De amigos nuevos y viejos.

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—¡Bestenar, mi armadura!

Frey apuró al chico escudero al que cada día daba más responsabilidades, y por tanto, confianza, había empezado torpe, desganado, pero se había vuelto confiable y eficiente a medida que había notado que a Eri le molestaba que Frey lo elogiara. Runa no tenía hermanos, pero había vivido lo suficiente para saber que en eso se había tornado la relación de esos dos.

En menos de un minuto Frey estaba armado y listo. Su armadura era apenas un peto ligero de acero, grebas y guanteletes, ni siquiera usaba cota de malla, los matadragones necesitaban el mejor equilibrio entre peso y protección, sobre todo en momentos como ese.

—¡Eri! —La orden firme de Frey fue contestada con la veloz reacción de la pequeña quién bañó a su padre con su fuego naranja, otorgándole fuerza adicional. Bestenar ya había preparado a Saltarín para que el caballero lo montara de un salto. Pasó al galope junto a Runa que lo esperaba para hacer lo mismo.

—¡Cuida de Eri! —le gritó al mocoso —si algo le pasa te haré responsable —Y así se elevaron sobre el pegaso, en busca del dragón. Debían ahuyentarlo o eliminarlo antes que atacara la caravana. Tenían ya una semana de viaje con los embajadores de Pellegrin. Lo habían visto volando cerca esa mañana, inseguros de si representaba una amenaza, por consejo de Lady Mera, Eri había usado su voz de dragón para hablar con él a la distancia, pero la respuesta había sido una bravata.

Runa montó esta vez detrás de su esposo, lo sostenía mientras lo imbuía de poder mágico. Pronto fue suficiente para que su mandoble encantado se materializara en su mano. Alcanzaron al monstruo alado que volaba a pocos cientos de metros, listo para acometer, Saltarín se estaba adaptando a Frey muy deprisa, se movía como lo hacía él, parecía que saltaba sobre un suelo de aire cuando esquivó las llamaradas de un intenso rojo que el dragón les lanzó. Era una bestia de escamas azul blanquecinas, de esbelta figura y largos cuernos curvos semejantes a los de los toros. No era especialmente grande, pero se mostró ágil y feroz en el cielo. Evitando las acometidas con súbitos aleteos y lanzando dentelladas arteras que Frey ya evitaba, ya rechazaba interponiendo su imponente espada.

Runa dió aún más magia a Frey hasta que su espada refulgió como si por sí sola reflejara toda la luz del sol, extendiendo su alcance. Frey adoptó la pose del unicornio y Saltarín pareció fundirse con él, voló en línea recta hacia el dragón, evitando sus llamas con súbitos saltos a los lados sin perder la dirección, la bestia evitó el envite en el último segundo cayendo en picada y volviendo a elevarse para quedar detrás de ellos. Listo para su propia acometida.

Runa estaba preparada. No habría podido acumular nubes para lanzar un relámpago, pero cuando el dragón atacó su retaguardia ella lo desequilibró con una lluvia de flechas de hielo. Algunas incluso lograron herirlo a través de sus duras escamas, el aullido de dolor les dio tiempo para dar la vuelta y que Frey adoptara la pose del hipogrifo. Una vez más Saltarín supo seguirlo y voló describiendo una curva que dio impuso al tajo lateral que impactó en el hombro del monstruo apenas con la punta, pero fue suficiente para inutilizar su ala derecha.

La bestia rugió, chilló, se debatió y lanzó llamaradas en todas direcciones, pero fue inútil, terminó por caer en espiral hasta estrellarse contra los árboles del pequeño bosque junto al que habían acampado.

Runa miró al suelo esperando ver la explosión, en su lugar, sus ojos mestizos vieron a Lady Mera a lomos de Luz de luna seguida de cerca por Eri que montaba a su joven yegua Peonia. Iban derechas a donde había caído el dragón. Llamó la atención de Frey para que fueran a interceptarlas.


—Señorita, no tema espolear a su montura, apresure el paso, o no llegará a tiempo —Meraxes sabía que no podían desperdiciar la oportunidad, cuando la guerra las alcanzara, necesitaban aliados, si el dragón seguía con vida, su señorita podría someterlo, sí no, había hecho ya el juramento y podría cambiar a su verdadero cuerpo si necesitaba protegerla. Le impresionaba la montura de Eri, la pequeña yegua había dejado de crecer pero era casi tan veloz como los caballos adultos. Se dejaba guiar por la niña como si fuera tan experta como sus padres. Le seguía el paso apenas unos metros por detrás.

Capullo de Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora