Hermanos

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Eri había estado desconsolada, pero la reina Eyren estaba mucho peor, estaba indiferente. Miraba a la gente sin hablarle si podía, usaba las más básicas cortesías para excusarse y por supuesto, no participaba en las reuniones.

Runaesthera, princesa de Artemia había llevado a su familia a Meyrin hacía ya un par de semanas por petición del rey Bestolf, quien tenía la intención de usar a Eri como parte de su plan para desheredar a su hijo, un mocoso malcriado llamado Bestenar; pero claro que Runa tenía mucho cuidado de no llamarlo así, consideraba los sentimientos de su madre, quien ya había perdido a su hija y bastante tenía con que Eri se la recordara para que nadie vilipendiara a su hijo, por mucho daño que hubiera hecho. Ojalá a Frey no se le olvidara tan seguido que la reina estaba en la habitación.

Ese día Runa había acudido una vez más a la sala del trono a discutir alternativas al plan de sucesión del rey Bestolf, a ella le parecía aberrante participar de un tema así como representante de otro reino, pero era inevitable dada la insistencia del rey a incluir a Eri. Runa tendría que ser firme, no aceptaría ningún acuerdo que la pusiera en el trono directamente, un trato así pondría a la gente en su contra, sería visto como una invasión diplomática de Artemia, esa era la clase de cosas que iniciaban guerras, lo había aprendido de su padre, el rey Alistor de Artemia.

Para suerte de todos, la rebelión del príncipe Bestenar había caído antes de comenzar, la mayor parte del pueblo de Meyrin pensaba igual que el rey, que el príncipe los había abandonado en su peor momento. Apenas un puñado de soldados se le habían unido y uno de ellos terminó por traicionarlo, lo entregó a la guardia real y era ahora prisionero... en sus habitaciones del castillo.

Sin embargo, resultó que aunque el apoyo al príncipe era escaso, el descontento por los planes del rey se había unido a las voces de aquellos que pensaban que Eri era peligrosa, y llamaban a la familia real de Artemia "simpatizantes de los dragones", increíble cómo se olvidan mil años de lucha conjunta por un temor prejuicioso e infundado. Eri había pasado en los días que siguieron a su altercado con el príncipe a usar su pendiente de esmeraldas día y noche sin que nadie se lo pidiera. Lady Meracina estaba mortificada de que no quisiera tomar sus lecciones de vuelo. Por suerte la sangre en sus uñas había sido fruto de apretar sus propias manos con rabia. La devoción de la dragona a su ama parecía intensificarse con el paso de los días.

Ese día tampoco iban a llegar a nada, el rey estaba empecinado, la reina no decía nada, aunque hoy al menos había asistido, los consejeros eran hombres letrados e inteligentes, pero también esclavos de la ley y la tradición.

—Me temo majestades —decía Rimpidon, el consejero más anciano —que nos hallamos en una situación sin salida. Quizá si el rey estuviera dispuesto a nombrar a un senescal de entre los candidatos a regentes que ya ha propuesto...

—¡No! —El rey sonaba aún más enérgico que las previas cinco veces que había rechazado esa propuesta —estoy dispuesto a nombrar un guardián si mi heredero es joven, pero un senescal podría asegurar su propia dinastía, además sigo sin entender porqué...

Runa se levantó, su pose de princesa en todo su esplendor —no le permitiremos nombrar a Eri su heredera rey Bestolf, tiene que aceptarlo, ella no es Erina, no puede recuperar a su hija a través de la mía. —Frey se levantó también, no dijo nada, estaba mostrándole que apoyaba sus palabras, si bien le dirigió una mirada de reproche.

El rey pareció rojo como una calabaza por un momento, tras el cual soltó un largo suspiro. Bajó la mirada y sus cejas cayeron pesadas sobre sus ojos que ya presentaban la sombra de la falta de descanso.

—Tiene razón princesa Runaesthera, creo que no estoy pensando bien. —Se acercó a donde estaba sentada su esposa, quien lo miró y tomó su mano, aún con su expresión distante —tal vez todo esto es mi culpa...

Capullo de Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora