Levántate

84 10 52
                                    

Volvieron en silencio al oscuro salón de piedra. Posiblemente, ya había llegado la madrugada, pero ninguno había cenado ni bebido nada. Llevaban como diez minutos en silencio mirando a la mesa del centro, intentando pensar en una solución que parecía difuminada y borrosa.

-Vale –cortó Yolei aquel silencio agobiante-. Creo que hasta que no solucionemos lo que sea que nos ha pasado a nosotros, no podremos trazar un plan para salvar a Kari.

-Yolei, espera. –intento cortarle Sora, sabiendo que ninguno estaba preparado para confesar ni perdonar nada.

-No, Sora, es que simplemente no podemos esperar –aseveró-. No reconozco a este grupo, y vosotros tampoco lo reconocéis. –Miró a todos, aunque la mitad no se atrevía a devolverle la mirada-. ¿Qué nos ha pasado?

Nadie respondió. El silencio volvió a hacerse con la sala. Yolei volvió a sentarse resignada. La vergüenza, la culpa y la tristeza lo cubrió todo poco a poco de forma casi imperceptible, hasta que terminaba ahogándolos.

-Empezaré yo entonces –dijo Izzy-. Siento, mucho, mucho, haber provocado todo esto. Siento muchísimo el bloqueo de la puerta. Me vi totalmente acorralado. Intenté hablar con tu padre Mimi, de verdad que lo intenté, pero no me escuchaba...

- ¿Y por qué no intentaste hablar conmigo? –preguntó la chica, poniéndose los rizos detrás de las orejas.

Izzy dudó en la siguiente frase. Realmente no estaba seguro. Y mirándola fijamente a los ojos se atrevió a declarar:

-Porque, me daba vergüenza no saber qué hacer –confesó-. Mi ignorancia en aquel momento era como una losa. Me sentía tan estúpido por el engaño... Y, no quería fallarte a ti. 

Mimi asintió, y le devolvió una mirada cómplice, dulce y llena de pena. Una parte de ella seguía cabreada, y otra que no se atrevía, que nunca se había atrevido a enseñar, quería abrazar fuerte a su amigo. Sintió lástima y vergüenza de si misma en aquel momento, y recorrió en su cabeza todo el camino hasta el punto donde se encontraba, y pensó en la idea de que seguramente seria distinto si se hubiera atrevido a pedir ayuda. 

-Desde hace mucho tiempo, he sentido que nadie del grupo realmente se interesaba en si estaba bien. Me fui hace muchos años a otro continente, pero nunca me había sentido tan lejos de vosotros. De repente no me sentí parte del grupo –confesó ella-. Por eso no hice caso a los mensajes, simplemente, dejé de intentarlo. Me envolví dura. Creí que, si me gobernaba más la malicia, dolería menos. -Miro a Matt-. Quería saber que yo era suficiente, que podía sola. Creo que los últimos años he olvidado quien era...

Sora empezó a llorar en silencio. Matt tragó saliva, Tai volvió a mirar al suelo.

Aquel viejo salón, empezaba a sentirse como un hogar, y una cárcel. Estaban delante de sus verdugos, y de sus salvadores. Todo el grupo entendió entonces que habían estado olvidando poco a poco quienes eran, qué era lo que más fuertes les hacía. Habían dejado arder poco a poco todo durante los últimos años, hasta que solo quedaron restos, cenizas, de un pasado brillante.

-Creo que el caso de Rika me volvió loco –susurró Tai-. Me pasé las tardes intentando unir los puntos, pero no llegaba a una salida nunca. Hasta Kari –su voz se quebró al recordar a su hermana- intentó sacarme de aquello muchas tardes, sin éxito. -Suspiró-. Cuántas broncas estúpidas tuve con la enana por esto... -Volvió a suspirar con la voz entrecortada-. Y sé que me llevé por delante a todo el que solo quería ayudarme. –Miró a Sora. – Tenía tanto miedo de estar fallando.

Sora asintió a su lado y le cogió la mano, intentando hacerle entender, que lo que fuera que ocurriera entonces entre ellos, que por muy profunda que fuera la herida, empezaba a estar perdonado, empezaba a cicatrizar.

VértigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora