La entrometida pregunta que me habían hecho quedó dentro de mi mente durante todo el resto del día, haciendo presión sobre mis inseguridades y miedos hasta el punto de lograr que me diera una jaqueca. Como era un dolor punzante en el medio de la frente que no se marcharía hasta que no resolviera dicha incógnita, me decidí por hacer algo por demás lógico: compré el diario local y me decidí por buscar en la sección laboral las ofertas; enfocándome, por supuesto, en las que me sentía apta.
Vamos, Megan, tú puedes —me desafié en mi interior, aunque era más molesto que inspirador—. Tienes que ser capaz de encontrar algo para lo que seas buena y que te guste. No tiene que ser nada glamuroso ni despampanante, solo tiene que alcanzar para que puedas pagar tus cuentas y sentir que al fin estás haciendo algo por ti misma.
Remangué las mangas de la camisa que llevaba puesta aquel día y decidida me lancé sobre el pedazo de papel para buscar mi destino. Debido a la gravedad, varios mechones de mi largo y —ahora— pelirrojo cabello se posaron sobre mi vista y no pude evitar que una sonrisa idiota de autosatisfacción se dibujara en mis labios.
Comencé a leer, aunque no sin antes armarme de una buena taza de café. Con el encantador brebaje en mano me sentí capaz de lograr cualquier cosa, algo que nunca me había pasado antes o al menos no que lo recordase en ese momento. Estaba dispuesta, incluso lista para todo y si a la honestidad se debía apelar, se sentía fantástico. Luego de algunos minutos de escanear aquellas palabras que en tinta se impregnaban, encontré un anuncio que comenzó a hacerme ruido.
Trataba sobre la posición de secretaria en la biblioteca municipal; a primera vista se necesitaba de una nueva ayudante que pudiera usar la tecnología correspondiente y estuviera dispuesta a aprender el sistema de catálogo. El trabajo aparentaba ser arduo pues querían pasar todos los contenidos de sus archivos al formato digital. Tal vez por eso nadie había agarrado el puesto aún, mas la ocasión era perfecta para mí. Me fascinaba el orden, me gustaba la tecnología y aquello haría que mi cabeza estuviera ocupada en el trabajo cosa que me venía como anillo al dedo. De esa forma podría comenzar a sanar sin dejar que mi mente se llenara de pensamientos venenosos y dañinos.
Sin perder tiempo esa misma tarde me dirigí a la dirección establecida. Parecía de locos cómo era casi imposible perderse en Cloverwood, llegar a mi objetivo no me costó nada de esfuerzo. Incluso con mi falta de sentido común a la hora de hablar de ubicaciones espaciales, se podía decir que el pueblo estaba diseñado a prueba de idiotas; detalle que dio como resultado un alivio para quien les habla, la mayor idiota a la hora de no perderse.
Cuando entré al establecimiento aquel miércoles, tan solo faltaba una hora para que las puertas cerraran al público. Eran las seis de la tarde y ya la mayoría comenzarían a tomar el rumbo de vuelta a casa para poder estar en familia y cenar después de un largo día. El recinto era inmenso, lleno de pasillos y pasillos atiborrados de libros. Aquel fantástico laberinto parecía centrarse en un círculo a la derecha de la entrada del edificio, donde se encontraba el escritorio principal de recibimientos, justo a un lado de las mesas con la zona informática. Uno caminaba por allí y se respiraba historia, se escuchaba literatura y hasta se podía sentir sabiduría. Era un lugar imponente y si nos centrábamos desde una perspectiva histórica, una joya. Las paredes y los adornos de las mismas, al igual que los motivos en las ventanas, dejaban denotar que todo estaba intacto desde el momento en que se construyó. Era más, la zona de informática incluso parecía estar fuera de lugar como ultrajando aquel hermoso espacio que poco y nada había cambiado desde sus orígenes.
—Buenas tardes, ¿puedo ayudarle? —me saludó una mujer de unos sesenta años.
Esta señora parecía sacada de una telenovela. Ya saben, la típica bibliotecaria mayor, de unos sesenta y largos de años con el traje profesional de falda y saco y los anteojos de carey acomodados de tal forma que sus ojos te pudieran enfocar por arriba de ellos. Era una dama corpulenta pero aun así femenina; sus cabellos se encontraban peinados con prolijidad y sus ojos color miel enmarcaban una expresión contradictoria. A pesar de que la mujer se dejaba apreciar profesional y distante, sus ojos del color más dorado que había visto en mi vida la delataban. Era una mujer que se posicionaba distante, pero que no podía esconder su verdadera personalidad cálida; por más de que lo intentara, sus ojos la delataban.
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A la esquina del fin del mundo
Mystery / ThrillerMegan decide escapar de su entorno cuando su prometido la engaña. Buscando sanar, llega a Cloverwood, un lugar en donde debe lidiar con otro tipo de problemas y no morir en el intento. *** Megan Pond se vio obligada a decirle adiós a su final de cue...