Las pequeñas decepciones: Una historia del Baúl No.2

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Él creyó que su nuevo amigo era una persona con la cual compartía demasiadas similitudes de vida. Antonio conoció a Paulino en las vacaciones de Semana Santa cuando llegó a su pueblo para predicar la palabra de Dios por parte de la parroquia regional. Antonio acudió a la convivencia juvenil en su pueblo pensando que irían más chicos y pasar un rato agradable, pero no fue así. En el atrio de la iglesia solamente estaba Paulino, sentado viendo el cielo. Se acercó lentamente y cuando Paulino sintió su presencia, se incorporó y lo saludó efusivamente. Nadie más llegó, así que Paulino empezó a hablar acerca de temas bíblicos que a Antonio no le interesaban demasiado.
Antonio siempre había creído que el Dios del que tanto hablaba todo el pueblo era mágico. Pero a la vez creía que la iglesia era hipócrita en sus actos, mientras predicaba una palabra que invitaba al amor, usaba la misma palabra para incitar al odio a la diferencia de vidas. Se cuestionaba siempre el poder de la Iglesia sobre la población, a la cual no le llamaba la atención lo suficiente preguntarse las cosas básicas del mundo religioso. Pero cuando vio a Paulino ese primer día, todas sus conspiraciones religiosas parecieron esfumarse por los aires de San Francisco. Entonces recordó las veces, cuando era más pequeño, que esperaba con ansias la llegada de las vacaciones de Semana Santa para regresar a su pueblo y reencontrarse con sus amigos en las convivencias juveniles que organizaban los predicadores que visitaban su iglesia. Pasaban momentos agradables, bailaban, cantaban y nadaban en las entrañas del río durante los días soleados. Todo era risas y momentos felices al lado de sus personas favoritas. Los años pasaron y todos sus amigos se fueron a la ciudad para continuar su vida, mientras él se quedó esperando su momento para volar lejos de los campos de San Francisco. La pandemia había cambiado completamente los desolados panoramas del futuro en Antonio y creía que sus planes no sucederían tal como los había imaginado en antaño. No esperaba ya nada de ninguna vacación, los días transcurrían uno a uno sin diferencia alguna, los campos reverdecían y se secaban al paso de las estaciones y sus ilusiones de amar se habían difuminado por los aires.
Con esas páginas gastadas de su vida, llegó esa vacación en la que despertaron nuevamente sus adolescentes canciones de amor. A pesar de contrastar con los ideales eclesiásticos, colaboraba con la iglesia de su pueblo en ciertas ocasiones y en ese momento interpretaría el papel de un apóstol en la recreación de la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén durante el Domingo de Ramos de su pueblo. Ya había visto a Paulino la noche anterior vestido de azul total tocando notas en su guitarra y quedó prendado del misterio que emanaba su presencia. El domingo por la mañana se presentó en el atrio de la iglesia con su corona de limonaria, un arbusto de su región, y su túnica blanca para entrar en papel. Lo vio organizando todo con la ministra y ensayando sus canciones para el momento. Todo el pueblo entraba en furor con la llegada de la Semana Santa con esa recreación para celebrar la misa e iniciar la “castidad” que esa semana reclamaba. Terminada la misa, Antonio sintió la necesidad de acercarse a Paulino para preguntarle por la convivencia juvenil, así que lo hizo y pactaron una hora para la reunión.
Y ahí estaba, frente al atrio con Paulino a su lado en una banca, escuchando preguntas que no sabía responder. Se sentía como un tonto porque sus pensamientos estaban en otras galaxias navegando en realidades absurdas mientras Paulino hablaba sobre el amor. Una de esas preguntas es la que siempre llevará clavada en el alma: ¿Qué era lo que podía hacer por amor? En ese momento respondió una estupidez que ni siquiera recuerda y Paulino se rio de ello.
Después de la “aburrida sesión” que había tenido con Paulino, llegó la hora de conocerse mejor. Le preguntó por sus hobbies favoritos y ambos coincidían en escribir poemas. Paulino le mostró un vídeo reciente donde recitaba un poema de su autoría en un concurso de talentos de su universidad y se maravilló de su hermosa capacidad de crear rimas perfectas. Antonio siempre creyó que la rima no era tan necesaria en un poema, lo importante era lo que quería comunicar en sus palabras y así lo había hecho siempre. Pasaron al tema musical y Antonio sin tapujos le dijo que su artista favorita era Taylor Swift. Él le preguntó quién era y Antonio quedó sorprendido. Le explicó brevemente y después llegaron algunos adultos al servicio eclesiástico a platicar con Paulino e hizo que Antonio lo ayudara a animar la conversación. Al terminar la convivencia, Antonio se despidió de Paulino y se estrecharon las manos.
Quedó cautivado con las pequeñas conversaciones que sostuvieron y al día siguiente Antonio lo buscó en la casa azul de huéspedes donde dormía para llevarlo a desayunar. Caminaron recorriendo las calles del pueblo para que Paulino lograra ubicarse. Antonio no se preocupaba de nada en absoluto por el tiempo que pasaba al lado de su nuevo amigo. Sin embargo, los sentimientos de amor florecieron desde el primer instante, y aunque quiso reprimirlos y hundirlos en lo más profundo de sus entrañas, no lo logró. Así que era precisamente por esos sentimientos que actuaba de la manera más afable posible para no separarse de su lado.
Transcurrió esa semana fugazmente y se enamoraba cada día más y más. Durante ese tiempo intercambiaron anécdotas, poemas, ideales y canciones mientras recorrían el pueblo predicando por las casas. Los ecos de la gente sonaban lejanamente, pero Antonio ignoraba todo, finalmente ya estaba acostumbrado a ser el centro de atención de las historias falsas que se inventaban. El sábado llegó y Antonio sabía que Paulino tenía que marcharse de San Francisco para siempre. Nunca había creído en amores fugaces, pero en esa ocasión estaba sintiendo las garras de un idilio que nunca se realizó por el temor de Antonio. Un temor al rechazo que no quería volver a sentir, desde años atrás cuando decidió confesarle la verdad de su amor a un hombre que fue el vendaval que limpió las impurezas de una estrella de David marchita. Las decepciones habían secado de a poco su alma y no quería perderla. El sacrificio por sostener una amistad sobre los cimientos de su amor era la elección que Antonio hacía por conservar la interacción con Paulino.
Por la noche, cuando se despidieron para verse al día siguiente en Los Parques de San Carlos, los nudos en la garganta se apretaban con más fuerza, a punto de romperse. Lo único que pudo decir Antonio fue: “El lunes es mi cumpleaños”. Paulino solamente dijo: “Felicidades” y cada quien siguió su camino.
Llegó el domingo y de camino a San Carlos no hablaron. El aire se sentía pesado; monótono el día. Las palabras y los recuerdos flotaban en armonías azules de melancolía, pequeñas lágrimas se asomaban por los ventanales cafés de los ojos de Antonio. Se tomaron fotos que ninguno de los dos reclamó y cuando llegó la hora de partir, un abrazo los unió. Antonio se sentó en una banca de Los Parques a observar cómo el hombre que le había devuelto y arrebatado la esperanza de ser feliz en una semana se iba a Ciudad de México. Sabía que no lo volvería a ver en un largo lapso de tiempo.
Regresó a San Francisco y tenía terror de ver las calles, la casa azul, el río, una hoja de papel con pasajes bíblicos que le había regalado. Todas las cosas que lo habían unido a su existencia ahora le pesaban enormemente. La tarde para él ya no tenía color, las cosas que sucedían a su alrededor no le interesaban. Su mente viajaba alrededor de la carta que le dio confesándole sus sentimientos y se esperaba alguna respuesta, pero no sucedió.
Llegó el día de su cumpleaños y su amigo fue a visitarlo. Antonio le contó toda su situación y decidieron irse a celebrar al río. Pudo sonreír un momento después de llorar por perder la presencia de Paulino y se divirtieron contando sus anécdotas y jugando en las cristalinas aguas. Limpiaron sus impurezas emocionales y regresaron al pueblo. Antonio tenía ilusiones de recibir algún mensaje de Paulino felicitándolo por su cumpleaños, ese gesto lo haría enormemente feliz.
Pero no había nada en su teléfono. Ninguna llamada perdida, ningún mensaje, nada. En sus pensamientos buscaba excusas para justificarlo. Quizás era el cansancio de su retorno, o una reunión familiar que lo mantenía ocupado. Nunca quiso ver qué realmente a Paulino no le interesaba enviarle buenos deseos por su cumpleaños.
Antonio esperó pacientemente a que dieran las doce de la noche, seguía albergando esperanzas ilusas, pero en el fondo ya sabía la verdad. Y así fue, Paulino no le envió un mensaje de felicitaciones. Ese fue el final del inicio de una serie de pequeñas decepciones que mataron el amor de Antonio.

 Ese fue el final del inicio de una serie de pequeñas decepciones que mataron el amor de Antonio

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Una mariposa que nació en Ontario (SEGUNDA PARTE: CRISÁLIDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora