CAPÍTULO 37

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—Agente 247, su turno —dijo Dhein con los brazos cruzados.

Me coloqué en posición de salida. Con la atención de mis compañeros centrada en mí, curiosos por ver cómo enfrentaría la misión que se avecinaba.

El desafío era claro: completar un circuito en menos de cinco minutos, una simulación de sigilo con varios guardias distribuidos estratégicamente a lo largo del recorrido. La tarea culminaría al alcanzar la bandera en la parte más elevada, un objetivo que debía lograrse sin ser detectado.

El entorno estaba diseñado con contenedores gigantes y piezas de construcción, proporcionando escondites potenciales para evadir a los vigilantes.

Observé a mis compañeros, quienes habían trazado rutas provisionales como guía, aunque sabía que la dinámica del juego cambiaría en cada ronda, con los guardias modificando sus posiciones para evitar ventajas predecibles.

Decidí adoptar un enfoque realista, imaginándome en una situación genuina de riesgo, como si mi vida dependiera de superar este desafío. Inspiré profundamente y me sumergí en el papel.

La luz verde se encendió, indicándome que era el momento de comenzar.

En un movimiento rápido, me deshice de las botas del uniforme, consciente de que estar descalza dificultaría la detección de mis pasos.

Con la espalda presionada contra el contenedor, planifiqué mi siguiente movimiento con precisión. Visualicé el camino que quería seguir y me moví con agilidad, agachándome detrás de una especie de caja de madera. Observé por encima de ella y me di cuenta de que un guardia bloqueaba mi paso; mi única opción era neutralizarlo silenciosamente y ocultar su cuerpo para evitar ser detectada.

Miré a mi alrededor en busca de algún objeto que pudiera usar para distraer al guardia, pero no encontré nada. Con el tiempo corriendo en mi contra, tomé la decisión de desatar la goma de mi cabello. Alineé mi objetivo y lo lancé con fuerza, haciendo que golpeara el contenedor con un sonido lo suficientemente llamativo como para atraer la atención del guardia. Me moví con sigilo y, con el corazón latiendo a toda velocidad, me acerqué por detrás, esperando el momento propicio para inmovilizarlo.

Sin más opciones disponibles, deslicé mis dedos alrededor de su cuello y presioné contra la arteria carótida, reduciendo el flujo sanguíneo y dejándolo inconsciente.

Era crucial no matarlo, y con cuidado, deposité su cuerpo en el suelo.

Tomé la goma del suelo y, con destreza, organicé mi cabello en un moño bajo. Mi cabello blanco era una desventaja notoria que me hacía fácilmente identificable, y ahora estaba oculto.

Arrastrándome por el interior de un tubo, alcancé el siguiente punto estratégico.

Eché un vistazo al cronómetro: tres minutos restantes.

La bandera, objetivo final y custodiada por dos guardias, planteaba un desafío adicional que requería astucia y habilidad.

Evalué mis opciones: Podía sorprenderlos con un arma o amenazar con la muerte de uno de ellos si hacían ruido. Pero para ello necesitaba alguna daga que pudiera utilizar contra ellos. Visualicé a uno de los guardias y me puse manos a la obra.

Con movimientos sigilosos, subí con destreza por el costado del contenedor, consciente de los riesgos, pero confiando en la rapidez de mi ejecución para evitar ser vista. Los guardias superiores tenían su atención dirigida en otra dirección, y el ángulo de visión del tercero estaba obstruido por otro contenedor. Aprovechando el momento oportuno, salté sobre el guardia seleccionado y, con un golpe preciso en la cabeza, lo derribé en silencio. Rápidamente, me apoderé de su daga y me oculté ágilmente.

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