Capítulo 10

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29 de abril de 2005

—Alta infidelidad. ¡La peor del mundo!

Klaus y Diego observaban a Cinco y Victoria susurrar en el dormitorio cosas que eran inaudibles para los espías.

—Ahora que estudia no sé qué cosa con ese se olvidó de mí —comentó Klaus con aire ofendido.

—S-son raros —murmuró Diego viendo a Cinco y Ocho empezando a darse golpes mientras se volvían una mazamorra y caían al suelo.

—Un día de estos los vamos a pillar besándose, acuérdate de mí —dijo Klaus observando como Victoria reía burlonamente al notar que Cinco se había golpeado con la pata de la cama.

—¿Con len-lengua? —inquirió Diego, divertido.

—Tienen la cara de que sí —susurró Klaus, molesto—. Pero cuando Vic no tenga labios que besar va a acordarse de su mejor amigo.

—¿De Ben?

—¡De mí! —chilló Klaus y se apartó de la rendija, indignado.

Diego dio una última mirada al dormitorio y siguió a Klaus con una sonrisita.

—¡Si yo te digo que la fórmula es x igual a menos b pudiéndose restar o sumar con la raíz cuadrada de b con el 2 como exponente de la base menos cuatro a c fraccionado en 2 a es porque lo es! —gritó Cinco levantándose con una mueca, pues le dolía el dedo chiquito del pie.

—¡QUE NO! —gritó Victoria volviendo a sentarse en la cama—. Mira, no sé ni siquiera qué hago con mi vida, ¿pero no saber la fórmula para una ecuación? JAMÁS.

Cinco suspiró y se tiró en la cama, mirando el techo y cerrando sus ojos para implorar paciencia.

No había día en que el pobre ojiverde no se arrepintiese de haberlo pedido ayuda a la chillona de Victoria.

Ambos se pasaban las tardes estudiando después de clases. Leían libros, hacían ejemplos, escribían, tomaban café o té de manzanilla, se gritaban, se pegaban, se maltrataban y seguían estudiando.

—Si sigo estudiando contigo terminaré viajando al fin del mundo —se quejó Cinco.

—Pues seguro que allá te hace compañía un cactus o un maniquí y serás feliz —murmuró ella escribiendo rápidamente en su cuaderno.

—Ambos son mejor compañía que tú.

Ocho rodó sus ojos, pero se centró en la ecuación. Por algún motivo, su fórmula era similar a la de Cinco, pero el exponente de la base era 3 y no 2.

Intentó resolver una ecuación con la fórmula del ojiverde y una con la suya, luego buscó la respuesta en las últimas páginas del libro y, para su mala suerte, el resultado correcto era el que había usado con la fórmula de Cinco.

¿Se lo diría? Ni de broma. Tenía bastante orgullo como para admitir ese error. Al menos con él.

—¿Siempre usas tantos colores? —preguntó Cinco con una mueca de desagrado.

—Sí, me ayuda a concentrarme —dijo ella viendo sus marcadores—. El verde es para lo esencial, el rojo lo que es necesario de desarrollar y el azul es lo que está de decoración.

𝐌𝐲 𝐥𝐨𝐯𝐞 𝐰𝐢𝐥𝐥 𝐧𝐞𝐯𝐞𝐫 𝐝𝐢𝐞 - Cinco HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora