CAPÍTULO 19

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No veía nada. La cinta que llevaba en mis ojos me lo impedía. Adham me empujaba cada poco tiempo, obligándome a seguir avanzando hacia adelante. Estábamos a cientos de kilómetros de casa, siguiendo las indicaciones que los traficantes nos dieron. Hunter se encontraba a mi izquierda, gritándome que me callara, que si hablaba me mataría allí mismo. Las lágrimas caían de mis ojos, y los temblores de mi cuerpo añadían un toque de realismo a este teatro macabro.

Hubo un momento crítico en el que Adham, en un intento por controlarme, me agarró del pelo con fuerza para que me quedara quieta.

—Por favor, no me mates —sollocé—. Si me dejas ir, no se lo diré a nadie.

—¡Que te calles! —repitió con furia.

Escucharlos hablarme con ese tono, a unos vampiros con ese poder de por sí, ya me asustaba. Pero el saber que, en ese momento, tendría frente a mí a aquellos que me conducirían directamente al propio infierno me aterraba aún más.

—¿Cuánto nos das por ella? —dijo Adham empujándome hacia delante bruscamente, haciéndome caer al suelo.

—Eso no lo decidimos nosotros. Cuando paguen por ella, os daremos la parte que os corresponde.

—Entonces, será mucho dinero.

El traficante, esta vez, me levantó bruscamente y me quitó la venda de los ojos. Asustada, miré hacia todos lados intentando ubicarme.

—Encima es guapa y está buena, nos lo pasaremos bien con ella —añadió empujándome para que su compañero me atase de manos y de pies—. Ten por seguro que ganaréis mucho dinero.

Adham y Hunter se dieron la mano con el traficante.

—¡Por favor! ¡No me dejéis aquí!

—¡Que te calles ya! —dijo el traficante, metiéndome una tela en la boca que me impedía hablar.

Intenté resistirme a que me ataran, pero no demasiado. Quería que pensaran que no tenía fuerzas, que era completamente indefensa ante ellos.

No llegué a ver bien a ninguno de los traficantes. Los dos vestían completamente de negro, ocultando la piel con guantes y con pasamontañas que solo dejaban al descubierto unos ojos rojos amenazantes. Una vez atada, un golpe seco en la cabeza me hizo perder el conocimiento.

Con una sensación heladora, abrí los ojos de golpe, y mi cuerpo comenzó a tiritar. Estaba en el suelo de una pequeña celda cuando me despertaron con un balde de agua fría.

—Levántate.

Aturdida aún, me levanté como pude, ya que tenía las manos atadas detrás de la espalda. El vampiro que me había despertado tenía un aspecto descuidado, aparentando unos cuarenta años, vestido con unos vaqueros y una camiseta sucia y rota en las mangas. También llevaba un tatuaje en la mano con forma de una espada.

Con un empujón en la espalda, el vampiro se situó detrás de mí, guiándome hacia algún lugar. Todos los pasillos eran estrechos y oscuros, apenas iluminados por pequeñas bombillas que arrojaban luces intermitentes en algunos rincones del lugar. No había rastro de luz natural, lo que me llevó a la conclusión de que estábamos bajo tierra, con paredes rocosas que respaldaban esa teoría.

Giramos dos veces a la izquierda, tres a la derecha, y elegimos el pasillo del medio. El complejo parecía extenso, de una sola planta, ya que no había visto ninguna escalera ni ascensor en el trayecto.

Los pasillos estaban abarrotados de vampiros, charlando, comiendo, e incluso pude ver a algunos en actividades más íntimas. La escena me resultó repulsiva.

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