Extra. Tormentas.

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Corrían bajo un cielo ensangrentado. Las nubes densas y negras cubrían el cielo impidiendo ver la luz del sol, caía una lluvia ácida y un viento bravo movía las copas de los árboles. Angemon ayudaba a un malherido y joven Gennai a caminar lo más rápido que podían, mientras Angewomon lanzaba flechas en la retaguardia, matando toda clase de criaturas que intentaba alcanzarles con fina destreza. Finalmente, aparecieron en un descampado de hierba de un color amarillo trigo, y al fondo, se visualizaba una fortaleza.

Con las alas partidas, y sin apenas poder elevarse unos metros sobre el suelo, el ángel azul decidió coger en brazos a Gennai y volar hasta lo que parece en eso momentos, un hogar. Al menos, un refugio.

La tormenta se hizo entonces más intensa, más devastadora.

Angewomon corrió tras ellos, caminando de espaldas. Una flecha un enemigo abatido. Dos flechas, dos enemigos. Ni un solo fallo. Cada disparo iba directo a donde sus ojos marcaban. Manejaba una habilidad y una rapidez digna de las mejores guerreras.

Ni siquiera llevaba  ya casco, lo perdió, hecho en miles mil pedazos, tras un golpe hacia ya unos días. Y sus ojos azul eléctrico parecían ser la única luz del lugar, salvo por los relámpagos del cielo.

Finalmente, todos entraron en la fortaleza, cerrando la puerta tras de ellos. Se oyó un rayo caer en el bosque, iniciando un incendio, que devoró todo con ansia, como la oscuridad que les perseguía. Un ensordecedor rugido se oyó caer del cielo.

Bajaron deprisa unas escaleras de piedra, hasta entrar a un sótano, encerrándose en la parte mas profunda del castillo.

- ¿Qué hacemos? -preguntó Angemon dejando a Gennai apoyado en el suelo.

-Son demasiados, terminaran entrando, ¿crees que has expulsado a la sombra? -preguntó ella, guardando su arco.

Gennai asientió, recobrando el aliento sentado en el suelo, apoyado en la pared. Se levantó con dificultad y dijo;

-Ha llegado la hora, sellaré este lugar, y os mantendré a salvo hasta que lleguen los elegidos. -Extendió la mano a modo de súplica. 

Ambos ángeles se miraron con cariño. Angemon se quitó el anillo dorado de su muñeca derecha, y se lo entregó al monje.

-No -dijo ella. - No podemos.

-Necesito sellar este lugar con los anillos, y manteneros a salvo. Si no desapareceréis para siempre... -Gennai siguió con la mano extendida mientras hablaban.

-Si la encuentran antes que tú, este sello no nos protegerá de nada.-Las lágrimas brotaron de sus ojos, que se volvieron, si podía ser posible, de un azul muchísimo mas brillante. Se arrodilló a los pies de Gennai, implorando.

-Los elegidos vendrán, y en cuanto podamos, os despertaré a todos.


Los tres, miraron la sala, repleta de digihuevos perfectamente colocado en vitrinas.

Finalmente, se rindió. Estaba tan cansada... Se quitó el anillo dorado de su tobillo izquierdo, sin pdoer dejar de llorar, y se lo entregó con mano temblorosa a Gennai.

Angemon la abrazó con fuerza, como si fuera la última vez. Ambos se transformaron en un enorme halo de luz, que poco a poco se materializó en dos pequeños, y frágiles, digihuevos, con los símbolos de sus respectivos emblemas dibujados.

Gennai, con los anillos en la mano, miró al techo, escuchando los truenos caer del cielo, que hacían temblar las gruesas paredes de piedra de la fortaleza.

-Sellar este lugar, y esperar -se repitió a sí mismo.

Y se quedó completamente solo, con la esperanza como único compañero, en la oscuridad de la noche.

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