Conquistar el cielo.

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Frey tendría algunos días para dominar a Pergamino, el pegaso lo había aceptado como jinete por voluntad propia, pero no era exactamente obediente, sobre todo en vuelo, repentinamente cambiaba de dirección o descendía sin que se lo pidiera, gran parte era culpa suya, usaba con él las órdenes pensadas para caballos, que no incluían ascender o descender. Además a Frey le costaba entender que no podía desacelerar y descender al mismo tiempo o se arriesgaba a caer, afortunadamente Pergamino era un experto en el arte de volar, y no lo había dejado caer ni una vez. Aún así usaba el encantamiento flotador de Runa, y procuraba volar sobre el lago. Por si acaso.

Había pensado que Eri insistiría en acompañarlo a volar, pero esa niña tenía orgullo, decía que si ella tenía alas, debía volar solita. Eso le provocaba a Frey sentimientos encontrados, por un lado quería compartir aquello que lo hacía tan feliz con su familia, pero ni Runa ni Eri querían montar a Pergamino; por otro, le preocupaba la seguridad de ambas, y finalmente, él mismo estaba orgulloso de que Eri quisiera hacer algo por sí misma sin darse nunca por vencida. Afortunadamente, en Unermia podía saltar desde un alto trampolín hacia el lago una y otra vez sin esconderse de su madre. Allí era otra diversión normal para los niños.

Los exploradores aún no habían podido localizar al dragón, lo habían visto unas pocas veces, pero siempre volando y no parecía seguir un patrón, como si buscara algo o deambulara sin rumbo. El área que pensaron que era su madriguera resultó un fiasco, no había cuevas en donde pudiera esconderse, además ya no se acercaba ahí. Frustrante, Frey se preguntó si tendrían que pensar en otro plan, o si había forma de atraer un dragón.

Practicó atravesar el hueco bajo la saliente de la cascada unas cuantas veces antes de regresar a la ciudad. Pasó sobre el área del lago donde estaba el trampolín y Eri lo saludó desde lo alto antes de arrojarse batiendo sus alitas, se estrelló contra el agua como siempre, debían construir una piscina en Artemia, o poner un trampolín en los canales, eso le daría paz a la pobre Runa, y a él mismo, los saltos de Eri eran cada vez más audaces, quién sabe cuándo se lastimaría por fin. Y no quería eso...

Al aterrizar y bajar de su pegaso, Frey se preguntaba por sus sentimientos, al principio había hecho un esfuerzo por no encariñarse con Eri, creyendo que al final tendrían que hacerle daño o dejarla con alguien más, recordar eso le punzaba el corazón, sobre todo porque reconocía que había amado a su hija prácticamente desde el principio. Tanto, aunque de forma diferente, como había amado a su esposa desde la primera vez que la vió, aunque fuera un niño, y no tuviera idea de a quién veía.

Fue a buscar a Runa, la encontró vigilando a Eri desde la orilla del lago, lista para nadar en su auxilio de ser necesario. Llevaba un ceñido traje en dos piezas a la moda de Unermia, pensado para el clima cálido del área y para nadar. Se veía tan hermosa, su piel broncínea, tan exótica, parecía brillar con luz propia salpicada con pequeñas gotas desde los muslos hasta la frente, estaba sentada en la orilla con las piernas sumergidas, chapoteando con los pies de vez en cuando, Frey no es que llevara armadura completa, pero se sintió fuera de lugar por llevar su uniforme, como un oso entre gatos. Se quitó los zapatos y se arremangó antes de sentarse junto a su esposa.

—¿Alguna novedad amor? —Le preguntó casual.

—No gran cosa, Luz de luna está encinta, usaré a tu viejo caballo unas semanas hasta el alumbramiento, no quiero forzarla.

—¡Qué buena noticia! Ojalá Saltarin sea el padre.

—En serio Frey, eres malo con los nombres, qué bueno que yo le puse el nombre a Eri.

—Oye, Saltarín es un gran nombre.

—Si tu caballo fuera vivaracho o saltara como tú, pero es un caballo de guerra, hecho para carreras cortas o marchas largas. Si resulta ser el padre espero que el potrillo salga ágil como Luz de Luna.

Capullo de Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora