Para cuando al fin pudo volver a abrir sus ojos Lucille apreció que en frente de ella se encontraba una mujer de unos setenta años, su cara engañosa parecía angelical y sus ojos expresaban dulzura. Sus cabellos canosos y forma de moverse casi la engañaron, mas al intentar moverse y darse cuenta de que estaba atada todas las alarmas de la pobre chica se encendieron. ¿Qué demonios hacía allí? ¿En dónde estaban en verdad? Y sobre todas las cosas, ¿quién era la vieja esa desquiciada que la había amarrado tan fuerte contra una silla?
Algo de todo lo que le estaba pasando no le cerraba a la señorita Pond. Si era un secuestro, ¿qué hacía esa mujer mostrándole el rostro sin tapujos? ¿Sabría que ella poseía algo de dinero? Sería absurdo pues tampoco era tanto como para llamar la atención de alguien codicioso. Sus ojos verdes brillaron amenazadores, pues la joven mujer se había comenzado a poner molesta por tener tantas preguntas en la cabeza y tan pocas respuestas. La anciana que la acompañaba cambió por un segundo su expresión de autosatisfacción pues hubo un leve reconocimiento que la sobresaltó.
¿Esa mirada? Por un segundo le hizo recordar a Megan Pond, la nueva chica de la ciudad la cual se había mudado hacía un tiempo ya. ¿Podría ser? ¿O lo había soñado por un microsegundo? La mujer se sacudió esa mala espina que la intuición le había plantado en el centro de la espalda y se propuso ignorarla por un rato, después de todo ese era su momento de diversión. Hacía, mínimo, dos meses desde que su marido y ella no se daban un gusto, desde los dos chicos que se habían dado a la fuga por amor. Pobres chicos, estaban tan enfocados en fugarse de sus familias por temor al rechazo que no se dieron cuenta de que una amenaza muchísimo mayor se mecía sobre sus existencias. A la vez, las almas de ambos ancianos les estaban rogando que fueran de "caza" de una vez por todas y no pudieron negarse a la tentación por más de que lo intentaron.
Llevaban haciéndolo desde hacía quince años; tomaban la apariencia de dos ancianos inofensivos y despojaban a sus presas de las pocas defensas que pudiesen tener. La mayoría de las veces sus víctimas eran mujeres jóvenes las cuales tenían pocas chances de protegerse. Los dos trabajaban en equipo minimizando a la presa y luego se entretenían por semanas. Jugaban a acercarse a la pobre alma confundida que se encontraba aprisionada bajo sus garras. Fingían ser sumisos y temerle al otro prometiéndoles liberarlos apenas tuviesen la oportunidad. Las caras que sus víctimas les brindaban al descubrir que habían estado fingiendo todo el rato no tenían precio alguno. Para ellos, experimentar de esa manera cruel era como su droga.
La mayoría de las veces les dejaban poco alimento por semanas y cuando comenzaban a aburrirse les permitían una ventana de escape. Allí era cuando lo que en verdad le resultaba divertido comenzaba. La casa más cercana era en la que ahora vivía Megan Pond y estaba demasiado lejos como para verla entre los árboles; por eso todos se adentraban en el bosque, desesperados, sin comprender que ese era el peor error que podrían cometer.
Aun cuando ya llevaban muchas víctimas en su haber, sus crímenes nunca fueron investigados pues siempre buscaban gente con gran riesgo dentro de sus vidas; ya fuesen prostitutas, drogadictos, vagabundos, todo les venía bien. La única razón por la cual se habían apurado a hacerse de aquella rubia muñeca era la abstinencia que habían sufrido por tanto tiempo ya. Si llegaba a tener a alguien en casa esperándola, jamás volvería y no sabrían nada de ella pues era más que obvio que la joven estaba perdida cuando la encontraron.
Cuando Lucille se dio cuenta de que podría comenzar a gritar con todas las fuerzas de sus pulmones, esperando ilusionada que alguien desde el exterior la escuchara, ya era demasiado tarde; el mismo hombre que le había engañado de tamaña manera horas antes volvió con su endemoniado pañuelo blanco a silenciarla.
Mientras esta terrorífica escena era llevada a cabo, Megan aún me encontraba en el hospital, esta vez charlando con el sheriff. Si bien la noche anterior se había visto forzada a quitarle la vida a alguien, aún sufría las consecuencias de sus actos y la molesta conciencia no tenía pensado dejarla en paz por un buen tiempo.
—¿Sigues con náuseas? —preguntó Austin Bale, el cual portaba una seria cara de preocupación.
Sin que nadie lo supiese, se culpaba por todo lo que había pasado la noche anterior. Él se había propuesto ir a visitar a Melinda Jones para poder asegurarse que todo estaba en orden, pero varios revueltos de unos adolescentes borrachos le impidieron terminar su trabajo a una hora razonable. Para cuando se había librado de sus obligaciones ya era demasiado tarde como para caer sin previo aviso en lo de la bibliotecaria. Jamás se perdonaría haberse preocupado más por las normas de conducta que por el bienestar de Megan. Él tuvo el presentimiento de que algo andaba mal y no lo escuchó, ese fue su más grande pecado.
—Al menos ahora ya no me siento descompuesta todo el tiempo —contestó Megan asumiendo que una mentira blanca podría llegar a pasar, su rostro demacrado por el cansancio y el sufrimiento ya bastante decía por sí mismo—. ¿Sabes? Ando con un mal presentimiento desde que me desperté esta mañana, no sé por qué, pero no puedo tranquilizarme. Sé muy bien que lo de Aaron ya es un capítulo cerrado, pero...
—¿Sigues con la sensación de que algo malo va a pasar? ¿De nuevo?
—Sí. No encuentro formas de encontrarle una explicación lógica, pero algo malo va a volver a pasar, preciso que me creas —le rogó desesperada, si alguien le entendía con eso de las premoniciones era él.
—Megan, no te has equivocado siquiera una vez desde que todo esto comenzó. Tus predicciones no son para nada específicas, pero si sientes que algo negativo se avecina, te creo. Dame tu teléfono.
La orden la desorientó sobremanera pues comenzaba a sufrir grandes ahogos emocionales. Precisaba estar junto a su familia tanto como necesitaba respirar, pero aún no era tiempo indicado para volver a ellos. Todavía quedaba algo en Cloverwood que la ataba como un centro de gravedad atraía a todo lo que se le acercaba. Tantos enigmas le estaban agotando la poca paciencia que le quedaba y el mal humor en su interior iba aumentando a medida que los segundos iban pasando.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —Era verdad que él no tenía la culpa, pero también era la única persona con la que se podía desahogar.
—Mi hermano trabaja para Google y creó esta aplicación que estoy instalándote en el teléfono. Se esconde en lo más profundo del sistema operativo sin dejar rastros en la superficie, es un GPS constante. Conectaré nuestros teléfonos así tú podrás saber dónde estoy y yo sabré tu exacta posición. Es más, una bandera roja se encenderá si el teléfono del otro se apaga. Así que, si algo malo te llega a pasar, lo primero que debes hacer es apagar tu móvil, ¿he sido claro?
—Es demasiado bizarro que tu hermano haya creado una aplicación así pero está bien. No tengo nada que esconder y tal vez comience a sentirme más segura si sé que sabes dónde estoy.
—Debemos tener cuidado, sobre todo tú que pareces tener un imán para los problemas. Pase lo que pase, si es malo apaga tu endemoniado celular. ¿He sido claro?
—Señor, sí señor —respondió burlándose de su interlocutor. No podía evitarlo, el tipo tenía un no sabía qué que lo hacía el blanco perfecto para las bromas.
Austin abrió los ojos, sorprendido, y ella lo quedó mirando contrariada. Supuso que su rostro lo dijo todo porque a los segundos él le regaló una sonrisa débil, una de esas que expresaba una guerra interna intensa en su interior que él en verdad no quería que nadie descubriese.
—Lo lamento, sonreíste de una forma tan despreocupada que no parecías tú, por un segundo me hiciste acordar a mi ex. Ella en sus buenos momentos me sonreía de una forma parecida.
—¿Qué te la haga recordar es algo bueno o no?
—No estoy seguro, que no terminamos bien es un hecho, pero tampoco la odio. Digamos que eres la primera mujer en la que me preocupo en esta medida después de ella.
—Austin Bale, ¿no te estarás enamorando de mí? —Tiró el comentario al aire haciendo un chiste, pero él no lo atrapó.
Sus ojos marrones se enfocaron en ella como si en verdad estuviese sopesando esa posibilidad. Por lo que se podía ver desde afuera, era como si su cerebro no tuviese la suficiente información como para responder con certeza a lo que le había preguntado.
—Oh, por Dios, hombre, ¡era una broma! —Le sacudió los hombros buscando que volviese en sí y un brillo extraño en sus ojos la dejó desconcertada, luego sonrió como un demonio que se había salido con la suya para decirle:
—Te lo creíste.
Ese día Megan casi lo mató.
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A la esquina del fin del mundo
Mystery / ThrillerMegan decide escapar de su entorno cuando su prometido la engaña. Buscando sanar, llega a Cloverwood, un lugar en donde debe lidiar con otro tipo de problemas y no morir en el intento. *** Megan Pond se vio obligada a decirle adiós a su final de cue...