13.

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—Lo lamento tanto, Arnold —me disculpé como por quinta vez en menos de dos minutos pues el pobre tipo se notaba aterrado por lo que supongo escuchó desde su casa.

—¿Segura que estás bien? —preguntó, pues mi respuesta no había sido muy creíble—. Salí a buscar a mi gato y te escuché con claridad gritando como si no hubiese mañana. ¡Por amor a Dios, si parecía que te estaban torturando allí dentro!

—En verdad lo lamento, es que he estado teniendo pesadillas desde que encontré a Aaron en el baño. —La clave de toda buena mentira era que tuviese tanta dosis de realidad como fuese posible y no quería que él indagase más sobre el asunto. Asimismo, para nada quería que supiese que mis pesadillas habían iniciado incluso antes de llegar al pueblo, me creería loca o algo así.

—Oh, ahora todo tiene sentido; pobrecita, aún estás aterrada. Pues te comprendo, no debe ser para nada bonito tener que pasar por algo así.

—La verdad que no... —Me achiqué de hombros e intenté sonreírle—. Prometo no gritar de nuevo como una loca.

—No te preocupes, grita todo lo que quieras; pero tienes nuestro teléfono y puedes llamarnos a la hora que quieras, si precisas algo estaremos aquí en cuestión de minutos, ¿sí?

—Muchas gracias. —Le despedí pretendiendo ya estar compuesta, aunque un pensamiento atroz se me pasó por la cabeza: "tal vez ya esté muerta para cuando lleguen".

Fue aquel acto fallido el cual disparó todos los recuerdos bloqueados de la pesadilla que me había destrozado emocionalmente... ¡y con razón! Acababa de soñar que alguien me asesinaba con regodeo en mi propia casa, ¿qué podía hacer? Dormir allí esa noche sería imposible ya.

Al rato, el ruido de una camioneta se hizo escuchar en la entrada y corrí desesperada a abrir el umbral de mi casa para que él pasase; si tenía que estar un segundo más en aquel lugar sola enfermaría del malestar. Pronto las primeras preguntas de preocupación se hicieron escuchar y tomando té juntos charlamos del tema. A lo último del debate, la conclusión —según mi invitado— más lógica sería que parase en su casa por aquella noche. Él tenía un cuarto de huéspedes que nunca usaba y estaba todo dispuesto para recibirme. Según lo que me comentaba, dormir en mi casa teniendo semejantes ataques de terrores nocturnos sería inhumano. Luego, y despacio para que la transición no fuese tan brusca, iríamos volviendo a mi casa, demostrándome que era seguro y que podría quedarme allí sola de nuevo. De acuerdo a su punto de vista era todo cuestión de confianza. Al menos ese era el mejor plan que tenía a esas horas de la noche.

Después de tomar tres tés de tilo me obligué a mí misma a recostarme en aquella cama desconocida y fría. Por todo el derredor se encontraban fotos de una hermosa mujer con cabellos castaños claros y ojos color miel... ella debería ser su difunta esposa. ¡Qué mujer tan hermosa! Por supuesto, Ashley Noble había sido una mujer preciosa y llena de luz, eso se lo podía ver en sus divinas fotografías.

Me detuve por unos momentos a apreciar una de las tantas fotos que reposaban sobre la cómoda del recinto, una que se sentía especial y a la vez resaltaba, pues estaba en un tamaño mayor a las demás. En esta hermosa imagen congelada en el tiempo se podía ver a Ashley vistiendo un hermoso vestido de novia. La mujer se notaba radiante y su rostro parecía brillar. Aquella fotografía denotaba tanta paz que contagiaba, no sabía si eran sus perfectas ondas que eran casi rulos, si las flores en el cabello hacían el truco o qué, pero por primera vez en mucho tiempo me sentí en paz y caí por fin rendida sobre la cama.

Esa vez no hubo pesadillas, no hubo malestares ni ataques de pánico, no grité ni me lastimé a mí misma intentando escapar de esos espejismos que me torturaban al caer bajo el poder de Morfeo. Fue una de las primeras noches en que dormí bien y no miento. No sé por qué, pero las imágenes de Ashley me llenaban de luz, de calma y de tranquilidad, me llegué a sentir tan segura allí que dormí de corrido hasta las nueve y media de la mañana. Como para completar mi bienestar, sentí al levantarme que había dormido como por un día entero; lo cual le hizo muy bien a mi pobre ánimo el cual estaba por el piso esos últimos días.

Pasé rápido por el cuarto de baño para cepillarme los dientes y lavarme la cara pues Melinda estaría escupiendo fuego para ese entonces por mi tardanza. Corrí tanto como mis piernas me lo permitieron y para cuando arribé a mi destino, los gemelos me estaban ardiendo por el esfuerzo y la falta de estado físico.

—Tienes tres segundos para decirme qué demonios te pasó. —La mujer me saludó emanando furia por sus orbes, en verdad estaba enojada; no, enojada no, furiosa.

—Parasomnia, terrores de sueño. No dormí nada, soñé que me asesinaban. Tuve que llamar a Ethan, él me dejó dormir en su cuarto de huéspedes porque tenía el dormitorio libre.

—¿Ethan tiene un cuarto de huéspedes? —preguntó haciéndome salir de eje. ¿En serio? ¿Le dije que tenía trastornos del sueño y me preguntó por la maldita habitación?

—¿Me estás cargan...?

—Oh, Megan, no dormiste en un cuarto de huéspedes. —Me interrumpió cuando al fin cayó en la cuenta, yo esperé a que me instruyera un poco—. Dormiste en el viejo cuarto de manualidades de Ashley; era como su santuario, su lugarcito en el mundo. Debe haber puesto allí la vieja cama matrimonial cuando falleció. Ethan decidió que ya no podía dormir más en el que una vez fue el colchón favorito de su difunta esposa y compró una cama nueva. ¿Dormiste bien?

—Sí, por demás bien lo cual es raro siendo que cada vez que cierro los ojos tengo un episodio —contesté honesta, comprendiendo en ese mismo momento por qué ese lugar emanaba tanta paz y sensación de estar protegida; era como si la presencia de Ashley hubiese prevenido cualquier experiencia horrible de mi agenda para esa noche—. Y ahora comprendo por qué me sentía tan llena de bienestar.

—Ashley tenía esa capacidad cuando estaba viva, creo que Ethan hizo lo más acertado al llevarte a aquella habitación, pero debemos hacer algo sobre tus terrones nocturnos, no puedes seguir viviendo así. Creo que lo que estás pasando es porque te tomas muy apecho lo de Aaron. No quiero dar consejos donde no me los piden, pero, Megan, precisas distanciarte un poco de todo este asunto o te hará mal.

Ya al mediodía, me despedí de mi compañera y me fui caminando hasta mi casa donde tenía decidido cocinar y almorzar. Era hora de que de a poco me fuera reacostumbrando al sitio y si no volvía de a poco durante el día, jamás podría hacerlo. Caminaba lento, pero con un paso seguro. Iba relajada y escuchando música con mis auriculares, fue por eso que no noté a un hombre sospechoso que desde la vereda de en frente me miraba con detenimiento.

¿Qué tenía de peculiar? Pues llevaba lentes de sol y un buzo oscuro con capucha, lo cual hacía muy difícil la labor de poder identificarlo. Si bien le pasé de largo, pronto y antes de cruzar la calle sentí sus ojos clavados en mi cuello y me giré debido a la extraña sensación de ser observada. Lo noté a él, parado a varios metros de distancia y me decidí por saludarlo... llena de dudas, claro está, mas era lo que todos hacían en el pueblo, saludarte, aunque todavía no te conociesen.

El extraño devolvió el gesto con uno casi imperceptible y luego achicándose de hombros se giró sobre su eje y comenzó a caminar hacia el lado contrario, no sin antes dejarme con un sabor amargo en la boca. Mi abdomen comenzó a doler de la misma forma que siempre lo hacía cuando algo andaba muy mal, pero intenté no prestarle mucha más atención o comenzaría a imaginarme situaciones y a ponerme paranoica con cosas que tal vez ni siquiera tenían fundamento.

Para cuando llegué a casa y comencé a cocinar, el episodio del desconocido en la calle ya no formaba parte de mis preocupaciones pues solo dos cosas se me pasaban por la cabeza. La primera era cómo iba a hacer para agradecerle a Noble por todo su apoyo y contención; la segunda era dónde demonios iba a dormir esa noche. Era extraño, pero al pensar en el ferretero comencé a cavilar también sobre la casa que había conocido. No había niños en las inmensidades de su hogar ni fotos que supusieran planes de tenerlos. ¿Tal vez habían puesto otras prioridades antes de planear sus vidas alrededor de tener hijos? ¿Tal vez querían viajar o disfrutarse más como pareja? Esa era una incógnita para la cual un tiempo después encontraría respuesta, pero que en su momento me llenó de más y más curiosidad por cada vez que me detenía a especular sobre el asunto. Sabía a la perfección que ninguna de aquellas cavilaciones sobre el matrimonio Noble era de mi incumbencia, pero me ayudaban muchísimo a pasar el tiempo en aquella casa y a no vivir mirando por sobre el hombro buscando asesinos imaginarios. 


A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora