VIII
El día en que casi muero, pero sobreviví.
26 de enero del 2017.
Suena el despertador.
Tomé mi celular con los ojos entreabiertos y lo silencié por diez minutos mientras agarraba fuerzas para levantarme de la comodidad de mi cama. El día anterior había sido una locura. Salimos a comer y a tomarnos unos tragos después en el apartamento de mi tío Enzo y todos terminamos un poco más ebrios de lo que debimos, en especial mi papá, a quien Sara tuvo que cuidar toda la noche.
"¡Las 5:30 am!" Pensé. "Dios... creo que mejor tomamos esas fotos mañana" dijo mi vocecita entre mis pensamientos mientras volvía a quedarme dormida. Adormilada y con algo de resaca, saqué fuerzas de donde no las tenía y me levanté. Quería tomarme fotos con mi hermana y cómo lo habíamos planeado para ese día, ese día lo haríamos.
Mi hermana dormía tan profundamente que el mundo podría haberse derrumbado a su alrededor sin despertarla. La sacudí varias veces.
—Levántate. —dije con entusiasmo— Es hora de las fotos.
—Voy, en cinco minutos. —contestó con un timbre bajo y quebrado.
Me lavé la cara, cepillé mis dientes y me cambié el pijama. Me puse un traje de baño negro con franjas blancas que había comprado la última vez que fui a Nueva York en una tienda de ensueño. Era uno de mis favoritos.
Traté de arreglar mi melena rebelde, sin mucho éxito, me puse bloqueador, polvo, un poco de rubor y al final peiné mis pestañas con rímel transparente.
Tenía las uñas recién pintadas de color naranja brillante, el día anterior habíamos acudido al spa de la posada. Sary y yo disfrutamos una mañana de cuidados, manicura y pedicura. Puedo decir que pasar tiempo con ella, para mí al menos, era como disfrutar de un pedacito del cielo en la tierra. Ella era un auténtico ángel terrenal.
Mi hermana llevaba puesto un traje de baño naranja con volados, que hacía juego con mis uñas más que con su estilo, un tanto más sobrio que el mío, pero se atrevía a usar estilos atrevidos y colores vibrantes de vez en cuando.
Ambas salimos de la posada sin hacer mucho alboroto, no queríamos decir a nadie a donde nos dirigíamos. Yo llevaba un bolso de playa con mi cámara y con una toalla pequeña del hotel, además de mis viejas crocs azul celeste que tenía desde mis 14 años. Mi hermana por otro lado llevaba sus lentes de sol puestos y crocs nuevas que había comprado días anteriores, también de color naranja. Ella era de esas personas obsesivas que combinan absolutamente todo.
No desayunamos nada porque el restaurante de la posada aún permanecía cerrado. Abría a partir de las 8:30 am y nosotras estábamos saliendo mucho antes. Teníamos un camino largo por recorrer.
Comenzamos a caminar en dirección a la playa, la cual no sabíamos exactamente por dónde era. Anduvimos como tres cuadras. Las calles estaban completamente vacías, ni un lorito cantaba en el cielo, ni una iguana pasaba por el suelo. No había vendedores ambulantes ni tampoco carros en las calles. Estaba desierto.
"Para donde se dirigen dos muchachas tan jóvenes a estas horas de la mañana."
Oímos decir a un señor a nuestras espaldas. Nos erizó a piel, pues como si fuese un fantasma, apareció de la nada.
Sara y yo nos volteamos y pudimos notar que un viejito muy simpático nos observaba desde el portón blanco de su casa, algo que supongo, en realidad no puedo decirles si esa era su hogar.
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Ricardo: Un Amor Oxidado en el Tiempo.
RomanceAlgunos secretos es mejor no averiguarlos... Dos historias de amor, cuatro protagonistas, una carta, pero solo un amor verdadero. Aquel que une los lazos existentes entre desconocidos para descubrir la verdad, una verdad que estaba enterrada en el...