Un tiempo después, ya adentrándonos a mitad de año, unos vendedores de semillas llegaban con su carreta a Los Ángeles para vender. Pero por sorpresa, los venían siguiendo enmascarados el Rana y el Dentista, enviados por su jefe, don Rodrigo Malapensa. Si bien el plan era robar los bolsones de semillas, fracasaron a la hora de llevarse las bolsas, pero pudieron dejar inconscientes a los conductores. Pero ellos, iban confiados que los bolsones eran de monedas de oro.
-Oye Dentista, mira lo que encontré. -rajó un poco la bolsa para ver el contenido que había dentro. -espera, ¿estás no son semillas para aves? -dijo confundido y desilusionado. - ¡¿Esto es lo que el jefe nos mandó a robar?! ¿es una broma o qué?
En eso, detrás de los dos salió don Rodrigo, los asustó tanto que el Dentista casi se cae de su caballo.
-Estas semillas valen más que el oro inútil. -dijo con voz de matón don Rodrigo. - ¿Así es como cuidan sus espaldas? Podría haberlos tumbado sin que me vean.
-Bueno, no es mi culpa. -dijeron los dos señalándose.
Luego cargaron los bolsones y los llevaron a la hacienda de don Rodrigo, dejaron a los vendedores en medio del camino. Cuestión que antes de que se retiraran, uno de los vendedores, que estaba consciente, se agarró del puño del saco de don Rodrigo y forcejeando le arrancó un botón que llevaba sus iniciales. Este lo dejó inconsciente, y escapó con los otros.
En el pueblo, esperaba escondida en una sombrilla la ahora "doña" Isabel Verdugo -al casarse recibió el apellido de su esposo- quien estaba con el mentón en alto, mirando con desprecio a las personas que pasaban por allí, como si ella no lo hubiera estado tampoco. Luego de unos diez minutos, arribó en frente del cuartel don Luis Verdugo, al bajar, está fingió haberlo esperado con ansias, ya que ella no lo quería ni ver.
-¡Luis! -exclamó Isabel. -Es bueno estar en tus brazos, no sabes lo que te he extrañado.
-Pero querida, ¡hace unos tres días estábamos gozando de un excelente baile! -dijo tomando su mano para besarla.
-Lo sé amor, pero es inevitable que no estés conmigo. -dijo disimulando su tono irónico.
En eso, se paseaba don Alejandro junto a Diego y Bernardo. Este saludó a don Luis, su esposa lo presentó.
-Querido, te presento a don Alejandro de la Vega, un importante hombre en Los Ángeles, y gran amigo de mis padres.
-Pero don Luis, ¡Cuánto tiempo ha pasado! -estrecharon sus manos. -Él es mi hijo, Diego.
-Señorita, don Luis. -saludó Diego bajando su cabeza en reverencia. Por su mente no dejaba de pensar si era el matrimonio (o la esposa) más fingida que él haya visto. -Espero que esté a gusto aquí en Los Ángeles, señor.
-Por supuesto, con la cálida bienvenida de mi esposa, nada es mejor. -dijo don Luis mirándola a los ojos.
-Bien, ahora si nos disculpan, debemos ir a nuestra hacienda. -hizo una reverencia hacia los muchachos. Se despidió y fue en el carruaje con su marido hasta la gran hacienda.
Cuando se dirigían a su carruaje, se toparon con don Rodrigo Malapensa y sus secuaces, se saludaron, ella recibió un comentario del todo halagador por parte de Malapensa, se trataron como si nunca se hubieran visto, ya que su marido no podía saber nada de lo que estaba escondiendo este. Ella vio su saco, los botones de la manga llevaban una "M" en una caligrafía de origen irlandés, se quedó pensando en eso. Luego se despidieron de ellos y subieron al carruaje. Allí iban discutiendo sobre el saludo con don Alejandro.
-Amor, ¿conocías desde antes a don Alejandro?
-Pues si querida, es un hombre muy importante para el gobernador, sabes, es de las familias más ricas de California.
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El Zorro no terminó como debía haber terminado
Ficção HistóricaEl jóven Diego de la Vega, recien llegado de España, comienza a vivir junto a su padre luego de estar seis años alejado de su tierra. Su bienvenida lo lleva a enamorarse de su mejor amiga de la infancia, Carmen, quienes comienzan a conocerse aún más...