Las hadas no existen

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La pequeña luz se posó en la mejilla de Eri, la pequeña se revolvió en su saco de dormir, incómoda, la luz insistió hasta que Eri despertó del todo, la miró adormilada primero, pero pronto la emoción de ver lo que ella pensó que era un hada la empujó a ponerse en pie y tratar de atraparla, sus padres, que dormían a un lado no parecían darse cuenta de nada, quizá estaban muy cansados. El hada hizo dos círculos en el aire, lo que para la pequeña era una invitación.

El hada salió de la tienda y Eri la siguió corriendo, un hada no la llevaría a un lugar peligroso, eran seres bondadosos que concedían deseos a los niños como ella. La guió bosque adentro por el mismo camino que había recorrido esa mañana, pero de alguna forma parecía mucho más despejado y fácil de transitar. Eri sabía a dónde iba, y en efecto minutos después, aunque en la mañana le había tomado una hora, llegó al claro del manantial. Otras muchas luces la esperaban ahí, posadas en las ramas y hojas de los árboles iluminando el claro en medio de la negra noche. Sobre el agua del manantial, un gran número de luces revoloteaban, Eri se acercó para mirar.

Dentro del agua, vio su reflejo, se veía mayor, usaba un vestido de seda sobre el cual llevaba un medio peto de acero, sus cuernos eran más pequeños pero sus alas más grandes, Eri admiró la visión preguntándose qué le estaban queriendo decir, de repente, otro reflejo apareció en el agua como si algo estuviera junto a Eri, era un enorme caballo, de un blanco muy puro, una larga crin caía por su cuello como el cabello de una doncella, un largo cuerno espiral salía de su frente brillando tenuemente, los dos reflejos se miraron, como viejos compañeros. La visión cambió un momento, Eri pudo ver a su padre mucho más viejo, montando un caballo parecido, pero con alas y sin cuerno, volando hacia lo que parecía una montaña de color azul tornasol.

De pronto el reflejo en el agua fue completamente normal, Eri se veía a sí misma y a las luces mirando el agua. Se giró a buscar donde habría estado el caballo, pero no había nada.
—Pura de corazón, gracias a tí y a tu padre el valle es de nuevo un santuario para nosotros, eres digna de mi, pero no estás lista, entraré a tu vida pronto. Hoy, quiero recompensarlos, pero sus deseos no están a mi alcance, dependen de sus propios corazones, en su lugar, los ayudaré con su propósito.
—Señor, no lo veo, ¿Quien es? ¿Es un hada?
Las luces en los árboles destellaron con fuerza, cegándola.
La luz del sol colándose entre las ramas la despertó para escuchar los gritos.
—¡Eri! —Era mamá, se oía enfadada, no, más bien triste, preocupada.
—¡Erifreya! —Ese era papá, si la llamaba Erifreya era que la iba a castigar.
Se levantó con los ojos pesados, estaba en el mismo claro, tenía muchos bichitos encima y alrededor, y lo raro era ver el caballo de mamá a su lado, bebiendo del manantial.
—¡Mami, Papi, acá estoy!
Los dos llegaron casi al mismo tiempo desde distintas direcciones. Corrieron hacia ella y la abrazaron primero, aunque le gritaron después.
—Mami, lo siento, las hadas me trajeron, me dijeron cosas raras que no entiendo, y había un caballo con un cuerno en el estanque…
—Ay Eri, lo siento, estos bichitos se llaman luciérnagas, brillan en la noche, y viven cerca del agua, el caballo de mamá se fue buscando agua, es bonito pero no es un unicornio —Papá era quien siempre le explicaba todo, esta vez sentía que se equivocaba, pero tanto él como mamá se habían asustado mucho, era mejor no hacerlos enfadar, o quizá la castigarían sin dulces por una semana como cuando había roto su vestido intentando volar.
—¿Unicornio?
—Te prometo contarte el cuento esta noche. Ahora mismo debemos avisar a todos que te encontramos. Aún podemos ir a buscar al pegaso y aprovechar el día.
—Está bien, lo siento papá, lo siento mamá, prometo no volver a salir sin permiso.
Eri pasó el día con sus padres buscando rastros de aquel pegaso, Eri encontró una pluma, y papá unas huellas junto al río. pero no pudieron verlo, a lo mejor les tenía miedo. Esa noche movieron las cosas del campamento al claro de las hadas, lo que hizo a Eri muy feliz, tal vez todos verían que lo que había visto no eran aquellos bichitos que decía papá.
Pero no vinieron, Eri las buscaba por todos lados, hasta pudo ver a los bichitos, su brillo era muy pequeño, no se parecían, el caballo de mamá por muy blanco que fuera, tampoco se parecía al del cuerno. Papá Frey le contó el cuento por fin.
—El unicornio es un caballo con un cuerno mágico, con él puede curar a los enfermos y proteger a los inocentes, muchos caballeros quieren atraparlo para montarlo, pero el unicornio sólo puede ser montado por mujeres puras de corazón.
—Amor —mamá siempre contaba mejor los cuentos, papá siempre olvidaba alguna parte —cuentale que el unicornio es el que aparece en el escudo de Artemia, o que hace dos mil años, existió una mujer caballero que se enfrentó a un ejército de orcos montada en su unicornio.
—A eso voy, a eso voy… La diosa de la paz creó al unicornio por los rezos de una pequeña niña, su ciudad estaba siendo atacada por monstruos, la niña se refugió en el templo, rezó toda la noche hasta que la diosa vio la pureza de su corazón y le envió al unicornio, que curó sus piernas lastimadas y se la llevó en su lomo hasta otra ciudad cercana. La niña creció aprendiendo a luchar y años más tarde, terminó con todos los orcos de la región, por su valor, ella fue la primera reina del nuevo reino que ahora es Artemia, su unicornio se convirtió en el escudo de armas de su familia y con el tiempo, de todo el país.
—¿Papi, la niña también era un dragón como yo?
—No lo creo Eri, tú eres muy especial, nunca hubo nadie como tú antes, que yo sepa.
Mamá la tomó en sus brazos y la recostó.
—Aunque no fueras un dragón mi niña, nunca habrá nadie como tú —la besó en la cabeza y apretó, Eri amaba eso, y sus palabras eran lindas. Mamá sabía cómo hacerla sentir bien.
Una sombra cubrió la luz de las estrellas por un momento, el sonido de aleteos puso a los adultos en alerta, ¿Otro monstruo con cara de señor?
—Ese era el pegaso, estoy seguro —dijo papá. Se levantó y dió uno de esos saltos imposibles que él sabía dar para subirse a un árbol, se quedó ahí un rato en que nadie dijo nada. Cuando bajó, estaba emocionado, su cara estaba rara, era chistosa porque casi nunca sonreía así.
—Pude verlo, voló directo hacia aquellas colinas. Su nido debe estar ahí.
—Siéntate Frey, iremos a buscarlo en la mañana, si no está ahí tendrá que volver, esta noche no te vas a poner en riesgo.
—Está bien amor.

Capullo de Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora