Juegos Oscuros

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—Inclínate, preciosa.

La voz que habías estado obedeciendo durante el último mes, ordenó. Siempre profunda y sensual, tenías mariposas revoloteando en tu estómago.

Se te erizó la piel cuando dos hábiles dedos se cernieron y arrastraron sobre el contorno de una endeble pieza de tela de malla, que cumplía mal su papel de tanga, dejando poco o nada a su ya salvaje y desenfrenada imaginación.

Las manos arrastraron los regordetes globos de carne que tu trasero siempre llevaba, esperando ser azotado. Era su ritual antes de jugar con tus sentidos, su nuevo pasatiempo favorito.

La vista le hizo gemir. Encajes y tules adornaban tu cuerpo de la forma más sencilla que sólo habías visto en famosos catálogos de lencería. Y de alguna manera te había convertido en su Polly Pocket personal . Si te dijera que te desnudaras en medio de su oficina, obedecerías. Si te dijera que te pusieras lencería que apenas cubriera tus pechos o agujeros, obedecerías.

Y si te dijera que te abrieras, te sentarías encima de su escritorio y abrirías las piernas.

Rechazar sus travesuras sólo traería consecuencias devastadoras para tu ya pequeño y roto hogar. Te lo había aclarado hace un mes más o menos. Él era un descarado.

Un desvergonzado director general del Centro de Investigación Médica de Alchemax, Miguel O'Hara, que también resultó ser el jefe de tu madre.

Un jefe por el que la pobre mujer estaba enamorada desde hacía meses. Regresaba a casa con una  brillante sonrisa en el rostro, algo que sólo tu padre provocaba cuando vivía. Ella hablaría efusivamente tal cual  adolescente enamorada. Divagaría durante horas si pudiera y, por lo que oíste, parecía ser un hombre bastante decente.

Un repentino ataque al corazón, enviudó a tu madre y te dejó sin padre.

Pero la vida no se detuvo. Las deudas y facturas siempre llegaban a tiempo al buzón, la hipoteca de la casa que poco a poco había ido acabando con la cordura de tu madre, te habían hecho abandonar la universidad para buscar un trabajo y ayudar con los gastos. Y todavía no fue suficiente.

Habías visto el cansancio en los ojos de tu madre, su sonrisa agotada vacilando durante los meses posteriores a que la despidieran de su trabajo actual, tratando de ser fuerte para ambos mientras te convertías en el proveedor principal, hasta que ella consiguió un trabajo en Alchemax.

Las cosas mejoraron, dejaste tu segundo trabajo y tuviste la opción de hacer alguna escuela de oficios. La vida te dio un poco de holgura.

Hasta que asististe a una gala con tu mamá.

Tenía lo suficiente para permitirse un hermoso par de vestidos y un hermoso cambio de imagen que las había dejado a ambas con un aspecto fascinante. Tu madre hizo todo lo posible para tener un poco de atención de Miguel. Era hermosa, una MILF según tus amigos varones. Casi en sus cuarenta y tantos.

No querías interrumpir lo que hicieran los hombres ricos en este tipo de eventos, pero tu madre, deslumbrante y testaruda como era, quiso saludar a su jefe, a pesar de tus negativas iniciales. No tuviste el valor de decirle que no.

Y no es de extrañar por qué ella estaba encantada con él. Guapo era quedarse corto, su aura imponente hacía que tus ojos se desviaran de su forma, la piel se erizaba cuando ambas se acercaron a su espacio personal. Como si se presentaran ante el lobo feroz.

—¿Señor O'Hara?— El hombre en cuestión se volvió hacia tu madre con una mirada penetrante, observándola con su habitual mirada fría hasta que sus ojos marrones se posaron en ti. —Esta es mi hija.

MIGUELVERSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora