Capítulo IV

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La cálides de un hogar

Desde mi perspectiva. Podía observar a Darío-san como una persona bastante callada y solitaria, apenas había llegado Keyla-san para irnos juntos a Shibuya. Sentía, ¿nervios? Por ser la primera vez que saldría de casa sin mis padres vigilándome.

Mientras Keyla-san y Darío-san caminaban por enfrente mío, yo observaba cada detalle, cada cosa que me pudiera ayudar a recordar mi otra vida, la vida que perdí hace cinco años.

Los árboles de cerezo me transmitían una calidez, pero nunca entendía la razón.

—Lumi —él me llamó—, ¿Qué tanto piensas?

—Parece conocerme muy bien Darío-san —respondí acariciando mi nuca levemente—, solo tengo curiosidad, nada más.

A los pocos metros se encontraba la estación del metro Shinagawa, que era la estación más cerca de donde habitábamos y que nos llevaría hasta Shibuya.

—Darío, ¿escuchaste que Melissa también irá al campamento?

—¿He?, ¿Melissa?, ¿No habían dicho que se iría de la universidad?

—No, al contrario, un chico de segundo grado se le declaró ayer.

—¿De verdad?

Yo, solo escuchaba lo que tanto hablaban. Parecían buenos amigos, incluso sentía celos de ver que Darío-san era mucho más expresivo con él que conmigo.

—Oye, Lumi —la voz de Darío-san me hizo salir de mis pensamientos.

Yo solo levanté mi mirar y él extendía su mano a mí.

—¿He?, ¿Quiere que le tome la mano? ¡Darío-san! ¡¿Por qué me pide eso aquí?!

Mi rostro comenzó arder, sentía un mar de emociones, nervios, vergüenza y una más que inclusive me daba miedo aceptarlo, pero, «¿Por qué sentía esas emociones? No tendría por qué sentirlo, ¿no es así?.»

—Lumi no te pases —susurró apenado, su mano libre cubrió sus ojos por unos segundos para luego verme directamente a mis ojos.

«Esa mirada, sé que la he visto antes.»

Sus ojos, esos ojos grises podía sentir que su mirada atravesaba por completo mi cuerpo y nuevamente sentí como mi corazón se aceleraba.

—Te estoy pidiendo la tarjeta del metro que te di justo cuando salimos de casa —redactó.

Mi rostro se puso de colores ante ello, era verdad, cuando salimos de casa me entregó su tarjeta del metro porque había roto sus bolsillos. Metí la mano a mi bolsillo del jeans y le entregué la tarjeta como había pedido.

—Lo siento Darío-san, tengo mi mente muy pérdida.

Darío-san se acercó a mi rostro, lo suficiente como para sentir su respiración a centímetros de mi rostro.

—¿Tienes fiebre? —puso su mano en mi frente—. Tienes el rostro tan rojo como un tomate.

—S-Solo estoy nervioso —tartamudee al hablar.

—¡Oigan tortolitos! —Keyla-san estaba al otro lado—. Tengo diez minutos esperando que pongan sus tarjetas y pasemos de una buena vez. Shibuya nos espera jodidos.

—¿Tortolitos?

—No le hagas caso, esta demente.

Darío-san escaneo su tarjeta y pasó al otro lado, yo lo seguí y di un largo suspiro ante la situación, «¿Por qué me sentía así?» Quizá el que mi madre no esté aquí conmigo vigilándome me hacía sentir bien.

For you: Viviendo en tu pasado ||En Edición||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora