El mar

79 10 59
                                    

- ¡No, vamos a ir todos! -siguió gritando Tai- ¡Es una puta locura sin los Digimon, pero es que encima no vas a ir tú solo, joder!

-No va a ir solo, vamos a ir nosotros, la segunda generación -siguió explicando Davis-. Porque si algo no va bien, alguien tiene que quedarse aquí para salvar la situación -explicó Davis.

-Ni de coña -insistió Tai.

-Creo que tienen razón -interrumpió Joe-. Si esto es ir hacia una ratonera, tenemos que dejar algún ratón con vida. -Y desvió la mirada, entendiendo lo que decía.

Llevaban casi una hora discutiendo desde que Gennai había anunciado que podían ir a buscarla, y a Tk empezaba a agotársele la paciencia. El pulso le temblaba, pero no de miedo, de rabia. Sentía que estaban perdiendo el tiempo. Se colocó enfrente de Tai y le devolvió el ataque, agarrándolo con fuerza, mirándole con rabia, apretando los puños. La sorpresa de todos se hizo notable.

-Me dijiste que rezara porque estuviera bien -le dijo a Tai-. Déjame traerla de vuelta.

Tk y Tai volvieron a mirarse con la misma rabia que en Paris. Como si dos enemigos mortales no tuvieran más remedio que colaborar. Tai no le había perdonado, pero no le quedó otro remedio que resignarse, porque convencer a cualquiera de los dos hermanos rubios sabía que era misión imposible, que bajo su templada y seria personalidad, eran más cabezotas que él mismo. Así que solo asintió, consiguiendo que esta vez, fuera Tk el que le soltara a él. Le extendió la mano a modo de tregua y se mordió la lengua. 

-Tráela sana y salva -sentenció-. O te mato a hostias.

-Hecho -dijo, estrechándole la mano.

Justo a su lado, Ken y Yolei se abrazaban con cariño. Su corazón nervioso temblaba en aquel frio día, el sol empezaba a asomarse tímido por el horizonte.

-No tienes que venir si no puedes -le dijo a Ken.

-Si puedo -respondió-. Somos un equipo.

Le colocó las manos en el rostro. Nunca había visto a Ken tan asustado, pero sabía perfectamente que no iba a esconderse. Y simplemente hizo lo que haría cualquiera que ama a alguien y no encuentra las palabras para consolarlo. Lo abrazó con fuerza.

Los más pequeños, salieron por la puerta principal, avanzando detrás de Gennai, bajo la maternal y atenta mirada de una primera generación que una vez más, se quedarían de espectadores, en la retaguardia, como ver a tus hijos marchar su primer día de colegio:

-No me fio un puto pelo -gruñó Tai. - Su líder es Davis...

-Tú eras el nuestro -dijo Matt a su lado- Si nos ha ido bien a nosotros...

-Lo sigo siendo -respondió, con sus gafas de bucear colgando del cuello.

Ambos sonrieron en la más absoluta preocupación. Los pequeños habían avanzado lo suficiente para no oírlos, con paso lento y decidido, con miedo y una única y absoluta certeza: que no podían fallar. No iban a fallar. El fino hilo dorado que unía ambos grupos, se hizo casi visible para todos.

Estarían esperando su vuelta, estarían para recuperar lo que habían perdido, para abrazarlos tras su triunfo, y, sobre todo, estarían para actuar en su derrota si era necesario. En el sótano, ajeno a ellos, los digihuevos palpitaban.

Avanzaron hasta la mitad de la explanada, justo a la entrada del bosque. Gennai puso unas piedras negras en el suelo, con las mismas runas dibujadas que Tk reconocía del anillo de Angemón. Agarró su dispositivo digital con fuerza dentro de su bolsillo. No estaba Patamón, pero sentía su fuerza dentro del pecho. Desde aquel mensaje solitario en mitad de la madrugada, desde que se habían montado en el Taxi camino al aeropuerto, desde entonces, llevaba esperando ese momento. Iba a volver a verla, iba a traerla a casa.

VértigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora