Verano II

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Martina llevaba una vida diaria marcada por una mezcla de responsabilidades y pasiones que la mantenían en movimiento constante. Vivía sola con su padre, un hombre amable y cariñoso, pero atrapado en las garras del alcoholismo desde la trágica muerte de su esposa y su hijo menor en un accidente hace un par de años atrás. Esta pérdida había dejado una herida profunda en la familia, y Martina, aunque fuerte y resiliente, cargaba con el peso de mantener el equilibrio en su hogar.

Cada mañana, Martina se levantaba temprano, despertada por la alarma de su teléfono que reproducía una canción de Kiss( I was made for loving you), su banda favorita. La música de Kiss la acompañaba a lo largo de sus días, proporcionando una banda sonora que la motivaba y la hacía sentir menos sola. Aunque no sabía tocar ningún instrumento, su amor por la banda era profundo y auténtico, manifestándose en su colección de discos, posters y camisetas.Después de vestirse y prepararse, Martina bajaba a la cocina para preparar el desayuno. Su padre solía estar sentado en la mesa, una taza de café entre sus manos temblorosas, su mirada perdida en algún punto del pasado, como si las imágenes bellas y tormentosas pelearan entre sí en busca de algún tipo de consuelo. A pesar de su estado, siempre trataba de mostrarse presente y cariñoso con Martina, haciendo esfuerzos visibles por mejorar.

—Buenos días, papá —decía Martina, colocando un plato con tostadas y huevos frente a él.—Buenos días, mi niña —respondía su padre, forzando una sonrisa—. ¿Dormiste bien?—Sí, papá. ¿Y tú? —preguntaba ella, aunque conocía la respuesta.La conversación solía ser breve y algo triste, marcada por el esfuerzo mutuo de mantener una apariencia de normalidad. Martina se aseguraba de que su padre comiera algo antes de salir para la escuela, revisando que no faltara nada en la casa antes de partir. La fortaleza en la mundanidad no era una virtud, mas bien era una carga, un lazo ineludible de madurez mezclada con trágica desdicha.

Martina destacaba por su habilidad para el dibujo. Sus cuadernos estaban llenos de bocetos detallados, escenas y personajes que parecían cobrar vida en el papel. Esta destreza le proporcionaba un refugio, una forma de expresarse y de canalizar sus emociones. Elucubraba distante en cada momento que sus manos danzaban hábiles sobre el espacio. Su mente traía futuros hermosos, casi utópicos, que imaginaba; casi como si necesitase esperanza de saber que, en algún momento, podría vivir algo más que aquella tristeza desgastante de la perdida; del guardar las manitos de su hermano tocando sus lápices o de los aplausos de mamá al ver sus primeros dibujos. El vivir dolía más que cualquier otra cosa. 

En la escuela, desde el primer día, Martina había posado su atención en Ignacio. Había algo en él que la intrigaba, una mezcla de introspección y vulnerabilidad que ella reconocía en sí misma. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que su amiga Sofía también lo observaba, aunque no estaba segura de con qué intención. Esto le generaba una inquietud interna, una especie de competencia silenciosa que no deseaba, pero que no podía evitar sentir.

Solía pasar los recreos dibujando en el patio o charlando con Sofía, siempre atenta a Ignacio, tratando de descifrar sus pensamientos y sentimientos. La llegada de Sofía había cambiado la dinámica, y aunque Martina valoraba su amistad, no podía evitar la sensación de que sus miradas hacia Ignacio complicarían las cosas, aunque ella no lograba descifrar que realmente significaban esas cosas.

Las tardes en casa eran un reflejo de las mañanas: tras regresar del colegio, Martina se ocupaba de las tareas del hogar, preparando la cena y asegurándose de que su padre estuviera cómodo. A menudo, lo encontraba dormido en el sofá, una botella vacía cerca. En esos momentos, su amor por Kiss y su habilidad para dibujar eran sus principales consuelos, una forma de escapar de la dura realidad y encontrar un poco de paz.

Una tarde tranquila, Martina y Sofía decidieron dar un paseo por el pueblo para relajarse después de un día agotador en la escuela. Las calles adoquinadas de la vistosa localidad estaban bañadas por la luz dorada del atardecer, y la brisa suave llevaba consigo el aroma de las flores de los jardines cercanos. Caminaban rumbo a la plaza, un lugar donde los jóvenes solían reunirse para charlar y descansar.

Notas de un Cielo AnaranjadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora