PRIMERA PARTE

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Vuelvo a desvelarme en el pintoresco pueblo que me vio llorar.

I

Caída en picada.

23 de Junio, 2017.

Me acurruqué en la cama de mi mamá después de hacer lo que me aconsejó; no podía juzgarla, ni podría juzgarlo a él, después de todo yo creo que también hubiese actuado de la misma manera. Aunque me cuestionaba muchas cosas en ese momento. ¿Qué pasaría ahora? Tenía mucha rabia y confusión, pero no podía molestarme, al menos no con ella. Estaba agradecida con mi mamá, a pesar de su intransigencia y su dureza de corazón, comprendí que tenía razón, que todo lo que me advertía se cumplió como una profecía y pude verlo tan claro mientras lloraba y lloraba... hasta quedarme dormida.

La historia de amor que para ella jamás debió comenzar y que para mí fue un lindo cuento de Romeo y Julieta adaptado a mi vida en el siglo XXI, ahora se convertía en pesadilla, en una estruendosa pesadilla de la cual hubiese querido despertar, aún con la esperanza que fuese producto de mi imaginación y que todo aquello fuese una desagradable mentira.

Cuando desperté me di cuenta, principalmente por el incesable dolor de cabeza, que aquello no era una pesadilla, era la cruda realidad. La realidad a la que le temen muchas personas y de la cual yo jamás había tenido miedo; la misma que te eleva en lo más alto del cielo y te permite flotar mucho más arriba que las nubes, incluso más alto que cualquier capa de la tierra; la realidad que por un momento sientes que será eterna, que no llegara a su punto cumbre pues no tiene límites, aquella que es inalcanzable para muchos y que cuando la tienes, te sientes completa, te sientes feliz, esa realidad del amor, que luego desciende a millones de kilómetros por segundo, más de eso inclusive, y que sin anestesia te rompe de un tirón cualquier hilo de esperanza que te pueda quedar guardado en el centro del corazón; la que sin piedad te desmorona en pedacitos ese trozo de felicidad que significa tanto en nuestras vidas, esa que hace que tu propia saliva sea de un amargo casi insoportable y le da cabida a el llanto, el insomnio, la ansiedad, la inseguridad, la rabia.., si, pues la realidad es efímera, un día estas en el cielo, bailando con las nubes y cantando con las aves, disfrutando de la resplandeciente luz del sol, y al otro día estas encerrada en una habitación, evitando el ruido, bajo la luz tenue de un lamparita de noche y llorando... llorando por aquello a lo que le llaman desamor.

Fue allí cuando tuve miedo, cuando desperté y toda aquella reflexión pasó por mi mente ofuscada en cuestión de segundos. No quería regresar a Carora, tenía miedo de volver allí ¿miedo de Carora? O... ¿miedo de algo más?

Estaba en mi lugar, en mi ciudad. No me iría de allí a menos que algo extraordinario ocurriese y tuviese la necesidad de volver al pueblo que me vio llorar.

Mi voz interior gritaba por dentro: "¡Claro que tienes que volver! Tienes que averiguar de que se trataba todo eso. No te vas a rendir solo porque alguien no te ama. Estamos en la búsqueda de la verdad Eloísa, no hay cabida para corazones rotos".

Y tenía razón. Después de todo lo que pasé, los secretos inconclusos y tanto misterio, tenía el deber al menos conmigo misma de descubrir la verdad.

Dentro de mi tenía un pequeño presentimiento, pero no podía lograr entender de que se trataba. Recordé las palabras de la India Rosa: "Descubre el secreto y rompe el karma o nunca serás libre, ni tú, ni los tuyos..."

II

San Cristóbal, año 2006.

Mi felicidad en San Cristóbal, a mis siete años tenia un significado, mi familia. Mi papá, Evencio Rey, un abogado penalista con una solvente reputación y experiencia profesional, merecedor de grandes premios y honra, digno hijo de mi famoso abuelo Evencio Rey. Ambos compartían tanto el amor por la justicia como su nombre. Su trabajo ha sido impecable, llegando a defender casos muy importantes y de gran complejidad, para mi orgullo, todos culminados con éxito. Mi padre era mí héroe, mi príncipe azul, sentía que venía de otra dimensión y pese que el trabajo consumía su tiempo, siempre hubo lo suficiente para nosotros, y más para mí, su hija predilecta para entonces. Era jovial, atractivo, inteligente y habilidoso, le encantaban los deportes extremos al punto de haber sufrido un accidente en su Ultra Liviano, llevándolo a requerir una cirugía de cráneo por trauma craneoencefálico. A pesar de eso, posterior a su recuperación considera que el vivir sin hacer lo que nos gusta, es como no vivir, por lo que compró otro avión y siguió volando entre las nubes blancas del cielo de primavera. Sus colegas lo admiran por su oratoria en los juicios y su ética: y las mujeres por su porte, elegancia, posición social y económica; en la familia lo aman por su personalidad sencilla, divertida y alegre. Era un magnífico papá, que nos enseñó, a mis hermanos y a mí, a patinar, nadar, montar bicicleta, moto, y escalar montañas. Recuerdo que teníamos una hora feliz al mes para comprar lo que quisiéramos, y en esa hora mis hermanos corrían de una juguetería a otra para comprar juguetes y chucherías, la cantidad que quisiesen, mi hermano Guillermo compraba siempre más que mi hermana Sara, quien terminaba buscando lo más barato y sencillo, pues ella es así, modesta, humilde y considerada, me causaba risa que siempre hacia lo mismo en las horas felices pues no quería que papá gastara mucho en ella. Yo, por ser tan pequeña disfrutaba de los gustos exquisitos de mi mamá que aprovechaba para hacer sus compras también. Así fue mi papá, inigualable, dado, divertido.

Ricardo: Un Amor Oxidado en el Tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora