El señor de la puerta

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Cinco años atrás.

Volar sobre una cueva humana era peligroso para un dragón menor como él, pero tenía que avisar al rey, dos de los príncipes habían enviado guerreros a destruir a su nuevo vástago. El rey finalmente, después de casi doscientos años estaba a punto de poner un nuevo huevo. Y de los cuatro príncipes, dos trataban de robarlo y otros dos de destruirlo. ¿Cómo podría un ser de poder tan puro y tan grande haber engendrado tanta deslealtad?

El rey había elegido la cueva humana perfecta para anidar, una de sus fortalezas más grandes pero alejada de los pueblos en la cima de una montaña, dieciocho años antes, el rey había elegido una muy diferente para él, la había despejado en persona, pero desinfectarla había destruido la fortaleza y todo lo demás, y al final el huevo se había perdido. Los humanos habían destruído las cuevas de los dragones milenios atrás, creyendo que los llevarían a la extinción, pero habían proporcionado lugares mucho mejores para desovar. Criaturas estúpidas.

El rey ya estaba peleando contra los dos asesinos cuando lo alcanzó, pobres traidores incautos, no tenían oportunidad, el rey los despedazaría sin demora si no estuviera debilitado por crear una vida nueva. Los humanos también lo combatían, pero eran menos que el viento contra sus pétreas escamas. 

Descendió sobre el muro del castillo intentando pelear contra alguno de los asesinos, pero era muy pequeño comparado con ellos, posado en uno de los muros, logró ver que el rey ya había desovado, un huevo del tamaño de un peñasco yacía abandonado en medio del patio, defendido por el rey que había tomado la torre más alta desde donde eliminaba a sus enemigos con sus llamas negras sin quitar sus ojos del huevo.

Si el huevo se rompía o pasaba demasiado tiempo bajo el sol se perdería, no iba a permitirlo, podría ser quizás el último de los lealistas, pero debía su vida a su rey, así que estaba dispuesto a la máxima atrocidad, los humanos estaban escapando, pero algunos de ellos se habían quedado atrás, escogió a uno que trataba de apuntar una de esas extrañas armas de los muros contra su rey, y lo devoró. Vivo y entero. Así tenía que ser.

Con el antiguo conjuro que todo dragón conocía, ocupó el cuerpo del humano a cambio de su fuego. Abrió sus ojos para encontrarse “de pie” sobre el mismo muro, sintiéndose frágil, pequeño, e invadido por el asco, ocupar el cuerpo de un humano era una de las cosas más vergonzosas que un dragón podía hacer, habían creado el conjuro los cobardes entre ellos que se ocultaban en los pueblos hasta que sus fuegos se apagaban. Tan pronto pudiera, abandonaría ese cuerpo, ahora mismo, lo necesitaba. Tenía hasta la ropa del humano, ni siquiera con todas esas cosas encima el cuerpo se sentía protegido, apenas eran bolsas de huesos. Patético.

Corrió con esas piernas lentas sintiendo el cansancio apenas empezar, el conjuro no podía encerrar su lealtad ni su determinación, bajó hasta el patio rodeando las llamas y escombros que caían desde todas partes buscando el huevo, era fácil, su fuego ya resplandecía a través del cascarón. Ahí estaba, continuó aunque sentía dolor y cansancio hasta que lo alcanzó. Lo tomó bajo su brazo y siguió corriendo, el rey podía ver la verdad en su alma, seguro lo protegería mientras llevaba el huevo a lo profundo del castillo para dejarlo eclosionar. Era el más hermoso que había visto desde su propio huevo. De pronto…

—¡Huya maese Frigg! —Una mujer de largo cabello rosa que llevaba en una perfecta trenza y armadura plateada se descolgó desde una almena cercana —Yo lucharé con los dragones, escape con todos los demás, papá está herido y ya lo llevan rumbo a Artemia. ¡Escape de una vez! —La mujer lo había confundido con el cuerpo que ocupaba, si era una matadragones no podría enfrentarla en ese cuerpo.

—¡Si! Esto… La salida está muy lejos, me ocultaré dentro…

—Está bien, iré a buscarlo cuando esto termine. —La mujer saltó hacia la torre, directa a enfrentar al rey con la lanza plateada que portaba. Ojalá la hubiera devorado a ella, su cuerpo no era tan frágil como el que había escogido. Por suerte no había reparado en que llevaba el huevo.

Siguió corriendo hacia la sala más grande y profunda que pudo encontrar, colocó el huevo sobre un asiento justo al centro, las paredes de piedra ya estaban haciendo efecto en el cascarón… ¿O era eso una grieta? Imposible, agrietar un huevo de dragón era casi imposible, entonces… uno de los otros debía haberlo golpeado o quizá los escombros…

El huevo iba a malograrse, el fuego escapaba por la grieta antes de tiempo, y no podía evitarlo con esas manos humanas, pero la sala era muy pequeña para su forma real. Afuera, la tierra temblaba con los rugidos de dolor que no podían pertenecer más que al rey. ¿Esa mujer lo había herido? No, seguro alguno de los traidores. 

Silencio. De pronto ya no hubo temblores ni sonidos de combate, quizá el rey los había llevado a luchar lejos de su huevo, o se había echado a descansar…

—Maese Frigg —La mujer de antes entró por la puerta cubierta de su propia sangre, se apoyaba en su lanza arrastrando una pierna destrozada, impulsada por una voluntad y determinación equiparable a la suya propia —no se preocupe, yo puedo romper el huevo, mi lanza…

No podía permitirlo. La atacó de frente, pero a pesar de su estado ella era una guerrera, y él estaba en un cascarón inútil. Lo hizo a un lado como si no estuviera ahí, antes de que pudiera levantarse, la mujer había clavado su lanza a través del cascarón del huevo.

Del interior, un fuego tornasol se abrió paso por el mango de la lanza hasta alcanzar a la mujer, ella ardió un instante, si siquiera tuvo tiempo de gritar, el huevo estalló en una llama multicolor y enseguida, solo quedaron los huesos de quien fuera quizá la humana más aterradora que hubiera visto. Y un cascarón vacío. El fuego había consumido a la humana a su propia costa, y ahora se apagaba poco a poco para siempre. Había fracasado.

El sonido de llantos lo puso en alerta. ¿De dónde venían? Buscó el sonido por la habitación y por fin vió que donde el fuego terminaba de apagarse había una bebé humana que respiraba los restos de ese fuego, ¿Era acaso el príncipe nacido del huevo? ¿Qué había pasado? ¿Había robado el cuerpo de la mujer? No, no funcionaba así, y la bebé tenía pequeñas alas y cuernos. Si, era un dragón, su fuego estaba ahí, a pesar de la grieta era uno de los más intensos que había sentido. 

No supo qué hacer, era la hija del rey, no podía abandonarla, pero tampoco podía mostrarla a otros dragones en ese estado, solo el rey quizá sabría cómo devolverle su forma real. Decidió esperar, el rey debía volver, seguramente lo haría, hasta entonces, mantendría a la pequeña a salvo y lejos de los ojos de los dragones traidores. Pero si humanos invadían el castillo o algo le pasaba, le harían daño…

Por cinco años cuidó de la pequeña sin dejarla salir, en el castillo encontró ropa humana y cosas como camas o juguetes, los humanos debían pensar que era humana o algo parecido para que no la lastimaran, aunque no pudiera evitar detestarla y a sí mismo por la forma que se veía obligado a adoptar una y otra vez, a costa de su propio fuego. Le enseñó el idioma de los dragones y de los humanos. 

Hasta que dos caballos se acercaron al castillo.

Capullo de Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora