VI

188 29 2
                                    


JASON

Un lobo se abalanzó en mi dirección. Retrocedí y estampé mi trozo de madera contra el hocico de la bestia con un crujido que me llenó de satisfacción. Tal vez solo la plata pudiera matarlo, pero una buena tabla podía provocarle una jaqueca de campeonato.

Oí ruido de cascos y al volverme en dirección al sonido vi que un espíritu de la tormenta con forma de caballo se me echaba encima. Me concentré e invoqué el viento. Justo antes de que el espíritu pudiera pisarme, me lancé al aire, agarré el pescuezo del caballo de humo y me subí a su lomo haciendo una cabriola.

El espíritu de la tormenta retrocedió. Intentó sacudirme de encima y luego disolverse en la niebla para deshacerse de mi, pero permanecí montado. Ordené al caballo que conservara su forma sólida, y el caballo pareció incapaz de negarse. Notaba cómo luchaba contra mi. Percibía sus pensamientos furiosos: el caos absoluto esforzándose por liberarse. Tuve que echar mano de toda mi fuerza de voluntad para imponerle mis deseos y controlar al caballo. Pensé en Eolo, supervisando a miles y miles de espíritus de la tormenta como ese, algunos mucho peores. No me extrañaba que el señor de los vientos se hubiera vuelto un poco loco después de siglos sometido a esa presión.

Pero solo tenía que dominar a un espíritu, tenía que vencer.

"Ya eres mío." dije.

El caballo corcoveaba, pero me agarré bien. Su crin temblaba mientras daba vueltas alrededor del estanque vacío, levantando con sus cascos tormentas en miniatura —tempestades— cada vez que entraban en contacto.

"¿Tempestad?" dije "¿Te llamas así?"

El caballo sacudió su crin, alegrándose visiblemente de que lo hubiera reconocido.

"Bien." dije "Ahora luchemos."

Me lancé a la carga en la batalla, blandiendo mi trozo de madera helado, apartando a golpes a los lobos y arrojándome directamente entre otros venti. Tempestad era un espíritu fuerte, y cada vez que se abría paso entre uno de sus hermanos, descargaba tanta elecricidad que el otro espíritu se evaporaba en una nube de niebla inofensiva.

En medio del caos, entreví a mis amigos. Piper estaba rodeada de terrígenos, pero parecía defenderse bien. Estaba tan imponente mientras luchaba, casi reluciente de belleza, que los terrígenos se la quedaban mirando con temor y se olvidaban de que tenían que matarla. Bajaban sus porras y observaban mudos de asombro cómo ella sonreía y cargaba contra ellos. Sonreían... hasta que ella los hacía pedazos con su daga y se derretían formando montones de barro.

Leo se había enfrentado a la mismísima Quíone. Aunque luchar contra una diosa debería haber sido un acto suicida, Leo era el hombre indicado para la labor. Ella no hacía más que lanzarle dagas de hielo, ráfagas de aire invernal y tornados de nieve, y Leo lo derretía todo. Su cuerpo entero desprendía lenguas rojas de llamas como si lo hubieran rociado con gasolina. Avanzaba hacia la diosa utilizando dos martillos de bola con la punta de plata para golpear a todos los monstruos que se interponían en su camino.

Me di cuenta de que Leo era el único motivo por el que seguíamos con vida. Su aura de fuego estaba calentando todo el patio, haciendo frente a la magia invernal de Quíone. Sin él, ya nos habríamos helado hacía mucho, como les había pasado a las cazadoras. Allí donde Leo iba, el hielo se derretía de las piedras. Hasta Thalia empezó a descongelarse un poco cuando Leo se acercó a ella.

Quíone retrocedía poco a poco. Su expresión pasó de la ira a la sorpresa y a un ligero pánico a medida que Leo se aproximaba.

Me estaba quedando sin enemigos. Los lobos se amontonaban aturdidos. Algunos se escabullían en las ruinas, gañendo por las heridas. Piper acuchilló al último terrígeno, que cayó al suelo formando un montón de fango. Cargué con Tempestad contra el último ventus y lo convertí en vapor. A continuación, me di la vuelta y vi que Leo se estaba acercando a la diosa de la nieve.

ᴇʟ ᴄᴏᴍɪᴇɴᴢᴏ ᴅᴇ ʟᴀ ᴘʀᴏғ  ᴇᴄɪ́ᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora