31.

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Esa noche sentí de nuevo mis banderas rojas alzándose y encendiendo las alarmas por doquier. No tenía idea de qué o cómo iba a ocurrir, pero la desgracia se acercaba a mi portal como un cuervo que vuela en círculos sobre su próxima víctima.

En mi cabeza, Desgracia lucía como una delgada mujer de piel tan blanca como la nieve. Los ojos eran verdes esmeralda y sus labios del rojo de la sangre. Sus cabellos, largos y lacios, eran del color de la noche misma y una mueca se dibujaba en las comisuras de sus labios mas no era una sonrisa. Una burla, eso era lo que representaba aquel bosquejo de amabilidad. Un desprecio escondido en la inmensidad de la oscuridad diciendo "evítame si puedes". La mujer se ayudaba de su mirada socarrona para escupirme aquella frase en la cara y noté, a las nueve de la noche, que algo andaba mal pues unos leves golpes en el suelo se hacían sonar mientras terminábamos de cenar.

—Muy bien, hablemos en serio. —Corté a la mitad esa estúpida conversación que estábamos teniendo sobre el proyecto literario de la biblioteca.

La pareja se miraba con disimulo entre ellos mientras yo usaba mi servilleta para limpiarme la boca. La frente de Sarah se había perlado debido al sudor y los brazos de Arnold no podían quedarse quietos; sus manos habían comenzado a hacer de tambores apenas el primer golpe subterráneo se había hecho presente.

—No pareces sorprendida —comentó el viejo quien ahora lucía endemoniado, por completo opuesto al amable señor que había conocido en mi primer día en Cloverwood.

—¿De que hayan secuestrado a alguien y lo hayan encerrado debajo de su living comedor? Oh, no me malinterpreten, estoy muy sorprendida: pero esto es Cloverwood. Parece que el lugar es un imán para psicópatas, así que les seguiré el hilo. ¿Cuál era el plan?

—Que cenáramos todos juntos sin que tú supieras que había alguien abajo, pero se ve que el efecto del sedante no duró tanto como esperábamos.

—Bien... eso quiere decir que, sea lo que sea que le planeaban hacer al de abajo, ahora también me lo harán a mí, ¿me equivoco?

—No, no del todo. Ahora vamos a tener que improvisar. —La voz de Arnold sonó ronca, supongo que debido a la tensión.

—Austin tenía razón, no debería haberme puesto estas botas altas hoy; ahora da igual, ¿cuál es la agenda de esta noche?

—Pues liberamos a tu hermana de allí abajo y comenzamos la caza.

Sus palabras no me las habría esperado ni siquiera en un millón de años y eso que estaba acostumbrada a resolver misterios de Agatha Christie desde que tenía dieciséis años... y la mujer era una perra en esconderte quién era el verdadero asesino. ¿Lucille? ¿Era ella la que estaba enterrada viva en esa casa del demonio? ¡Malditos bastardos! ¡Ahora sí que me habían hecho enfurecer!

Apretando firme los cubiertos que aún tenía en mano me tenté a usar el cuchillo contra la nuca del hombre para crear un poco de equilibrio en la situación, pero habría sido estúpido siendo que, para lograr un daño verdadero, debería haber tenido en mi poder una hoja en verdad afilada. Tomé mi cartera y de ella saqué mi celular, no sin antes fingir un leve temblequeo como de nerviosismo. Si quería salir con vida de la maldita situación en la que me veía envuelta, debía sacar mis mejores dotes de actriz del baúl lleno de polvo y olvidado que guardaba en mi interior. Todas aquellas obras de teatro anuales de la escuela en que me había tocado hacer de la protagonista femenina no podían ser en vano.

—Quiero que me dejen ver a mi hermana, sin trucos sucios. Por eso es que estoy dispuesta a mostrarles mi buena fe dándoles mi celular.

—Porque tienes el GPS encendido, ¿verdad?

—Exacto.

—Pero el sheriff ya sabe que estás aquí, no sería raro que el celular quedara estático. Eso no es una prueba de buena fe. —Que Sarah estuviera tan bien informada me caía pesado, mas debía reaccionar antes de que el único as que tenía quedase perdido bajo mi manga para siempre.

A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora