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JASON

Después de la pelea en el Monte del Diablo, creía que no podía sentirme más asustado ni abatido. Pero en ese momento mi hermana yacía helada a mis pies. Estaba rodeado de monstruos. Había roto mi espada dorada y la había sustituido por un trozo de madera. Disponía de unos cinco minutos hasta que el rey de los gigantes apareciera y acabara con nosotros. Ya había jugado mi mejor carta al invocar el rayo de Zeus en mi lucha contra Encélado, y dudaba que contara con la fuerza o la colaboración de arriba para volver a hacerlo. Eso significaba que mis únicos recursos eran una diosa encerrada que no paraba de quejarse, una especie de novia con una daga y Leo, que al parecer creía que podía derrotar a los ejércitos de las tinieblas con caramelos de menta.

Y para colmo de males, mis peores recuerdos estaban acudiendo. Sabía con certeza que había hecho muchas cosas peligrosas en la vida, pero nunca había estado tan cerca de la muerte como en este momento.

El enemigo era hermoso. Quíone sonrió, con sus ojos oscuros centelleando mientras le crecía una daga de hielo en la mano.

"¿Qué has hecho?" inquirí.

"Muchas cosas." susurró la diosa de la nieve "Tu hermana no está muerta, si es a lo que te refieres. Ella y sus cazadoras serán unos bonitos juguetes para nuestros lobos. He pensado descongelarlas de una en una y cazarlas por diversión. Que ellas sean la presa por una vez."

Los lobos gruñeron en señal de agradecimiento.

"Sí, bonitos." Quíone no apartaba la vista de mi "Tu hermana estuvo a punto de matar a su rey, ¿sabes? Licaón está en una cueva, seguramente lamiéndose las heridas, pero sus secuaces se han unido a nosotros para vengarse por lo que le pasó a su señor. Y dentro de poco Porfirio se alzará y dominaremos el mundo."

"¡Eres una traidora!" gritó Hera "¡Y una entrometida de pacotilla! Tú no vales ni para servirme vino, y mucho menos para gobernar el mundo."

Quíone suspiró.

"Tan pesada como siempre, reina Hera. Hace milenios que deseo hacerte callar."

Quíone agitó la mano, y la celda quedó recubierta de hielo, que tapó los huecos situados entre los zarcillos.

"Eso está mejor." dijo la diosa de la nieve "Y ahora, semidioses, en cuanto a su muerte..."

"Tú engañaste a Hera para que viniera aquí." dije "Tú le diste a Zeus la idea de que cerrara el Olimpo."

Los lobos gruñeron, y los espíritus de la tormenta relincharon, preparados para atacar, pero Quíone levantó la mano.

"Paciencia, queridos míos. Si quiere hablar, ¿qué problema hay? El sol se está poniendo, y el tiempo está de nuestro lado. Por supuesto, Jason Grace. Como la nieve, mi voz es suave y delicada, y muy fría. Para mí es fácil susurrar a los demás dioses, sobre todo cuando lo único que hago es confirmar sus temores más profundos. También susurré al oído a Eolo que debía decretar una orden para matar a los semidioses. Es un pequeño servicio que hago a Gaia, pero seguro que me recompensará generosamente cuando sus hijos, los gigantes, lleguen al poder."

"Podrías habernos matado en Quebec." dije "¿Por qué nos dejaste vivir?"

Quíone arrugó la nariz.

"Matarlos en casa de mi padre era complicado, sobre todo cuando insiste en recibir a todas las visitas. Lo intenté, recuérdalo. Habría sido muy bonito que él hubiera accedido a convertirlos en hielo, pero, una vez que les aseguré el paso franco, no podía desobedecerlo abiertamente. Mi padre es un viejo tonto. Vive atemorizado por Zeus y Eolo, pero todavía es poderoso. Dentro de poco, cuando mis nuevos amos hayan despertado, destituiré a Bóreas y ocuparé el trono del viento del norte, pero todavía no. Además, mi padre tenía razón. Su misión era suicida. Yo esperaba que fracasaran."

"Y para ayudarnos," dijo Leo "derribaste a nuestro dragón sobre Detroit. Los cables helados de su cabeza fueron cosa tuya. Vas a pagar por ello."

"También mantuviste a Encélado informado sobre nosotros." añadió Piper "Los temporales de nieve nos han perseguido todo el viaje."

"¡Sí, ahora me siento muy unida a todos ustedes!" dijo Quíone "Cuando dejaron atrás Omaha, decidí pedirle a Licaón que los localizara para que Jason pudiera morir aquí, en la Casa del Lobo." la diosa de la nieve me sonrió "Jason, tu sangre derramada en este terreno sagrado lo manchará durante generaciones. Tus hermanos semidioses se indignarán, sobre todo cuando encuentren los cuerpos de estos dos en el Campamento Mestizo. Creerán que los griegos han conspirado con los gigantes. Será... delicioso."

Piper y Leo no parecían entender lo que estaba diciendo, pero yo sí. Estaba recordando lo suficiente para percatarme de lo peligrosamente efectivo que podía ser el plan de Quíone.

"Enemistarás a los semidioses contra los semidioses." dije.

"¡Es muy sencillo!" exclamó Quíone "Como te he dicho, solo promuevo lo que tú harías de todas formas."

"Pero ¿por qué?" Piper extendió las manos "Destrozarás el mundo, Quíone. Los gigantes lo destruirán todo. Tú no quieres eso. Llama a tus monstruos."

Quíone vaciló y a continuación se echó a reír.

"Tus poderes de persuasión están mejorando, muchacha, pero soy una diosa. No puedes embrujahablarme. ¡Los dioses del viento somos criaturas del caos! Derrocaré a Eolo y dejaré que las tormentas campen a sus anchas. ¡Si destruimos el mundo de los mortales, tanto mejor! Nunca nos han honrado, ni siquiera en la época de los griegos. Los humanos y su cháchara sobre el calentamiento global. ¡Bah! Yo los enfriaré dentro de poco. Cuando volvamos a tomar los antiguos lugares, cubriré la Acrópolis de nieve."

"Los antiguos lugares." Leo abrió mucho los ojos "A eso se refería Encélado cuando hablaba de destruir las raíces de los dioses. Se refería a Grecia."

"Podrías unirte a mí, hijo de Hefesto." dijo Quíone "Sé que te parezco hermosa. Bastaría con que estos dos murieran para llevar a cabo mi plan. Rechaza el ridículo destino que las Moiras te han reservado. Vive y sé mi campeón. Tus aptitudes me serían muy útiles."

Leo se quedó estupefacto. Miró detrás de él, como si Quíone estuviera hablando con otra persona. Por un instante, me preocupé. Supuse que Leo no estaba acostumbrado a que diosas hermosas le hicieran ofertas de esa índole todos los días.

Entonces Leo se echó a reír tan fuerte que se dobló.

"Sí, unirme a ti. Claro. ¿Hasta que te aburrieras de mí y me convirtieras en carámbano? Señora, nadie se mete con mi dragón y se va de rositas. No puedo creer que la primera vez que te vi me subiera la temperatura."

La cara de Quíone se tiñó de rojo.

"¿Subir la temperatura? ¿Cómo te atreves a insultarme? Yo bajo la temperatura. Soy fría, Leo Valdez. Muy, muy fría."

Lanzó un chorro de aguanieve invernal a los semidioses, pero Leo levantó las manos. Un muro de fuego se elevó ante ellos con un rugido, y la nieve se disolvió en una nube de vapor.

Leo sonrió.

"Eso es lo que pasa con la nieve en Texas, señora. Se derrite."

Quíone emitió un siseo.

"Basta. Hera se está debilitando. Porfirio se está alzando. Maten a los semidioses. ¡Que sean la primera comida de nuestro rey!"

Levanté mi tabla de madera helada —un arma ridícula con la que morir luchando—, y los monstruos atacaron.

***

ᴇʟ ᴄᴏᴍɪᴇɴᴢᴏ ᴅᴇ ʟᴀ ᴘʀᴏғ  ᴇᴄɪ́ᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora