CAPÍTULO 1

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El silencio reinaba en aquel frondoso bosque. Las manchas de sangre que impregnaban la espesa hierba habían creado un sendero, guiándome hacia mi objetivo. Un vampiro, un lobo, un brujo... La incertidumbre me mantenía impaciente, ávida de descubrir qué criatura acechaba esta vez.

Cerré los ojos, dejando que la brisa helada acariciara mis mejillas y las volviera de un sutil tono rosado. Las primeras hojas amarillas de otoño comenzaron a precipitarse por el viento norte, el cual atraía unas nubes de color negro empañando el espléndido atardecer a su paso. Parece ser que se avecinaba una gran tormenta.

Respiré hondo intentando relajar mis músculos. Llevaba más de dos horas ocultándome entre la maleza y mi espalda comenzaba a quejarse.

El Bosque Delix, famoso por sus extensas hectáreas repletas de flora y fauna, se tornaba más sombrío a medida que me adentraba. Aquí, entre la frondosidad, se escondían criaturas que preferían permanecer ocultas.

Nunca me había aventurado tan profundo en el bosque. No porque no quisiese explorarlo, sino porque lo teníamos estrictamente prohibido, a menos que fuese imprescindible como en esta ocasión. Según las leyendas, al final del bosque aguardaba una densa neblina que impedía ver el camino de vuelta, atrapando a los incautos y llevándolos a la locura. Yo siempre creí que era una fábula, un cuento para mantener alejados a quienes ignoraban la existencia de los seres sobrenaturales. Ellos solían rondar por esta zona, un sitio estratégico cerca de la frontera.

—Al habla Agente 101. Agente 247, ¿algún movimiento? —escuché por el intercomunicador.

—Cynthia, estamos solas en esta misión, no hace falta que sigas el protocolo —contesté con un tono de fastidio.

—Agente 247, los códigos se crearon para respetarlos y en esta misión usted está bajo mi mando, ¿recuerda? Ahora, haga el favor de contestar a mi pregunta.

Apreté los puños frenando mis ganas de mandarle a la mierda. Era impresionante la habilidad que tenía Cynthia para ponerme de los nervios.

«Estúpida», murmuré para mí misma.

—Dame un momento —respondí, tratando de mantener la calma.

Desde el nivel del suelo, mi campo de visión se veía limitado por los numerosos árboles que se interponían, impidiéndome ver a más de diez metros de distancia. Decidí desplazarme hacia la roca más cercana, ocultando el carcaj y el arco detrás de ella. La elección más sabia, pensé, sería subir a la rama del Olmo más cercano; aprovechando las grietas del robusto tronco, podría llegar arriba en pocos minutos.

Froté las palmas de mis manos tratando de disipar el entumecimiento de mis dedos. La temperatura descendía con rapidez, y la humedad del lugar solo empeoraba la sensación de frío. Sin tiempo que perder y con ayuda de mis dagas, comencé el ascenso. A medida que trepaba por aquel gran árbol, noté como algunas astillas se enterraban en las palmas de mis manos, entorpeciendo mi progreso y causándome un dolor desagradable cada vez que trataba de sujetarme.

«Debí haberme traído los guantes» pensé, arrepintiéndome de ignorar el consejo de mi padre.

Las gotas de sudor comenzaron a acumularse en mi nuca, deslizándose por mi columna y creándome un escalofrío cada vez que venía una ráfaga de viento. Miré hacia arriba, esperanzada de que quedase poco para llegar lo suficientemente alto como para distinguir el escenario que me rodeaba. Mis músculos chillaban por el esfuerzo que estaba realizando y la fatiga cada vez se hacía más evidente con cada movimiento. Me prometí no mirar hacia abajo, sabiendo que presenciar la altura en la que me encontraba no sería ni remotamente agradable para mi vértigo.

Una vez en la copa del árbol, me acomodé en una rama cercana y observé a mi alrededor.

La vista era hermosa, con el sol declinando y tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Cerré los ojos un instante recuperando el aliento. Exhausta, sacudí los brazos, liberando la tensión acumulada a medida que una sensación de paz se apoderaba de mí.

INEFABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora