SEGUNDA PARTE

69 4 0
                                    


Vuelvo a desvelarme en el pintoresco pueblo que lo vio nacer.


I

Una primavera en los 70's.

Dos mujercitas reían y revoloteaban cómo mariposas en primavera, pero no cualquier primavera. Era una con días lluviosos y flores algo marchitas. El sol no quería calentar el suelo con sus rayos y las nubes tampoco pretendían darle paso. La prímula de ese año en Carora traía consigo una desgracia y así lo anunciaba su tiempo.

Una de las mujeres con su cabello corto y rizado, su piel tostada por soles de antaño la hacía ver morena y brillante. La otra, más blanca y pálida. Sus grandes y expresivos ojos perseguían a su hermana mayor por donde ella corría. El anodino sol con sus débiles rayos apuntaba sus rojizos mechones de cabello, lacios y largos.

Una era Flaca cómo una espiga y frágil cómo una hoja seca en otoño. La otra, era una rosa fuerte con espinas por doquier. Nadie pudiese si quiera trocarla sin lastimarse o pincharse un dedo.

La espiga y la rosa eran hermanas de sangre nada más, pero sus atributos y cualidades las hacían parecer completas desconocidas. Sin embargo, ambas se amaban y se complementaban una con la otra.

—Voy a entrar a la casa. Debo arreglarme para salir en la noche con mis amigas. Y tú deberías hacer lo mismo. Ya deja de ser tan aburrida. —le dijo una a la otra.

La de cabellos rojizos respondió:

—Diviértete. Yo me quedaré aquí en el pórtico a ver pasar las aves.

—No mientas. Sé que lo esperas. El amor... el dulce amor.

En la noche, la hermana mayor se despidió de su hermana menor, quien seguía esperando con ansias.

La noche cayó sobre ella y las nubes densas del cielo se disiparon para mostrar un magnifico cielo estrellado. Los ojos de la mujer de cabellos rojizos cada vez denotaban más deseo, más ilusión.

—Con que aquí has estado toda la noche. —musitó un joven acercándose a la ventana en donde se encontraba ella.

El joven era blanco, con cabellos negros y revoloteados. Sus ojos señalaban algo de inconformidad, pero se iluminaban al mirar a la chica del cabello rojo. 

La chica miraba en dirección a la calle con una expresión gélida.

—Ahora dime... ¿Por qué no fuiste a la fiesta con tu hermana? Me ha dicho que preferiste quedarte. —atisbó el joven.

—Yo paso de esas fiestas de sociedad, en donde nadie es amigo de nadie y todos se sonríen hipócritamente. —la voz de la chica era áspera como la corteza de un árbol.

—Yo soy tu amigo. —replicó el joven.

—Cuando te conviene. —respondió ella con una expresión airada.

Hubo un silencio incomodo y el joven quiso acercarse a ella. Acto en vano porque la chica de cabellos rojizos se alejó bruscamente. No con miedo, pero si con repulsión.

—Si no quieres hablar conmigo, ¿por qué estabas aquí esperándome?

Ella no respondió. El siguió:

—Lo que pasó la otra noche... en serio lo lamento. Tú sabes lo que yo quiero, cuales son mis ideales y... ¡sabes todo de mí! —expresó de manera ostensible.

Él esperó a que ella reaccionara, pero al ver que no salía palabra alguna de sus labios, decidió continuar:

—Por favor, tu me conoces. Sabes que no haría nada para lastimarte. Te he amado desde el primer día y lo haré por siempre. —su voz sin querer se quebró— No me importa con quien deba estar por obligación. Eres tú, siempre has sido tú y siempre lo serás.

Ricardo: Un Amor Oxidado en el Tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora