Verano IV

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Sofía era una joven con una historia marcada por la ausencia y la búsqueda de un lugar al que pertenecer. Criada por sus abuelos desde muy pequeña, su infancia estuvo determinada por la ausencia de su padre, quien la abandonó cuando apenas tenía tres años, y por una madre que, debido a su trabajo en otra ciudad, no podía estar presente en su día a día. Aunque sus abuelos la cuidaban con cariño, Sofía anhelaba la conexión y el amor de una familia completa. A los diez años su madre decidió llevarla con ella. Su relación fue compleja; una no estaba acostumbrada a estar sola esperando un adulto al que aferrarse, la otra no quería abandonar su eterna juventud. Cuando la relación con su madre se volvió cada vez más tensa, Sofía tomó la difícil decisión de dejar la ciudad y trasladarse al pequeño pueblo donde vivían sus abuelos y donde pasó gran parte de su infancia. Fue una decisión difícil, sin importar como fuesen las cosas, era su madre, pero en el fondo, sabía que era lo mejor para su bienestar emocional.

A pesar de las dificultades, Sofía había crecido con una personalidad fuerte y decidida. Era adorable en su ternura, pero también poseía una determinación feroz que la ayudaba a enfrentar los desafíos de la vida. 

Al llegar al pueblo, Sofía se encontró con un nuevo comienzo y la oportunidad de descubrir quién era realmente. Muchos se habían olvidado de ella y su aspecto había cambiado lo suficiente para que, a sus diecisiete años, les costara reconocerla. Sus abuelos, aunque bastante mayores, la recibieron con los brazos abiertos y la rodearon de amor y cuidado. Sin embargo, tenían una actitud reservada y desconfiada hacia los demás, lo que hacía que Sofía se sintiera un poco aislada en su nuevo entorno.

Afortunadamente, no tardó en encontrar un rayo de luz en su nueva vida: su mejor amiga, Martina. EL padre de Martina había decidido trasladarse al pueblo en busca de un cambio de aires y como forma de no dejar sola a su hija, lo que significó una bendición para Sofía. Juntas, compartían risas, secretos y sueños, creando un lazo indestructible que les brindaba el apoyo mutuo que tanto necesitaban.

Aunque Sofía nunca había experimentado el amor romántico, comenzó a sentir una curiosidad creciente por conocer esa sensación tan poderosa. En ella crecía la urgente necesidad de sentirse amada, querida y hasta deseada. Nunca había dado un beso y soñaba con ese momento con un anhelo digno de la historia romántica más recalcitrante. No imaginaba como sería su querido príncipe azul, no idealizaba al futuro hombre que ocuparía su mente. Fue entonces cuando conoció a Ignacio. Desde el primer momento, sintió que él era único, con una chispa en los ojos y una pasión por la música que la cautivó de inmediato; pero, en su rostro había una imagen que le traía los peores de los recuerdos. Ese rostro era similar, casi idéntico al de su padre en su juventud.

Ignacio se convirtió en una presencia constante en los pensamientos de Sofía, despertando emociones que nunca antes había sentido. Había pasado un mes desde que iniciaron su último año en el colegio y aún no habían establecido algún tipo de comunicación. Sin embargo, ella tenía una adicción, que sabía era compartida: le fascinaba perderse en la mirada intensa de Ignacio.

  A medida que pasaba el tiempo, su deseo de experimentar el amor se volvía más fuerte, y su corazón anhelaba la posibilidad de encontrar esa conexión especial con alguien como Ignacio.

Un día y durante el periodo de recreo escolar, Sofía y Esteban se encontraron en el patio del colegio, acompañados por Andrés, quien observaba la escena con atención.

—¡Que pasa! ¿Qué cuenta? —saludó Esteban con una sonrisa amigable.

—¡Hola, Esteban! No mucho, tan solo diría que estoy bien, gracias. ¿Y tú? ¿Qué cuentas?—respondió Sofía, devolviendo la sonrisa.

Andrés se mantuvo en silencio, observando la interacción entre sus dos amigos con curiosidad.

—¡Fantástico!, yo no cuento mucho.  —exclamó Esteban, con entusiasmo—. ¿Qué tal tu día? ¿Alguna aventura interesante?

Sofía rió suavemente ante la pregunta de Esteban—. No demasiado emocionante, la verdad. Solo las típicas clases aburridas. ¿Y tú?

—Lo mismo de siempre —respondió Esteban, encogiéndose de hombros—. Pero estoy emocionado porque esta tarde tenemos ensayo con la banda. Sus ojos se achicaron con su incomoda y sincera sonrisa. No podía disimular el nerviosismo que la presencia de Sofía le provocaba. Sus manos expresivas ocupaban espacio mientras que en su rostro se notaba la inquietud y ansiedad de quien pretende ganar una carrera. Pensó un momento breve que tenía que invitarla a algo para estar con ella aunque sea un momento. — ¿Te gustaría venir a escucharnos? 

Sofía levantó una ceja, intrigada—. ¡Claro que sí! Me encantaría escucharlos tocar. ¿A qué hora y dónde?

Andrés, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, notó el brillo en los ojos de Esteban al invitar a Sofía al ensayo de la banda. Una chispa de entendimiento cruzó su mente mientras observaba la escena.

—El ensayo es a las cuatro en la sala de música el Sábado —respondió Esteban, con una sonrisa que parecía iluminar su rostro—. ¡Nos encantaría tenerte allí!. Puedes venir con Martina si quieres.

Sofía asintió con entusiasmo—. ¡Perfecto! Estaremos allí sin falta. ¡Gracias por invitarnos!

Andrés asintió para sí mismo, dándose cuenta de que Esteban tenía un interés especial en Sofía. Guardó silencio, prefiriendo no intervenir en la dinámica entre sus amigos, pero decidió mantener un ojo atento a cualquier desarrollo futuro.

Notas de un Cielo AnaranjadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora