18.

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Una oscuridad densa como la misma eternidad me rodeaba y no supe si aventurarme a ver qué había a mi alrededor o quedarme quieta. Con suerte y podía ver mi mano al estirarla. ¿Estaba descalza? Sí y llevaba encima un liviano vestido de verano el cual iba en yuxtaposición con el clima gélido de la atmósfera. Pronto tuve piel de gallina y comencé a tiritar.

Unos segundos después, un farol a mi derecha se encendió sin dar señales previas de que siquiera había estado ahí antes y varios después de él comenzaron a mostrar su luz, parecía un ejército de unas cien bombillas que iluminaban un camino miserable. Varias luciérnagas iniciaron una danza magnética; al principio pensé que lo hacían sin patrón lógico de por medio ni objetivo, mas con el correr de los minutos figuré que estaban llamándome en silencio a seguirlas.

La tierra que podía sentir bajo mis pies se endureció sin previo aviso y se volvió más áspera a medida que pasaba de largo aquellos rastros de luz que parecían dioses olvidados y víctimas fervientes de lo que el desamor podía llegar a hacer. Cerrando los ojos paré mi andar por un momento pues un llanto inevitable atacó con espasmos mi pobre alma. ¿Qué lo había desencadenado? Cuestioné dudosa al mirar el foco que desde las alturas intentaba no dejarme sumergida en las tinieblas. Oh, ahí estaba la respuesta: aquel bosquejo de dios, que ahora pertenecía al pasado de personas que ni siquiera habían intentado inmortalizarlo, me hacía recordar que a mí me esperaba el mismo destino. Pronto Max encontraría otra persona echándome al olvido, Lucille se cansaría de no tener respuesta del otro lado del teléfono y mis padres se conformarían con la única hija que les había quedado cerca. Mis ojos se opacaron y noté las cuencas donde se debían encontrar mis pupilas arder, se sentía como si se las estuviera arrancando a fuerza de tiranía e indiferencia.

Debido al terrible dolor del que era víctima me desplomé sobre las rodillas solo para darme cuenta de que lo que mi piel tocaba no era suelo sino agua. Me estaba empapando y el líquido aumentaba en cantidades alarmantes a una velocidad tal que me preocupó. De estar sumergida hasta la cintura pasé a estarlo hasta el cuello; fue en cuestión de segundos que tuve que contener la respiración y resignarme a quedarme anegada por completo. Varias luces de dudosa procedencia se encendieron dejando a los hermosos faroles en el olvido una vez más. Abrí mis ojos debido a la sorpresa de que seguía viva solo para ver a todos los que me importaban sentados en asientos de circo disfrutando del espectáculo. Comencé a golpear lo que simulaba ser un cristal, intentando llamarlos para que me ayudaran a salir de allí, pero ellos se limitaban a reír y señalarme como si fuera un mero entretenimiento.

Rápido sus miradas, las cuales parecían despreocupadas y tranquilas, se enfocaron cien por ciento en mí; parecían dagas despiadadas dispuestas a atravesar mi piel en cuestión de segundos. La tensión en el recinto escaló de manera radical y todos comenzaron a aplaudir al unísono, fue allí cuando sentí que alguien me apresaba desde atrás con firmeza. Su tensa mano me tenía atrapada desde la parte superior del cuello y mis manos y piernas se encontraban demasiado débiles como para luchar, no que me quedasen muchos motivos para hacerlo. Cerré los ojos, aceptando a la muerte una vez más, pues se había convertido en mi fiel amiga que venía a visitarme cada noche en sueños, y sentí cómo el filo frío de una navaja cortaba mi garganta dejándole paso libre a la vida que se escapó, sin dudar, de lo que alguna vez fue mi templo.

A la madrugada cuando desperté comprendí que no eran gritos aquello que desencadenó el nuevo amanecer de mi conciencia. Otra vez había atacado mis brazos sin miramientos y las heridas recientes que reposaban en mis extremidades comenzaron a sangrar una vez más como si nunca hubiesen tenido un respiro. A pesar de todo no había gritado, de eso estaba segura, ya que la garganta no me raspaba ni lastimaba. Al posar mi mirada en el reloj que había sobre la mesita de luz pude apreciar que eran las cuatro de la madrugada, ya mi noche de sueño se había interrumpido.

No estaba sorprendida ni nada por el estilo pues era seguro que pasaría. Ahora, ¿tenía que hacerlo de esa manera tan bizarra? En su mayoría las pesadillas se trataban de asesinatos a sangre fría y dentro de aquella casa o los alrededores; sin embargo, el más actual de mis episodios se había convertido en un nuevo enigma que agregar a la lista de cosas imposibles de resolver que tenía ya pendiente. ¿Qué era eso de dioses olvidados y una audiencia presenciando un asesinato de semejante característica? Mi psiquis poco a poco dejaba de comportarse con coherencia y temí estar volviéndome loca. Porque eso era lo que significaban mis pesadillas, ¿verdad? Que me estaba volviendo loca.

Decidí dejar la cama a la cual ya no podría usar de lecho para descansar y busqué algo que ponerme. Al rato, y por más de que fueran tan solo las cuatro y media de la mañana, me encontraba desayunando pues tenía un hambre voraz que no me dejaría en paz hasta que llenara el estómago. Después de atacar la última tostada con queso untable me abrigué pues desde la ventana se podía apreciar que el otoño comenzaba a darle paso al invierno y la escarcha me haría estremecer, algo que por obvias razones no quería volver a experimentar.

Abrí mi billetera como en trance y acaricié el papel de la tarjeta de presentación que había recibido el día anterior. ¿Qué tipo de persona era Austin Bale? ¿Sería exigente consigo mismo en el trabajo? ¿Tendría días negros que preferiría olvidar? Él tenía un mal presentimiento como yo, pero se le notaba mucho más despierto y atento a lo que le rodeaba. Comparado a la sorpresa que me desayuné aquel día en que Lucille me dejó saber su secreto, se me hacía que nada agarraría desprevenido al sheriff. La calma que precedía a la tormenta, ese era el momento en el que nos encontrábamos ahora. Cloverwood se había convertido en una especie de triángulo de Las Bermudas donde las leyes de la lógica y la razón se mezclaban con la fantasía y la casualidad logrando que todo fuera posible.

¿Por qué tenía el presentimiento de que no todo era lo que simulaba ser? En mi pesadilla la audiencia que se encontraba mirando "el espectáculo" estaba compuesta por las personas del pueblo: Todd, Melinda, Ethan, Aaron, todos incluso el sheriff quien recién aparecía en la última página de mi historia. ¿Ese sería mi inconsciente ordenándome que fuera más precavida? ¿Estaría diciéndome que tuviera más cuidado, pues alguien cercano a mí podría traicionarme? ¿Qué demonios tenían en común dioses olvidados y un circo? ¿Por qué había hecho mi cabeza semejante conexión? Tal vez los terrores nocturnos carecieran de ciertos patrones de lógica, como muchos sueños en general, y me repetí eso varias veces intentando creerme mi propia mentira. Estaba en desesperada necesidad de sentir al menos una falsa seguridad que me devolviese a mi eje.

Sacudí mi cuerpo entero como intentando que todas esas sensaciones horribles resbalaran por mi alma hasta abandonarla por completo. Precisaba sacarme de encima todo aquel malestar o no podría afrontar aquel día que todavía estaba dando vueltas para iniciar. Sin aviso alguno una gran sensación de mareo me atrapó desde los pies y comenzó a treparse hasta llegar a mi estómago, sentí ganas de vomitar, pero frené aquel impulso. Si lo hacía, si en verdad vomitaba, significaría que los episodios me habían ganado y no estaba dispuesta a aceptarlo; la batalla no había concluido aún.

Até mi cabello en una cola de caballo alta y tomando mi abrigo el cual había quedado tirado en el sofá el día anterior, me limité a salir del recinto que parecía perseguirme hasta cuando cerraba los ojos para pestañear. Al subirme al coche me decidí por poner un poco de música y la agraciada voz de Frank Sinatra me hizo compañía como en tantas ocasiones ya. No entendía bien el por qué, pero cada vez que me sentía mal él estaba a mi lado. Supuse que sus canciones me rodeaban y me abrigaban de una manera que no podía describir con palabras, pero esa era la magia trascendental de la música ¿no? Hacerte sentir que no estás solo debido a que alguien antes sintió lo mismo que tú.

—Demonios: tengo una idea, tengo una idea, tengo una idea —me dije a mi misma saliendo del coche con apuro para entrar a la casa.

En cuestión de quince minutos ya me volvía a encontrar dentro del vehículo paseando sin rumbo alguno por las calles desoladas de Cloverwood. Para ese entonces el reloj me dejó saber que eran las seis menos diez de la mañana. ¿Cómo se me había pasado así de rápido el tiempo? Estacioné en aquel lugar tan mágico donde había parado por primera vez al llegar al pueblo y abracé mis rodillas mientras miraba cómo el sol perezoso se resignaba a amanecer. El cielo poco a poco fue cambiando de colores como una serpiente cambia de piel y quedé algo confundida cuando una figura fornida pasó trotando por enfrente de mi paisaje interrumpiendo así mi trance. 


A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora