Epílogo

26 2 0
                                    

Desde ese veintidós de abril, los días se habían vuelto largos, no valía la pena volver a caminar por las extensas praderas de Los Ángeles. Ya nada importaba, ni siquiera las rutinas. Todo era lúgubre y frustrante, ya no había motivos para seguir con lo cotidiano; Tanto fue así como para Diego, quien no dejaba de lamentarse y arrepentirse de no haber hecho las suficientes cosas para poder salvarla, su enojo comenzó a plasmarse cuando se lo vio en la taberna en un horario nocturno, no entendía por qué dejó que la bala cayera en ella, o por qué no llegó antes de que Toledano la rapte por segunda vez. Solo sabía que ya la perdió y posiblemente, según le afirmó en una pelea con Inés, no volver a enamorarse, sabía que ya era suficiente haberla perdido de la forma en la que la perdió, no quería sentirse miserable en su vida otra vez.

Fue así, como comenzó a decaer de a poco, en la hacienda de los de la Vega no se hablaba de la muerte, si se mencionaba su nombre o algo relacionado con ella Diego solo estallaba de la rabia y bajaba a la bodega de la casa, subía a su habitación y no bajaba hasta después de que cayera dormido. Estas acciones así comenzaron a ser normales para Inés y don Alejandro, pero este, estaba más que preocupado por ello. No entendía por qué tal reacción, cuando su esposa murió, no cayó en la adicción de la bebida, mucho menos en la pipa. Cada día el estado de Diego se tornaba lamentable, su pérdida de peso, sus escapes en medio de la noche vestido del Zorro con Tornado -lo cual preocupaba mucho a Inés-, las discusiones con su padre mientras él estaba ebrio, todo esto le ocurría con tal de sentirse mejor a semejante perdida.

Unos días luego del desgarrador funeral, don Luis decidió marcharse con la Condesa, dejando su casa a cargo de los criados como alguna vez lo hizo en el pasado; mientras hacían las remodelaciones en aquella hacienda, el que no dudó en visitarla fue Diego, quien tenía la necesidad de volver a aquella habitación una vez más, ya que, luego de largos días donde no salió de su habitación, reincorporó su mente reflexionando que, a ella no le hubiera gustado que él actuara de esa forma. Él, al entrar en la residencia, sintió el cosquilleo en su estómago, tenía el presentimiento y los recuerdos de que ella estaría ahí esperándolo, pero no. Había que entender que ella ya no estaba, solo quedaban recuerdos y, objetos...

Diego subió a la planta alta de la casa, entró a la habitación que sería de Carmen y recorrió la recamara. Trató de recordar cómo se sentía la presencia de ella, cómo alegraba la casa, cómo la iluminaba, ella era alguien tan especial que tornaba el ambiente en otro. Luego pasó su mano por el escritorio, siguiendo los nudos de la madera, miró hacia los muebles llenos de libros, observó una pequeña caja color marfil, la tomó con cuidado para que no se desvanezca la pila de libros y se sentó en la cama. Con cuidado, abrió la caja y vio los hilos que ella utilizaba para hacer sus vestidos, lo vio con un valor importante, era todo lo físico que quedaba de ella, delicadamente, cerró la caja y la bajó, pidió permiso para quedársela, sabiendo que aún sin saber coser, iba a ser un grato recuerdo, don Luis accedió a tal pedido. Horas después partieron lejos de Los Ángeles.

En la hacienda de los de la Vega, Diego aún seguía encerrado en su habitación, no socializaba con nadie en la hacienda, Dolores cada tanto iba a ver cómo estaba, le llevaba la comida entendiendo que no bajaría, entendía el trauma y dolor que sería bajar y sentarse donde ella solía sentarse, era la que lo consolaba constantemente, se encargaba de mantener la habitación en orden y ventilada, mientras Diego, luego de sus excesivos tragos, dormía profundamente. A pesar de todo lo que sucedía alrededor de la hacienda, Inés no dejaba de tener una barriga en un gran tamaño, sus cuatro meses de embarazo comenzaban a notarse de a poco, Leandro seguía protegiendo a la familia, sabiendo que no podía tener ayuda de Diego en el estado que se encontraba. Mientras trabajaba manteniendo el orden en el pueblo con la ayuda de Diego -cuando se encontraba en un buen estado, se enteraba de los casos mínimos y partía como el Zorro a esos lugares antes que el ejército-, ayudaba a don Alejandro con el mantenimiento de la hacienda, Inés seguía con los negocios y cálculos de su padre, y él, se encargaba de ambas cosas en sus tiempos libres.

El Zorro no terminó como debía haber terminadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora