Capítulo 18.

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Capítulo 18.

Deslizar los dedos suavemente por las teclas del piano fue lo que me alegró esa mañana, definitivamente.

Poco a poco iba recordando las canciones que había aprendido unos años atrás y las iba practicando.

El sonido del piano me llenaba de calma y tranquilidad y el hecho de estar sola por un rato me ponía inmensamente feliz.

Tengo que admitir que soy de ese tipo de personas que aman estar rodeadas de gente, pero disfrutan todavía más el estar solas, y saben aprovechar al máximo esos momentos de silencio sin nadie cerca.

Bueno, justamente ese, era uno de mis momentos de soledad tan geniales.

Simplemente el piano y yo, y la música que llenaba todos y cada uno de los espacios.

Mientras tocaba, iban apareciendo recuerdos en mi cabeza, recuerdos relacionados con ese simple e insignificante instrumento que había logrado cambiarme la vida.

Lo primero que se me vino a la mente, obviamente, fueron mis clases de música a los seis años, ahí fue donde me di cuenta de que el arte era lo mío.

Mis padres me llevaban todos los sábados a un pequeño conservatorio cerca del centro de la ciudad, para que aprendiera a cantar y tocar algunos instrumentos simplemente por diversión, para estar entretenida.

Era como una especie de taller especial para niños amantes de la música. Se escuchaba bastante genial, así que decidieron inscribirme.

Apenas entré, sentía bastante vergüenza de estar con tantos profesores y alumnos mirando mientras cantaba o tocaba canciones en las prácticas, porque la verdad no era muy buena. A eso se le sumaba el hecho de que, al parecer, cada año había una muestra final para las familias de los niños, que, según los profesores servía para "mostrar nuestros hermosos talentos a toda la gente".

Simplemente me daba terror. Es decir, ¿tantas personas en frente, y sólo yo en el escenario? ¿Qué pasaba si me equivocaba? ¿Y si me paralizaba totalmente?

En el fondo tenía el presentimiento de que me iban a arrojar tomates como en las películas, y eso me asustaba aún más.

Pero, contra toda expectativa, las clases fueron cada día más divertidas, y poco a poco fui perdiendo ese miedo a estar frente a tantas personas.

Para el momento en que llegó la primera muestra final, ya me sentía más segura, y cuando por fin me tocó entrar al escenario, lo único en lo que me concentré fue en disfrutar de lo que hacía, que era lo que más me gustaba.

Creo que desde ese momento la música ha formado parte de mí día a día, y todavía lo sigue haciendo, al igual que la pintura.

¿Puedo contarles un secreto?

Ahí fue donde me hice mi primera amiga, a los cinco años.

Cuando me fui a inscribir al taller musical en el conservatorio, había una niña adelante mío en la fila. Tenía el pelo marrón oscuro atado en una cola de caballo, una jardinera de jean y zapatillas rosadas, (sí, todavía me acuerdo).

Y, con lo charlatana y amigable que siempre he sido, no me demoré en entablar conversación con ella. Le pregunté de todo lo que se puedan llegar a imaginar. Que cómo se llamaba, que cuántos años tenía, que si tenía hermanos, que si le gustaba la música.

Me bastó hablar con esa niña esos dos segundos para darme cuenta de lo bien que me caía, a pesar de que era un poquito tímida.

A partir de ese día, empecé a verla a menudo en el conservatorio, porque nuestros horarios coincidían siempre. Empezamos a charlar todo el tiempo, nos pasábamos horas hablando. No había tarde después de los ensayos que no merendáramos juntas, ni presentación de fin de año en la que no nos deseáramos suerte con un fuertísimo abrazo.

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