Verano IX

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Andrés vivía en una casa de dos pisos situada en una tranquila calle suburbana. La fachada estaba pintada de un apagado color beige, con un jardín frontal descuidado y un par de bicicletas oxidadas apoyadas contra la pared. Las ventanas, con persianas a medio cerrar, daban la impresión de que la casa siempre estaba a oscuras, un reflejo del ambiente que adornaba su mente.


El interior de la casa era una mezcla de muebles viejos y desorden, con fotografías familiares descoloridas colgando en las paredes y el ruido constante de discusiones ahogadas que provenían del segundo piso. Andrés intentaba pasar la mayor parte de su tiempo en su habitación, un refugio personal lleno de pósters de bandas de rock y una colección de guitarras que había sido su escape durante años.


Sus padres, Marta y Julio, mantenían una relación tensa y conflictiva. Las discusiones eran una rutina diaria y el silencio incómodo era su único respiro.


—No puedo seguir así, Julio. ¡No más! —gritaba Marta desde la cocina, su voz llena de frustración.


—¡Ya basta, Marta! Siempre lo mismo. ¡Déjame en paz! —respondía Julio, su tono de voz cansado y exasperado.


Andrés, en su habitación, trataba de bloquear los sonidos colocando sus auriculares y escuchando música a todo volumen. Sin embargo, siempre había un momento en que las voces lograban filtrarse, recordándole la tensión constante que dominaba su hogar. En el cuarto de al lado, su hermana menor, Valeria, de 12 años, era una presencia igualmente perturbadora. Sarcástica e hiriente, su lengua afilada no perdonaba a nadie, especialmente a Andrés.


—¿Otra vez escondiéndote aquí, Andrés? ¿Por qué no sales y enfrentas la realidad por una vez?

 —dijo Valeria, apoyada en el marco de la puerta, sus brazos cruzados y una mueca en su rostro.

Andrés suspiró, quitándose los auriculares.—No estoy escondiéndome, Valeria. Estoy tratando de hacer algo productivo —respondió, su voz cansada pero tratando de mantener la calma.


—Claro, claro. Porque tocar la guitarra todo el día es súper productivo —replicó Valeria con sarcasmo, rodando los ojos.


Por dentro, Andrés se sentía frágil y deseaba desesperadamente amor y comprensión, pero las palabras de su hermana siempre encontraban la manera de herirlo. Sin embargo, una cosa que había aprendido era a observar. Era extremadamente observador y había notado todos los intereses amorosos que flotaban alrededor de su grupo de amigos. Era consciente de los sentimientos de Sofía por Ignacio, el interés de Esteban por Sofía, y los celos de Martina. A pesar de sus propios problemas, sentía una responsabilidad inquebrantable hacia Ignacio, su amigo incondicional. En su mente, había decidido que haría todo lo posible para ayudarlo a encontrar la felicidad, incluso si eso significaba dejar de lado sus propios sentimientos.


Esa tarde, después de otro altercado familiar, Andrés decidió salir a tomar aire. Bajó las escaleras y cruzó el salón, donde sus padres seguían discutiendo en la cocina. Al abrir la puerta principal, se encontró con su madre gritándole a su padre, mientras éste trataba de ignorarla con la mirada fija en su teléfono.


—Voy a dar una vuelta —anunció Andrés sin esperar respuesta, cerrando la puerta detrás de él.El aire fresco era un alivio bienvenido. Mientras caminaba por el vecindario, su mente volvía una y otra vez a sus amigos. Quizás, pensó, podría hablar con Ignacio esa noche y ofrecerle algún consejo. Después de todo, ayudar a su amigo le daba una razón para seguir adelante, una manera de encontrar propósito en medio del caos que era su vida.

Notas de un Cielo AnaranjadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora