11.

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—¿Aaron? ¿Estás bien? —le pregunté intranquila mientras intentaba acercarme a él.

Ya para ese momento, el chico se encontraba un poco más consciente de su alrededor y de qué estaba pasando en verdad. Sus ojos marrones carecían de brillo alguno y su mirada en sí misma estaba vacía; ni siquiera quedaba rastro del miedo de hacía unos segundos, hasta parecía un ente sin sentimientos.

—Sí, lo lamento, debo haber estado soñando —contestó en pocas palabras, pero a mí no me convenció en lo más mínimo. Estaba segura de que el chico estaba asustado, pero no sabía aún de qué o de quién.

—Lamento haberte molestado, pero quería saber cómo estabas. —Cambié de tema sabiendo que no podría sacarle información alguna por el momento.

—Son las... ¿siete de la mañana? —dijo sorprendido viendo el reloj que se encontraba asegurado a la pared del frente.

—Pues no eres el único que ha tenido un mal sueño. No recuerdo cuál fue el mío, pero sé que me despertó a las cuatro de la madrugada.

—¿No está cansada?

—Créeme, lo último que quiero hacer ahora es dormir de vuelta. Oye, yo lamento haberme metido... —Intenté disculparme, mas era obvio que eso no era lo mío.

—No se preocupe, usted hizo lo lógico. —De nuevo apareció en su rostro esa expresión hueca que simulaba ser una sonrisa y el monstruo en mis entrañas volvió a atacarme sin piedad ni miramientos. ¿Hasta qué punto me llegaría a preocupar por ese chico? Si no encontraba la forma de hacer algo por su bien, pero de manera controlada, terminaría con una descompensación física. Ya sentía cómo mi presión comenzaba a descender de manera preocupante y todo el asunto recién comenzaba.

—¿Estamos bien, entonces?

—Estamos bien —asintió para luego girarse a ver a su abuelo, el cual estaba despertándose con lentitud, típico de alguien mayor que luchaba por volver al mundo de los despiertos con gran dificultad.

—Buenos días, señorita Pond. Lamento no haber pasado por su casa ayer para agradecerle lo que hizo por mi chico —se excusó Ben Flick mientras me tendía su mano derecha.

—No se preocupe, señor Flick, lo importante es que Aaron está bien. —Le estreché la mano sintiéndome aliviada. A la vez me permití observar con curiosidad a aquel hombre que tenía en frente, lucía de unos sesenta y largos de años y sus ojos eran ventanas al sufrimiento.

Los escasos cabellos que quedaban en la zona baja de la cabeza eran grises y la piel se apreciaba arrugada y con algunas manchas por la edad. Se notaba que era un hombre que no había sabido hacer otra cosa más que trabajar y que ahora se arrepentía de sus decisiones. Tenía una sonrisa muy atractiva y serena que en sus años de juventud le debería haber servido de imán para las chicas. Sus ojos verdes eran un inmenso misterio de posibilidades. En aquel momento, por ejemplo, mostraban desolación y desesperación, pero varias fueron las veces en que vi su brillo cambiar para mostrar terror o alegría. Aquellas eran pupilas que hasta el último día de mi existencia no podría olvidar.

Me quedé unos minutos más con ambos para luego dejarlos tranquilos en mutua compañía, debía darme un baño y marchar a la biblioteca a trabajar. Estaba segura de que una buena ducha era lo que precisaba para sentirme mejor pues, en la propia mentira que me estaba contando, esto despejaría mi cabeza de cualquier pensamiento que tuviera que ver con los Flicks. A pesar de todos mis planes para mejorar el estado de nerviosismo de mi psiquis no me di cuenta en que lograrlo sería una odisea para la cual no estaba preparada.

Cuando llegué a la biblioteca sentí que me sentía mucho mejor comparado con mis emociones al principio de esa retorcida madrugada, mas la mirada de preocupación que me propinó Melinda me hizo saber que no engañaba a nadie. Tanto se me notaba el agotamiento que ni siquiera recibí un saludo de mi jefa. Ella solo se excusó diciendo que me haría un té fuerte, pues mi necesidad por aquella bebida se hacía notar a la legua.

Cuando el ardiente líquido se hizo paso por mi garganta y entró en mi metabolismo, sentí un cambio considerable. ¿Qué tenía el té que hacía que todo pareciera al menos un poco mejor? Esa era una pregunta para la cual no tenía respuesta, pero de algo estaba segura: no podía culpar a los británicos por ser tan dependientes de esa milagrosa bebida.

—¿Qué se te ha pasado por la cabeza? Poco tiempo aquí y ya conozco a la perfección esa mirada, Megan Pond.

—Pues preciso que me digas todo lo que en verdad pasó aquí con Todd. Sé que tal vez no es de mi incumbencia, pero presiento que algo importante se me está escapando y debo saber qué es. Es difícil de explicar, pero hoy fui a ver a Aaron y el chico saltó de la cama cuando se dio cuenta de que alguien más que su abuelo está en la habitación. Créeme, estaba aterrado y no puedo comprender por qué. Todo esto me está sacando de quicio y si no le encuentro una cierta coherencia a lo que está pasando me voy a volver loca, loca en serio.

—Está bien, te contaré todo, así que mentalízate que tendrás mucha información que procesar —espetó con simpleza para luego soltarme toda la verdad de lo que había ocurrido.

Resumiendo un poco, se podía decir que lo que me habían comentado sobre Todd había sido solo el diez por ciento de los verdaderos hechos. Esto explicaba ahora a la perfección aquella —inexplicable hasta el momento— negación que los adolescentes tenían para con los adultos.

Según se me dijo, Todd había comenzado a beber como un condenado intentando así quitarse de la cabeza la idea de que no había estado allí para su hermana. Aun así, esa idea fue poco a poco apoderándose del pobre demonio cual veneno, convirtiéndose en una obsesión imposible de evadir. Era verdad que bebiendo sus penas se disipaban un poco, pero las consecuencias de semejante "remedio" fueron demasiado caras.

El mellizo que se vio atrapado en esa horrenda realidad, abandonado por su aliada más querida, y no supo hacer otra cosa más que encerrarse en sí mismo ahogándose en un pasado que ya no volvería. Pronto su necesidad por alcohol comenzó a escalar con intensidad y descontrol, obligándolo a presentarse borracho al trabajo entre otras cosas. Melinda estaba desesperada y sin saber qué medidas tomar pues ella sabía que Todd era, sobre todas las cosas, una buena persona pasando por un mal momento.

No obstante, poco tiempo después se vio atada de manos y no tuvo más opción que despedirlo. ¿La razón? Que en un momento en que se había desencontrado en opiniones con uno de los chicos de la biblioteca —y estando borracho— su temperamento le jugó una mala pasada y terminó sobre el chico en el piso, golpeándolo hasta que la sangre en su puño le hizo quedarse helado. Melinda decía recordar la expresión de desolación de Todd de una manera vívida, como si hubiese pasado el día anterior. El tipo parecía haber perdido cualquier rastro de conciencia y para cuando la recuperó el daño ya estaba hecho.

¿El chico con el que había tenido aquel episodio? ¡Oh! Yo lo supe apenas el relato había comenzado y creo que ustedes para estas alturas se dieron cuenta sobre quién estábamos hablando también; exacto, Aaron Flick. El chico escuálido y carente de fuerza física se ganó tres días en el hospital para estar seguros de que las heridas tan evidentes por los golpes no habían pasado a mayores. Por supuesto que con aquella historia terminada me despedí de mis ingenuas intenciones de distenderme al menos un poco de lo sucedido. Parecía como si los Flicks fuesen un banco de arena movediza y no se cansarían hasta atraparme por completo. ¿Saldría viva de semejante experiencia?

—¿Sabes algo de Todd? Me refiero a si no le guarda cierto rencor al chico. ¿O si ha de volver en algún momento al pueblo?

—¿Crees que el miedo de Aaron tiene algo que ver con Todd tomando represalias contra él? —Los ojos de Melinda brillaron con entendimiento al comprender que lo que le planteaba nunca se le había pasado por la cabeza.

—No conozco a Todd, pero el pánico de ese chico es algo que en verdad no podemos descartar, ¿no te parece?

—Mi Dios, es que nunca vería a Todd como alguien capaz de semejante cosa, pero tienes razón no podemos descartarlo.

—Mejor quédate aquí sentada; ahora eres tú la que precisa un té fuerte. —Susurré y me dirigí a la cocina privada del staff de la biblioteca para prepararle así un té.


A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora