El viaje de TK

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Narrado por TK**


La había visto caer. Y había entrado en pánico. Solo oía un zumbido lejano dentro de mi cabeza. De repente los brazos ni siquiera me dolían, ni siquiera notaba la sangre fluir. 

La había visto caer.

Creo que Piedmon se estaba riendo de mí, de todos... Pero no conseguía verle. No conseguía pensar. Todo se había vuelto negro, oscuridad.

Noté como me liberaba. Me soltó las dagas de las muñecas que volaron hacia sus manos y las recogió con maestría. Yo caí al suelo, de rodillas. Noté la sangre fluir y mi pulso taquicardizarse. Pero ya todo me daba igual

Piedmon se acercó, me dio una patada en el estómago, y se siguió riendo. Noté el golpe en las costillas el sabor a sangre en la boca. Creo que estaba llorando.

La había visto caer. Y a partir de aquí, todo me daba igual.

De repente desperté con el viento soplándome en la cara. No conseguía recordar donde estaba, pero el sol brillaba fuerte, cegándome los ojos, que apenas podía abrir. Me incorporé con dificultad. Me miré los brazos asustado. No estaba sangrando, ni siquiera tenía marcas. El pelo se me había llenado de arena blanca. Estaba en una playa. 

Pero aquella playa era... diferente. El olor a sal era agradable, el viento me despeinaba el pelo, no hacia ni demasiado calor ni demasiado frio. Era todo agradable. Miré a ambos lados intentando encontrar alguna respuesta. Tal vez me había muerto. Aunque ese pensamiento ni siquiera me produjo miedo.

Le vi sentado. Su cabello castaño, con tonos pelirrojos, ondeando al viento. Creo que no recordaba haberlo visto nunca tan tranquilo. Su presencia solía significar algún tipo de amenaza. Pero estaba sentado, mirando al mar, había dejado el casco sobre la arena, y sus alas se batían al son del viento. Caminé hasta quedarme a su lado, aunque quería abrazarlo, simplemente me senté:

- ¿Qué tal estás? –me preguntó.

Y aquella pregunta me pareció redundante. Obvia. Me había muerto, no estaba ni bien ni mal, no era capaz de sentir nada.

-Creo que está muerta. –me atreví a decir. – Y no consigo sentir dolor.

-Creo que, si estuviera muerta, no estarías aquí.

Y aquella frase me pareció aterradora. Una amenaza, un peligro inminente sobre mi cabeza. Y Sospechosamente, pasé de no sentir nada a sentirme de nuevo asustado, indefenso, débil:

-Pero no puedo salvarla, ¿verdad?

Me miró de forma tierna y paternal, como si le hubiera hecho gracia mi pregunta. Se levantó entonces y me tendió la mano:

-Demos un paseo.

- ¿A dónde?

- Por tu vida.

Y empezamos a caminar. Tranquilamente. Yo arrastraba los pies por la arena, levantando pequeñas ráfagas de granitos dorados que se perdían en el aire. Sentía que tenia de nuevo ocho años. Que estaba paseando con mi padre, jugando en la playa. El paisaje fue cambiando, aunque yo ni siquiera me di cuenta, hasta que de repente, estábamos en una ciudad. Oía el pitido de los coches, el humo del tráfico, los gritos de la gente. Aquel caos me resultaba terriblemente familiar y por algún motivo, me ponía nervioso.

Tampoco me di cuenta de cuando entramos en un pequeño apartamento. En el centro de Odaiba. Casi no tengo recuerdos de aquel lugar. Vi a una pequeña versión de mí en una trona, fingiendo que comía brócoli, aunque solo lo estaba aplastando contra la bandeja y tirándolo por el suelo.

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