El matadragones.

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Ocho años atrás.

Runaesthera corría rauda hacia la plaza de Artemia, una vez más sus prácticas de magia tendrían que ser en combate, que su padre no quisiera que ella combatiese le tenía sin cuidado, una vez más un dragón había cruzado las balistas y atacaba directamente la ciudad. De ninguna manera se iba a quedar encerrada otra vez mientras la gente moría calcinada.

Ya podía ver a la bestia al otro lado del canal, era un monstruo enorme con escamas blancas y un cuello largo rematado en una elegante cabeza en forma de flecha, rematada en unos largos cuernos negros. Hubiese sido digna de admirar sino fuera un maldito dragón. La diosa lo condenara.

El puente ardía cuando Runaesthera lo alcanzó, podía apagarlo, pero optó por la ruta directa y creó su propio puente congelando el agua del canal con un hechizo. Fue mala idea, era tan resbaladizo e irregular que se demoró en atravesarlo mucho más de lo necesario. Afortunadamente, la bestia parecía centrar su atención en algo en particular y todavía no la había notado.

Al llegar al otro lado del canal, un guardia que la había reconocido le gritaba —¡Princesa! ¡Huya! —el hombre corría tratando de alejarse del enorme monstruo que había decidido que no podía combatir, un lujo que ella no podía permitirse. Ignoró al hombre y se acercó a la plaza donde al parecer el dragón ya combatía a alguien. Si lo tomaba por sorpresa, podría atravesar su vientre con una estaca de hielo, o quizá apuntar a su cabeza con un relámpago o...

Con un rugido ahogado, la cabeza del dragón cayó al suelo inerte, los largos cuernos tintinearon contra la baldosa de la plaza y el cuerpo simplemente se desplomó. Su sangre corría hacia el canal como el agua de lluvia misma. Entonces, Runa reaccionó.

—¡A cubierto! ¡Todos aléjense!

El cuerpo sin vida empezó a hincharse mientras el charco de sangre se encendía en una llama azul. Runa invocó un escudo mágico a su alrededor rezando a la diosa que fuera suficiente. La explosión del cuerpo no fue tan violenta como otras que había visto, pero los dragones siempre morían liberando todo el fuego de su interior. Toda la plaza tembló, el suelo se agrietó, pero el escudo logró evitar mayores daños.

A pocos metros, a cubierto tras una de las estatuas del rey Alistor, estaba el autor de tan valiente hazaña, Runa pudo verlo mejor mientras se ponía de pie, era un joven, no podía tener más de diecisiete años, tenía el cabello castaño apenas a la altura de la nuca, era bastante alto para un humano de su edad y... llevaba un uniforme de capitán... ¿Tan joven? Podría ser robado, pero... le quedaba perfecto, cuando caminó hacia ella, su paso era tan firme, decidido, apenas se había manchado de la sangre de dragón, o acaso...

—Señorita —dijo el joven capitán con una formalidad absurda —Si es usted una maga, le suplico me asista, al parecer tengo una herida profunda en mi costado.

Runaesthera notó de inmediato que lo que había pensado que era sangre de dragón, manaba de su costado lentamente.

—Rápido, recuéstate, puedo sanar la herida, pero tienes que reposar o vas a desangrarte antes de que termine el conjuro.

—No tema, estaré bien, he tenido... —La princesa lo tiró al suelo de un empujón, visiblemente molesta.

—Estás débil idiota, Esa herida es de sus cuernos, no va a cerrar por si sola. ¿Nunca peleaste con un dragón?

—Nunca me habían herido —dijo con un gañido, había empezado a sentir el dolor.

—Deja la pedantería para otro momento. —le cortó la camisa con su cuchillo y empezó a murmurar un conjuro, cerrar una herida de dragón requería un hechizo muy poderoso para eliminar la maldición y regenerar al mismo tiempo. Puso su mano en su abdomen y pudo sentir el calor de sus músculos, la breve distracción fue suficiente para tener que empezar de nuevo.

Capullo de Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora