Valor y bondad

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El sol apenas despuntaba sobre las montañas del valle cuando Frey se puso en marcha, decidió adelantarse unos minutos a los demás para ver si el camino era seguro, y porque era emocionante, estaba cada vez más cerca de hacerse con nada menos que un pegaso, si los hipogrifos eran raros y difíciles de montar, por lo menos había unos pocos en cada ciudad, los pegasos eran raros en extremo, se decía que en otros tiempos, eran tan comunes como los hipocampos. Su suegro le había dicho a Frey que él mismo había montado uno, qué envidia. Frey había dominado el salto alto para derrotar dragones en vuelo, aunque era una habilidad sorprendente no era suficiente en muchos casos. Los hipogrifos eran veloces pero no maniobraban bien y eran criaturas cobardes, nada aptas para el combate, además los jinetes debían ser personas livianas y pequeñas, pues los hipogrifos apenas podían cargar peso, ni hablar de hombres en armadura.

Iba despejando el camino, atento a cualquier posible amenaza, aunque desde la mantícora solamente habían encontrado criaturas inofensivas, lo más peligroso que había visto ese día era un zorro, a veces pensaba en Eri como en una niña normal, se comportaba cada vez más acorde a su edad, y hace mucho ya que no lastimaba a nadie ni rompía nada con su fuerza, por ello se preocupaba de cosas que serían peligrosas para una niña de cinco años, pero no para Eri. Tenía que reconocer que aunque con ciertos retos, ser el padre de una niña invencible era muy cómodo. Runaesthera hacía un excelente trabajo enseñándole etiqueta y nuevas palabras, costaba creer lo rápido que aprendía bajo su tutela.

Aún no era mediodía cuando encontró una saliente en la montaña en el límite del valle, enmarcaba una cueva poco profunda, era el lugar perfecto para el nido de un ave... ¿Los pegasos hacían nidos? Los caballos en los establos hacían algo parecido, ¿Por qué no? Entonces... si, ese era el lugar. Regresó para avisar a su familia y los exploradores.

-Lo encontré, el nido debe estar en aquella saliente.

-¿Hay algún camino? -Preguntó el capitán -Parece estar demasiado alto para sus saltos majestad -la duda sobre su mejor habilidad, le dolió menos a Frey que ese "Majestad" -y el animal seguramente lo verá venir.

-No hay problema, puedo crear algunos asideros con magia -Runaesthera siempre tenía una solución que a él ni se le ocurría -quizá puedas esconderte ahí hasta que regrese. Esta rienda mágica puede evitar que escape si consigues ponérsela, pero no lo hará obediente, tienes que domarlo como a cualquier caballo.

-Con la diferencia de que caer de un pegaso puede significar caer desde decenas de metros desde el cielo. Me parece demasiado arriesgado, quizá inmovilizar las alas y domarlo en el suelo sería más prudente -el capitán era a veces demasiado cauto, pero Frey podía respetar eso.

-Es cierto, debo tratar que no se eleve mucho, o mejor que no consiga derribarme. La rienda debe darme unos segundos para montarlo. Suponiendo que consiga sorprenderlo.

-No parece haber un plan mejor -dijo Runa con voz poco convencida, no le gustaba que Frey se arriesgara, qué mujer, enamorarse de un soldado, de un matadragones nada menos -Pero prométeme que no harás una tontería.

-¿Como cual?

-No lo sé, por eso son tonterías, se te ocurren de la nada y terminas con heridas que podrían haberte matado -imposible, ¿Sabía lo del dragón blanco?

-De acuerdo, lo prometo. Si es demasiado peligroso, buscaré una forma mejor.

Eri, que comía un caramelo de miel de su reserva, miraba a sus padres divertida, Frey notaba su sonrisa traviesa cada vez que ambos discutían, por cierto, esos caramelos... quizá podían visitar Meyrin al volver del viaje, no habían podido encontrar unos del gusto de Eri en ninguna dulcería de Artemia. Y ya casi no tenían de los que le dió la reina Eyren.

-Bien, por lo menos puedo hacer esto en caso de que de todos modos lo hagas -Runa dibujó con las puntas de sus dedos sobre el peto de armadura que usaba Frey, un símbolo arcano apareció y se deformó hasta convertirse en la runa que se leía como "flotar" -Si caes, flotarás sobre el suelo antes de golpearlo, pero una sola vez.

Frey se despidió de su esposa y su hija y trepó por los asideros que Runa creó para él en la pared de piedra, el hechizo simplemente había hecho que crecieran protuberancias en la roca, una versión menor de cuando hacía crecer estacas de piedra desde el suelo.

Escaló en pocos minutos, era increíble cuán alto se veía desde arriba, no era de los que sufrían vértigo, pero la escalada le había dejado agotado cuando llegó a la saliente y el suelo de abajo parecía tirar de él cuando miraba hacia abajo.

Pasó quizá una hora hasta que vió al pegaso aproximarse, qué criatura tan magnífica, si fuera un simple caballo seguiría siendo excepcional, lo que le sorprendió es que contrario a las leyendas, no era completamente blanco, su crin era de un negro azabache brillante al igual que su cola y la punta de sus alas. Además de unas pocas manchas en el pelaje, no parecían imperfecciones, eran como tinta sobre un lienzo, cuya forma uno aún no puede ver, pero sabe que está ahí.

Frey lo miraba oculto tras una hendidura en la pared de la cueva, el pegaso miró en su dirección y al tiempo que golpeaba el suelo con uno de sus cascos, bufó retante. Sabía que estaba ahí. Frey salió despacio, rienda en mano, el animal giró su cabeza para mirarlo directamente por un momento, antes de agacharla a su nivel. Frey no comprendía pero le puso la rienda a toda prisa. Se sintió aún más confuso cuando agitó la cabeza claramente indicando que montara. Frey empujado por la emoción más que por la curiosidad o la precaución, subió a su lomo. Tan pronto como montura y jinete hicieron contacto, el pegaso saltó al aire agitando las alas y moviendo las patas como si corriera en el aire. Esa era la sensación que dejaba, no parecía volar con las alas sino correr en el aire por alguna magia desconocida, pero giraba, planeaba, hacía amplios bucles en el aire.

Cuando estuvieron volando sobre el centro del valle, el pegaso comenzó a girar, a agitarse como cualquier caballo salvaje, sus cascos parecían tocar un suelo invisible cuando lanzaba poderosas coces pero no había sonido alguno. Frey se aferró a la rienda y equilibró su peso para evitar que lo derribara, aunque...

Sin previo aviso, echó a volar describiendo círculos cada vez más estrechos para después elevarse como si cayera hacia arriba, Frey se mantuvo firme y fuerte procurando concentrarse en su tarea, incluso cuando el pegaso detuvo en seco su vuelo para precipitarse en picado hacia el suelo, lo raro era...

El suelo se acercaba raudo, pero Frey no flaqueó, estaba haciendo justo lo que siempre había deseado, y aunque constantemente sentía que debía soltarse, usar el hechizo de Runa para salvarse, no lo hizo, no solo porque mucho dependía del éxito de esta misión, sino porque en verdad deseaba tener éxito. Por mucho miedo que pudiera tener.

Volaron cerca de donde los demás lo esperaban, gritos de asombro y apoyo llegaron a sus oídos, especialmente un alegre "Papi es increíble" de Eri. El pegaso volvió a elevarse a toda velocidad, esta vez cayendo en espiral, como un ave herida, sin control aparente, como si de pronto simplemente hubiese dejado de volar. Solo que mucho más rápido.

-No tratas de hacerme caer... quieres que me suelte, ¡Y eso no va a pasar!

Frey aferró el cuello del caballo volador y trató incluso de guiarlo, el suelo estaba ya muy cerca, habían pasado ya la copa de un alto árbol, Frey se aferraba aunque esta vez pensó que estrellarse era inevitable.

El pegaso recobró la postura y como si fuera parte del mismo viento, voló a centímetros del suelo para elevarse de nuevo poco a poco. Su vuelo era ahora estable y dirigido, un paseo en palafrén, pero en el cielo.

El animal ahora se dejaba guiar por la rienda como cualquier corcel que Frey hubiera montado antes. Lo guió hasta donde lo esperaban los demás. Todos estaban emocionados, Eri solo quería acariciar al pegaso, decía que ella iba a volar sola algún día.

Estaban un paso más cerca de su objetivo.

Capullo de Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora