Epístola de una mujer herida

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He pensado con sensatez las cosas que suceden entre nosotros, querido mío. He tomado la firme decisión de dejarte partir para que vueles en libertad por otros cielos más favorables para ti. Sé que haz dicho que te sientes pleno a mi lado, pero no hay que engañarnos. Ya no soy joven, cariño; estoy seca para unir mi vida a la tuya.
En cambio tú, eres apenas un botón de rosal que se prepara para encender sus colores y sus fragancias en los jardines de la omnipotente vida que pasa día tras día. Yo soy una rama que dejó de florear hace tiempo, no hay tantas posibilidades de que nuestro idilio funcione.
Hay rostros más lozanos, más frescos al calor de una tarde de mayo; hay manos tan lisas como las hojas de la menta; hay ojos más luminosos, tan azules como las profundidades del océano. Hay más mujeres jóvenes y encendidas como tú, amado. No hay necesidad de que ates tu alma y tu hermosura a mi marchita presencia, eres más que fresca carne que acude a mis llamados pasionales. Tus manos deben posar en cuerpos divinos, no en pieles curtidas por los dolores de la vida. Por eso te lo pido, aléjate de mi presencia, amado. Eres el amanecer naciente, empiezas a cobrar fuerza por los firmamentos; en cambio yo soy un atardecer que se muere en las cumbres de la pena y el desasosiego de la vejez próxima. Tienes que brillar, tienes que vivir y cobrar experiencias majestuosas en la Tierra. Yo no tengo que ofrecerte en tu naciente vida. Eres un niño para mí, aunque hayas despertado y saciado mis bajos instintos. No dudes de mi amor, porque ha sido tan sincero como las historias que te conté en nuestras noches de luna menguante. Mi amor fue y será siempre la verdad absoluta sobre mis páramos, sobre mis pedregales donde recostamos nuestras espaldas al calor de los dulces deseos.
El néctar juvenil de tu boca amada seguirá intacto en mis apesadumbrados labios, tus caricias son pinceladas indelebles sobre mis pergaminos y todo tú eres el recuerdo latente de mi amor imposible, de mis deseos atrevidos. Soy una mujer herida que se dejó envolver en los juegos del amor, y ahora tenemos que pagar con la huída.

 Soy una mujer herida que se dejó envolver en los juegos del amor, y ahora tenemos que pagar con la huída

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Una mariposa que nació en Ontario (SEGUNDA PARTE: CRISÁLIDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora