La guerra de los dragones.

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Eri nunca se despertaba al amanecer, le pesaban los párpados mientras el señor raro le tiraba de la mano, no le gustaba, no era amable aunque tampoco era malo, y papá le había dicho que le hiciera caso. Ni siquiera le había dejado acostar a su muñeca o cambiarse el camisón. Mamá la iba a regañar por salir así.

La llevaron a jalones hasta el lago, no demasiado lejos de donde practicaba volar. No era buen momento, el agua estaba muy agitada, si caía al agua no podía nadar a la orilla y no estaba mamá para cuidarla. Este señor no sabía nada. Lo raro era, que mientras más caminaba, se sentía más despierta, le estaba dando algo parecido al hambre, hacía mucho que no se sentía así.

Escuchó un ruido como de chapoteos a la distancia, todo el mundo había ido a ver, entonces recordó que papá le había dicho que pronto tendría que hablar con un dragón, ¿En serio, hoy? ¿Y por qué tan temprano? Eri ya casi no le tenía miedo a esos monstruos grandotes, ni a ningún monstruo, papá podía encargarse de cualquiera de ellos porque era genial.

Mamá llegó volando en el pegaso de papá, se bajó de un brinco y le dio un abrazo muy pero que muy fuerte, como hacía cuando estaba triste, respiraba muy raṕido, parecía que iba a llorar, a Eri se le olvidó el sueño y le devolvió a mamá un abrazo suavecito, pero más fuerte que el suyo. Las dos siguieron caminando y dejaron al señor poco amable atrás.

Se quedaron en la orilla, Eri podía sentir que la mano de mamá temblaba cada vez que veía el agua chapotear.

—Amor —Le dijo arrodillándose para estar a su misma altura, lo hacía para regañarla o para consolarla cuando estaba triste, así que Eri no sabía si eso le gustaba o no —queremos que hables con este dragón, como lo hiciste con el verde, recuerdas lo que papá te pidió que le preguntaras?

—Si mami —estaba confiada, ya no tenía dudas, nada que le dijera el dragón la haría llorar como ese día en casa del abuelo, Eri era Eri, Erifreya Verrin Draconis, ese viejo nombre que sonaba tan mal había quedado atrás junto con el miedo. Aunque quizá tuviera que preguntarle al dragón algunas palabras que no sabía lo que significaban.

—Estamos muy orgullosos de tí mi niña —mamá dijo eso como si tuviera muchas ganas de decirlo, y se sentía muy bien, Eri quería que sus padres se sintieran así — ¡Soldados! levanten la trampa!

Con el grito de mamá un montón de señores empezaron a jalar de unas cadenas, el agua se agitó más y Eri pudo ver unos ojos amarillos muy enojados en una gran cabeza negra con largos cuernos curvos como los de un corderito, o como los suyos… Parte de la boca quedó todavía bajo el agua cuando dejaron de jalar.

—Ahora Eri, debe poder escucharte.

Eri le habló como le había enseñado el señor de la puerta. No le gustaba el sonido, oyó como hacía eco por la ciudad bajo la cascada, los dragones no podían hablar quedito.

—<<Señor dragón, me llamo Eri, perdone a mis papás por amarrarlo, pero usted da mucho miedo>>

—<<¿Qué clase de aberración eres?>> —Cada vez que hablaba, salía mucho vapor de su boca porque la tenía a medio sumergir.

—<<No soy aberración, yo también soy un dragón, pero soy mas chiquita y bonita porque soy una princesa>>

—<<Eres la princesa perdida. La última hija del rey dragón. ¿Qué te han hecho?>>

—<<No se, yo soy así, mi papá quiere que te pregunte cosas>>

—<<¿Tu padre? ¿Están estos humanos al servicio de tu padre?>> —los ojos del dragón se abrieron como los de los niños malos cuando Koro le quitó el collar aquel día en la plaza del mercado.

Eri lo pensó un poco —<<Sí, papá está con nosotros, dice que si te portas mal te va castigar>>

—<<No, espera, me someteré>>

Una luz apareció alrededor del dragón por un momento, todos se cubrieron las caras. Cuando terminó el dragón ya no estaba y en el agua flotaba una señora con un vestido muy elegante que flotaba y se le enredaba. Eri pudo ver el fuego del dragón por un rato, como si estuviera flotando en el aire.

Papá y otros dos señores con espadas saltaron al agua y agarraron a la señora. Por suerte la sacaron deprisa, porque se veía que no sabía nadar.

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Frey se había anticipado a la posibilidad, cuando el dragón adoptó un cuerpo humano estaba preparado para saltar hacia él desde los empalmes de la trampa. Habían preparado un grillete que atraparía su alma en el humano mientras lo llevara. Cortesía de los magos de Meyrin. Lo que no había esperado era que fuera una mujer mayor.

La sacaron del agua tosiendo y maldiciendo con palabras que hacían sonar los insultos de Runa aún más infantiles. Forcejeaba y lanzaba dentelladas aunque su cuerpo humano era frágil, la llevaron encadenada tan rápido como pudieron a los calabozos subterráneos, donde incluso si el grillete fallaba, no podría recuperar su cuerpo de dragón.

Ya en su celda, cubierta con mantas, pues le habían quitado el vestido mojado, Frey fue a verla acompañado de Runa y Eri. La mujer que había sido el dragón negro temblaba de frío, sentada en el humilde taburete que le dieron. No apartaba la mirada de él en ningún momento como si temiera una traición inminente.

—Eri —dijo —preguntale…

—Puedo entenderte humano ignorante, —la voz le salía rasposa, casi viperina —tomé esta forma para poder hablar con ustedes. No quiero enfadar al rey. No seré leal a su tiranía, pero no me arriesgaré a que me devore.

—¿Te refieres al rey dragón? ¿Por qué lo enfadarías? ¿Sabes dónde se encuentra?

—¿Qué? La niña afirmó que su padre me castigaría si no cooperaba. Ella es princesa de los dragones aunque tenga esa apariencia…

Eri se adelantó envalentonada. Dándose un orgulloso golpe en su pechito. Y señalando a Frey.

—Si, mi papi es invencible y castiga a los dragones malos.

—Me he dejado engañar como una idiota. Dos veces. —bajo la cabeza hacia sus manos atadas, y luego miró a Runa —primero me dejo provocar por esa bruja y luego me engaña una niña.

—No te atrevas a llamar bruja a —Runa lo interrumpió impidiendo que se acercara más.

—Tranquilo Frey, puedo soportar que me llame bruja alguien a quien le dejé caer un relámpago —miró a la mujer dragón con una sonrisa burlona.

—¡Eso dolió maldiciones! —la mujer mostraba los dientes al hablar —¿Qué quieren de mí? ¿Que les he hecho siquiera a un montón de insectos insignificantes?

—Para empezar, atacar poblaciones humanas, tenemos siglos defendiendonos de ustedes los dragones. Ha sido una guerra demasiado larga para que preguntes eso —Runa caminaba alrededor de la prisionera mientras hablaba.

La mujer soltó una serie de carcajadas, se rió durante un largo tiempo, hasta que empezó a retorcerse y a jadear. Tardó un buen tiempo en recomponerse y finalmente pudo responder.

—Nosotros no estamos en guerra con ustedes, no nos molesta su existencia en nuestro mundo. Son insignificantes. Incluso los mejores entre ustedes.

Frey estuvo a punto de montar en cólera, pero una vez más Runa se adelantó.

—¿Entonces por qué nos atacan?

—Algunas veces necesitamos un lugar para anidar, sus castillos son perfectos, sólo hay que fumigar primero —ni siquiera tenía una expresión de burla o malicia, hablaba convencida de lo que decía —otras veces, alguien se entera que algún traidor en forma humana se esconde entre ustedes, y acabamos con las poblaciones para destruirlos.

Frey y Runa se quedaron en silencio, Eri estaba enojada, pensaba que se había burlado de ella aunque no comprendía del todo la situación.

—Los dragones —dijo, adoptando un tono serio, estricto incluso —estamos en guerra entre nosotros. Ustedes sólo están en medio.

Capullo de Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora