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Abrazaba mis piernas, mientras estaba sentada sobre ese colchón desgastado y viejo, mi espalda descansaba en la pared fría y blanca

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Abrazaba mis piernas, mientras estaba sentada sobre ese colchón desgastado y viejo, mi espalda descansaba en la pared fría y blanca. Mi pera estaba sobre mis rodillas; miraba a un punto fijo, dejando caer algunas lágrimas acumuladas, y dandole una que otra calada a mi cigarrillo casi completamente consumido.

Todavía me preguntaba que mierda hago acá, y como carajos termine en este lugar de mierda, junto a otras chicas en la misma situación que yo. Donde nos maltrataban, vendían y manejaban a su antojo, donde no importaba que edad tenías, se encargaban de arrebatarte todo, tu inocencia, tu vida, tu libertad....

La tenue luz de la habitación cubrían los cuerpos semi desnudos que las sabanas no podían hacerlo, y los colchones se encargaban de absorber las lagrimas perdidas, lagrimas llenas de dolor, bronca e ira. Pero lo que no nos librábamos eran de los gritos de aquellas chicas que llegaban a este lugar, pidiendo ayuda, o simplemente gritaban al ver a un hombre desconocido esperándolas en una habitación a parte.

Por suerte, ese no era mi destino, aunque igual seguía acá metida. Yo mas bien era la que vendía su cuerpo sin hacerlo, mi deber era seducir, robar y atraer, y de cierta forma, lo agradecía, no aguantaría que un hombre me violara, por que era eso lo que hacían.

De alguna forma, me decían que era su favorita...que era la que tenía coronita sin quererlo. El no dejaba que nadie me toque, simplemente me mandaba a hacer lo más fácil, que era salir por las noches, seducir a un hombre borracho o boludo, robarle plata, relojes y joyas, llegar acá otra vez, dárselo todo a el y que me encierren en estas cuatro paredes de mierda.

Pero no todo es malo, y eso era la única persona que se gano mi corazón en este mundo del orto, y esa era Celeste, mi amiga.
Teníamos la misma edad, historias parecidas y traumas compartidos.
Las dos éramos como las princesas en bocas de las otras, las que podían salir todas las noches, las que se libraban de los "problemas mas intensos", aunque eso es pura mentira, al fin y al cabo, íbamos a terminar igual que todas ellas.

—¿Crees que hoy va a ser diferente?

Puedo confirmar que esta vida, no le arrebató del todo esa inocencia a Celeste, esas ganas de vivir y esa ilusión de que algún día iba a poder salir de acá.

—¿Diferente?

La miro confundida pero a la vez irónica, dandole a entender que no creía lo que decía.

—Lamento bajarte de la nube, pero nunca hubo un día diferente desde que caímos en este lugar del orto Celes...

Sin mostrar ningún tipo de sentimiento, apague la colilla del cigarrillo en la pared blanca, manchada por los años y con algo de humedad, dibujando una carita triste con las cenizas negras.
Ella se quedo en silencio, apretando sus labios. Las dos éramos polos opuestos, pero juntas complementábamos demasiado; Celes era Luz, alegría y ilusión...yo, era mas reservada, apagada y no me permitía demostrar sentimientos y emociones.
Me lo prohibí hace mucho tiempo, y era graciosos ya que yo era como ella, con ganas inmensas de vivir, pero alguien me lo arrebato, el me lo arrebató, la persona que me trajo acá y me hizo sufrir cuando se dio cuenta de que era mas rebelde que las otras.

Cae el sol || Patricio Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora