2

372 35 6
                                    

Las lagrimas y el llanto de Celeste era lo único que se escuchaba en esa habitación

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.




Las lagrimas y el llanto de Celeste era lo único que se escuchaba en esa habitación.
Eso hasta que aquel portazo nos corto la respiración hasta a nosotras; y mas al verlo completamente transformado, lleno de enojo e ira.

—Una cosa tenían que hacer...

Nos miro a las dos, mientras pasaba su mano por su mandíbula, como si tratara de sacarse el enojo. A todo esto, yo estaba mirando un punto fijo, evitando su mirada, por que sinceramente en mi mente reinaba otra persona.

—¡Si te dicen tres y media, venís tres y media!

Gritando, me agarro de la cara al darse cuenta de que yo ni siquiera le prestaba atención.

—¡Vos no sos nadie para decir a que hora volves pendeja de mierda!

Su agarre se intensificaba mas, a tal punto que parecía que iba a romper mi mandíbula.

—¡No le pegues, dejala!

Celeste quiso defenderme, mala idea...
Ya que el roba inocencia, me soltó a mi para agarrarla a ella, y cuando estaba al punto de pegarle, fui yo la que esta vez hablo para defenderle.

—¡No le hagas nada a ella!

Me enderece, quedando parada a sus espaldas.

—Haceme a mi lo que quieras, pero a ella...dejala, no hizo nada.

Cómo pude tragué el nudo inmenso que se formo en mi garganta. Pero se intensificó al ver como un guardia entraba, llevándose a Celeste, que gritaba mi nombre y lloraba, hasta la habitación común, dejándome completamente sola con el.

—Hay Luz...Luz....Luz

Lentamente repitió mi nombre, mientras arremangaba las mangas de su camisa, como si no se quisiera manchar por lo que iba a hacer.

—A veces siento que no aprendes mas, seguís siendo la misma nenita rebelde de hace años atrás....¡Y eso ya me esta cansando!

No me dejo ni pestañear, que su puño ya se estampo en mi mejilla, tirándome al suelo al instante, sintiendo mi pómulo arder y la sangre correr.
Mis manos estaban apoyadas en el piso, mientras mi cuerpo se removía con dificultad, y mi respiración se entrecortaba intentando contener mis lagrimas, pero el dolor...el dolor era a lo que yo me acostumbraba.

Se formo un silencio, uno que duro poco, ya que mi débil cuerpo fue dado vuelta por dos brazos enormes, generando que ahora nos miremos cara a cara.
Ahí pude ver que de verdad, no tenía ni una pizca de piedad en sus ojos.

Cae el sol || Patricio Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora