas son las cosas que jamás pude decirte, hasta hoy. Por cierto, grabé de escondidas todas tus canciones; pero no te preocupes, ya las he borrado. Mentí un poquito pero es lo menos importante, lo meramente necesario era decirte todo esto. He terminado, ¿tienes algo que decir?

Paulino pensó un poco la situación y carraspeó. Tragó saliva y finalmente tomó la palabra:
– Pido perdón por todo lo que hice, tal vez inconscientemente. Nunca me imaginé que mis movimientos despertaron pasiones en tu vida. Cuando te conocí, reconozco que algo dentro de mí quería sentir tu cercanía. Eras tan cálido, tan interesante. Compartíamos muchas cosas en común y aproveché todo eso para acercarnos poco a poco. Pero también mis convicciones, todo lo que me enseñaron mis pastores, mis padres y familiares, salieron a flote y me hicieron retroceder. Tenía ganas de un beso tuyo, poder descifrar el sabor de tu labio con el mío y tantas cosas. Sin embargo me detuve por el temor a mis creencias. Sobre los vídeos, estuve yendo a un retiro en mi parroquia donde hablaron precisamente sobre la homosexualidad y los mitos que la rodean. Fueron discursos de odio que llenaron mi corazón de ira conmigo mismo y en ese lugar escribí esos poemas. Lleno de esas ideas, se me ocurrió hacer videos rápidos recitando esos versos y los subí en una cuenta alterna a la mía. Sé que estuvieron terribles y que eso terminó de tirar la imagen que tenías de mí al piso. Tengo que reconocer que me enamoré y en estos meses duros, el no saber de ti fue una piedra que rompía todo en mí. Perdóname por todo lo pasado y por lo que voy a hacer.

Tomó aire y rápidamente, acercó su rostro al de Antonio y le dió un beso lento. Paulino cerró los ojos y se dejó llevar por la magia de los labios de Antonio. Por su parte, este último retrocedió su rostro pasados unos minutos. Miró fijamente a Paulino y habló de manera dura y directa:
– ¿Me puedes explicar qué acabas de hacer?
– Te dí un beso. ¿Hice algo mal?
– ¿Qué persigues con esto?
– Quiero que en este viaje seas el chico de mis sueños veraniegos. Claro, será un secreto entre tú y yo. El secreto de lo prohibido para el mundo.
– ¿Te estás escuchando? Han pasado muchos meses, muchas cosas y esto es tan innecesario. Paulino, lo que alguna vez sentí por ti ya no existe. Y si aún existiera, no sería tan fuerte para sacrificar mi felicidad por un secreto. Y déjame aclararte esto, lo haré una vez. Yo no soy el secreto de nadie. Deja tus estupideces para alguien que si sea capaz de ser tu juguete.
– Yo no quiero jugar contigo. Pero tampoco estoy seguro de gritar al mundo lo que siento por ti.
– Trabaja eso en ti, pero a mí no me involucres. Ya te dije, no te amo. Pude guardar un cariño para ti, pero con lo que acabas de decir, sepultaste las buenas cosas. No tengo ganas de seguir hablando contigo. Me dió algo de gusto verte, pero ya no hay muchas cosas por las cuales seguir en contacto. De verdad, espero que puedas encontrar tu verdadera esencia y sobre todo, que la aceptes; que puedas encontrar a una persona a la que no le ofrezcas la oportunidad de ser un secreto y amar la vida con todos los matices que muestra. Espero que seas feliz.

Antonio se fue por el malecón; no pudo evitar soltar unas lágrimas, tal vez por la decepción final o el término de la situación. Vió una silueta en una palapa y la reconoció de inmediato: era el chico con el que salió en la tarde. Paulino gritaba y corría tras de él pero se detuvo al ver que Antonio correspondía al abrazo de aquel hombre y se fueron así, abrazados para contemplar el mar. No insistió más y retrocedió. Se dió cuenta que su cobardía alejó al chico más sincero que había conocido durante su predicación en un pueblito de provincia. Ambos sentían el peso de la decepción, un peso que los perseguiría durante mucho tiempo.

 Ambos sentían el peso de la decepción, un peso que los perseguiría durante mucho tiempo

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Una mariposa que nació en Ontario (SEGUNDA PARTE: CRISÁLIDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora