VOLVERLO A VER

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XII

Las únicas cenas.


Llegaron las vacaciones y mi mamá, mi hermana y yo nos íbamos a Carora para reencontrarnos con mi familia materna y pasar juntos la víspera navideña. Estaba contenta de ver a mi abuela Tata, a mis tíos y primos, buscar a mi perrito Brooklyn, y además... volverle a ver. Bueno... ¿a quién quiero engañar? Brooklyn y Ricky eran mi prioridad. Estaba anhelando abrazar a mi oso y jugar con él. Contarle toda mi travesía por Alemania y, además sobre mi nuevo amor. Aunque Brooklyn adoraba a Manuel. Nunca dejaba de mover su cola cuando iba a visitarme y era Manuel el único que podía sacarlo a pasear sin terminar arrastrado. Eran buenos amigos.

El viaje de ida fue ameno, tranquilo y sin contratiempos. Si hay algo con lo que puedo ser feliz, es con los viajes, bien sean en avión, en auto, en barco... hasta en una canoa sería feliz viajando. Es algo con lo que me identifique desde muy chica gracias a mi madre y a su trabajo nómada.

Son ocho largas horas de camino desde San Cristóbal hasta Carora, pero a mí se me hacen muy rápidas, supongo que es la costumbre de tanto ir y venir durante toda mi vida. Aunado a que como mencioné, la carretera es para mí un paseo con diversos paisajes y climas, pues a medida que vamos en nuestro camino, podemos notar el cambio de la fauna y la flora, como el clima frio y nublado trasmuta a un clima soleado con pocas nubes en el cielo y un sin fin de fincas con verdes pastos, mientras vamos dejando las montañas atrás. ¿Cómo no amar algo así? Es simple, lo sé, pero es muy lindo cuando sabes apreciarlo. ¿Quién dice que lo simple no puede llegar a ser cautivador?

Es una experiencia personal, por supuesto, y más cuando vas con un propósito y con ilusiones a tu destino. Yo tenía muchas ilusiones, pero también tenía muchos nervios. Era una especie de sentimiento agridulce que jamás había experimentado. Volver a ver a una persona con quien solo has cruzado miradas dos veces en tu vida, pero con quien hablas todos los días desde que le conociste. Una persona a quien nunca le has tomado la mano, pero con quien tienes profundas conversaciones a medianoche. Alguien de quien realmente no conocías nada, pero al mismo tiempo sabes mucho, y es algo reciproco. ¿Sabía Ricky realmente de que color eran mis ojos cuando son apuntados por el sol? ¿Cuál lunar de mi cuerpo odiaba a morir? ¿Qué es lo que más me aterra en la vida? No, claro que no lo sabía, y todavía conocía mucho más sobre mí que cualquier persona que fuese mi amigo de años.

Se vio a lo largo la fachada de la entrada de Carora. Mi mamá, quien venia al volante, le quito un poco de volumen al radio y mientras pasábamos la entrada y agradecíamos a Dios, como de costumbre, por haber llegado sanas y salvas al pueblito de los imponentes crepúsculos amarillos.

Eran aproximadamente las 5 de la tarde del 21 de diciembre, aún resplandecía el sol en el cielo caroreño y la superficie estaba totalmente despejada. Un ambiente árido y seco nos recibió con una bienvenida cálida y tierna. Qué bueno era estar de vuelta con tanta salud y felicidad, a comparación de cómo había sido mi última estadía en Carora. De camino a casa vi unas cabras pasar. Les sonreí y como si lo hubiesen percibido, las cabritas comenzaron a saltar improvisadamente. Supe entonces que eso había sido mi bienvenida de parte del universo al pueblito que me vio llorar.

Al llegar mi casa, después de haber bajado las maletas y de anunciar nuestra llegada en casa de Tata, le envié un mensaje a quien me había dicho que apenas pisara el suelo caroreño le avisara.

Hola, he llegado a Carora y ya estoy en mi casa. —Inserté una docena de emojis de soles sonrientes.

Lo sé, vi tu carro pasar. No me avisaste apenas llegaste. Mala niña.

Ricardo: Un Amor Oxidado en el Tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora